ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 29 de junio de 2017
                               
 

Dientes y helados

Como aquello de "dientes, dientes" de la Pantoja tenemos que decir paseando por las calles de Sevilla, donde cada vez hay más clínicas dedicadas a los piños. Me preguntaba el otro día qué hay más en Sevilla, si gimnasios o clínicas dentales. Tengo que contestarme yo mismo, en autoservicio, como en muchas terrazas de veladores que presumen de crear puestos de trabajo. Pues ni clínicas dentales ni gimnasios, incluidos esos nuevos gimnasios "low cost" que consisten en tres bicicletas estáticas y dos cintas de correr puestas en el bajo comercial de un establecimiento que pegó el barquinazo y cuyo alquiler han cogido baratito, sin traspaso ni nada. Hay más heladerías. Son preguntas del millón las de tres modas comerciales sevillanas, a saber:

1. ¿Cuántos gimnasios hay en Sevilla y cuántos más piensan abrir, modelo antigua Estación de San Bernardo o modelo extinto Club Natación Sevilla de la calle Trastamara?

2. ¿Cuántas clínicas dentales hay en Sevilla? Y de ellas, además, ¿cuántas se dedican también a la estética, que lo mismo te ponen siete implantes que te estiran la piel del tambor de la cara más que a Isabel Preysler?

3. ¿Cuántas heladerías hay en Sevilla? Heladerías con un mérito enorme. Ahora, con estas calores, helados vende cualquiera, sin ser de la población alicantina de Ibi, de donde llegaban a todas las playas andaluzas cada año los del añorado pregón del tutifruti y del mantecado helado. (Envío para el consejero Ramírez de Arellano, boricua consorte y partidario, como servidor, de Puerto Rico. Los heladeros de los puestecillos ambulantes y rodantes de San Juan, que pregonan con el bronce de su campanilla, venden lo que en la antigua colonia española, como en tantos de nuestros pueblos, se sigue llamando "mantecado". No mantecado de Estepa, no: "mantecado helado". En la muy sevillana tercera acepción del DRAE: "Compuesto de leche, huevos y azúcar con que se hace un helado").

Estábamos en el cálculo de heladerías. Y en su mérito de vender helados en pleno invierno, similar al de escribir sobre cofradías en pleno agosto. La pregunta no es cuántas heladerías hay en Sevilla, sino cuántas nuevas se abren cada día. Pasas por un comercio tradicional que ha pegado, ay, el cerrojazo, preguntas qué van a poner allí, y no hay duda. Te responden:

-- Una heladería. -

Igual que el "nulla dies sine linea" que contaba Plinio el Viejo sobre el pintor Apeles, la máxima sevillana es "ningún día sin heladería nueva". A la caída de la tarde y prima hora de la noche, las gradas de la Catedral se llenan en la Avenida de chavales sentados allí como si estuvieran esperando una cofradía; pero en realidad están tomándose un helado. No hay turista sin su helado en la mano, tan de reglamento como la botella de plástico de agua mineral para "hidratarse". Igual que el Ayuntamiento ha declarado "zonas saturadas de bares" y en ellas no puede abrirse ni uno más nuevo, pronto las habrá de heladerías. Tantas hay, que acabaran unas arruinando a las otras: no hay sed ni calor para consumir tanto helado como se exhibe en las vitrinas de esos establecimientos de moda.

Heladerías con las que relaciono la proliferación de clínicas dentales y franquicias donde te ponen un implante como quien le cambia la rueda a tu coche en el Garaje Pretel. Tiene que haber una relación causa-efecto entre tantas heladerías y tantas clínicas dentales. ¿Cuántas caries no producirá el azúcar de esos siete mil millones de cucuruchos y tarrinas que cada día se consumen en las trescientas mil heladerías que han puesto en Sevilla? La función crea el órgano. Y no hablo de mi admirado Padre Ayarra cuando cito el órgano: digo que gracias a las caries producidas por tanta azúcar de los cientos de miles de helados viven esas calculo yo, y tirando corto, ocho mil o nueve mil clínicas dentales que hay en Sevilla.

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