Las más bellas leyendas de Sevilla quizá sean embustes. Muy gordos, pero hermosísimos. Como el de los naranjos amargos de las calles, dicen que comenzados a sembrar por iniciativa del Marqués de Aracena. Una de esas leyendas sevillanas dice que cuando vino Wellington a Sevilla en la Guerra de la Independencia, quedó prendado de la mermelada de naranja amarga que le pusieron en el desayuno, cuando pernoctó en los pabellones militares que había en el Compás de la Laguna, actual calle Castelar. Tanto le gustó a Wellington aquella mermelada amarga, que cuentan que a su regreso a Londres lo comentó en la Corte de San Jaime, y añado de mi cosecha que quizá se llevaría un tarro y se lo dio a probar al Rey alguna mañana que lo convidara a desayunar. La cuestión es que la leyenda ha unido desde entonces con el Reino de la Gran Bretaña la mermelada de los naranjos amargos de las calles de Sevilla, que tanto gusta a los ingleses. Y es tradición, quizá falsa, pero bellísima, que desde el descubrimiento de Wellington, cada año, cuando se recogen las naranjas amargas de los jardines del Alcázar, mandan un saco o dos al Palacio de Buckingham para que la Reina de Inglaterra tenga su mermelada sevillana en el desayuno.
No leyenda, sino certeza, es que en los jardines del antiguo aeródromo militar de Tablada, acuartelamiento del Ejército del Aire, hay 1.700 naranjos amargos que desde sus comienzos en 1910 junto a los terrenos del antiguo hipódromo forman parte del paisaje de este querido rincón donde tantos sevillanos sirvieron a la Patria como voluntarios en las "alas gloriosas de España". Tablada debe ser declarado monumento sevillano y español, porque en su momento fue como nuestro Cabo Kennedy, desde donde se iniciaron todas las grandes gestas de la aviación militar española en los primeros vuelos transoceánicos, del "Jesús del Gran Poder" de Jiménez e Iglesias en 1929 al "Cuatro Cientos" de Barberán y Collar en 1933. Su Hangar de Vuelo de 1919, su Torre de Control de 1939, los restos del edificio del antiguo Tiro de Pichón, los hangares de las antiguas escuadrillas de vuelo de 1923 o la Casa del Infante Don Alfonso de Orleáns de 1927 bien merecen esa declaración monumental, aunque desde 1990 quedara fuera de servicio aeronáutico con la apertura de la SE-30 entre los edificios y la pista de aterrizaje.
Pero los naranjos de Tablada ya han alcanzado su inmarcesible declaración monumental. Inmaterial. Son un monumento a los valores y al espíritu de los hombres y mujeres del Ejército del Aire que sirven a España desde su Acuartelamiento Aéreo. Cada año, la cosecha de sus 1.700 naranjos es regalada por el Ejército del Aire a las monjas sistercienses del Convento de San Clemente, para que en su "ora et labora" hagan con ella la clásica mermelada de naranjas amarga que lleva el nombre de Sevilla por el mundo. Esa mermelada sale de los naranjos amargos de la Dehesa de Tablada que un día sintieron cómo se agitaban sus ramas con el rugir de las hélices del "Jesús del Gran Poder" o del "Cuatro Vientos", por no citar los cazas y bombarderos del rodaje de "La Batalla de Inglaterra". La mermelada de los naranjos de Tablada del Convento de San Clemente es doblemente celestial: por las manos de las monjas contemplativas cistercienses que la hacen en esos pucheros donde está Dios, y por el espíritu de los aviadores tablados, que hacen con su donación realidad su himno: "Alcemos el vuelo, /sobre el alto cielo/ lejos de la tierra/la esperanza nos lleva detrás./ El Aire en la guerra/ comienza a ser paz". La paz del convento y de la entrega de los servidores de la Patria. Cuando tomen esa amarga mermelada de San Clemente hacha con los naranjos de Tablada, seguro que levantan el vuelo hacia el alto cielo de la leyenda y sienten "la gloria infinita de ser español"...de Sevilla.
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