Yo no sé si es la ciudad o si es la propia vida, pero Sevilla se está convirtiendo en un largo, doloroso, cotidiano adiós. ¿Pues no que ha cerrado también el Bar Asturias, sí, el de La Enramadilla, el de la fabada histórico-artística, el del cachopo, las patatas rellenas, el chorizo a la sidra, la crema de Cabrales a la sidra, el que un día de hace más de cuarenta años me descubrió un gran aficionado a la buena cocina, el profesor Guillermo Jiménez Sánchez, el que fuera vicepresidente del Constitucional y catedrático de Derecho Mercantil en la Facultad de Económicas, frente por frente a este templo de la cocina del Principado? Suelo ir de cuando en vez por Oviedo, a que me revise los clisos el profesor Fernández Vega, y les juro que, como en aquella sevillana de "la Macarena y todo lo traigo andado", en todo Oviedo no he encontrado un restaurante asturiano tan auténtico como el que fundó Manuel Coto en La Enramadilla, junto al Club Payaso de entonces y las hamburgueserías estudiantiles de ahora. El origen el Bar Restaurante Asturias es un relato de amor por Sevilla. Cuando Dragados construía la autopista a Cádiz, había un contratista asturiano que trabajaban en ella con sus camiones. Este asturiano era Manuel Coto, el bueno de Manuel Coto. A quien tanto le gustó la ciudad, que se enamoró de Sevilla, fue conquistado por ella y cuando terminaron las obras de la autopista vendió los camiones y decidió quedarse aquí para siempre, abriendo un restaurante con la cocina auténtica de su tierrina en una parte de la ciudad en expansión, más allá del Puente de la Enramadilla, en los bajos de un bloque de nueva planta junto a la Pirotecnia.
Manteles blancos, anchos vasos de sidra, la imagen de la Santina en el mejor lugar del rincón de la estantería, un mapa de Asturias y una carta que sorprendía a cuantos invitabas a que descubrieran en Sevilla el mejor restaurante de Oviedo. Tiempos fundacionales del pixín alangostado y el besugo a la espalda. El párroco de San Bernardo, el que levantó un barrio que se moría, don José Alvarez Allende, en su mesa del rincón de la derecha conforme se entraba, con su sotana. Catedráticos de Económicas y almuerzos de cumpleaños. Los domingos, el Bar Asturias cobraba una dimensión familiar como de venta urbana; sólo faltaban fuera columpios para los niños.
Y Manuel Coto, y su hija... Cuánto respeto y cariño por la clientela, cuánta dedicación. Me honraron con la Gran Cruz de Marcos Venecia, colgando en la pared varios artículos que había dedicado al restaurante. Allí también la beca de agradecimiento a Manuel Coto de la Tuna de Económicas. Y los habituales y leales, con la gloria bendita de los fogones del Principado por delante y unos camareros serviciales y diligentes, de modo que a veces uno solo se bastaba para atender a toda la sala del restaurante, al que ya, ay, la hija de Manuel Coto no nos invitará más a la tradicional y ovetense comida del Desarme del 19 de octubre:
-- Que le llamo como todos los años para invitarlo al Desarme en memoria de mi padre, para que venga usted con quien quiera.
Y allá que, ritualmente, iba con Curro Romero y Carmen Tello, o con Juan Manuel Blázquez y Lourdes Valdenebro, a dar buena cuenta del menú cuartelero que en el sopor de la siesta permitió el desarme de las tropas absolutistas que habían dejado sus fusiles en pabellón: los garbanzos con bacalao y espinacas, el menudo a la asturiana con menos grasa que conoció la Historia y el solemne postre del más suave arroz con leche, lago de dulzura helado por una costra de azúcar quemada. Ya todo es un triste recuerdo, por el que levanto mi vaso de sidra en memoria de Manuel Coto. Aquel asturiano que se enamoró de Sevilla e hizo que, con su monumental fabada, nosotros nos enamorásemos de su tierrina. La noticia del cierre de nuestro querido Bar Asturias sí que nos ha dejado completamente desarmados a sus leales y agradecidos clientes, señora Coto.
Sobre el Desarme, en El Recuadro: "Un Príncipe de Asturias en Sevilla"
Información sobre el cierre del Bar Restaurante Asturias, de Sevilla
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