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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de noviembre de 2017
                               
 

Mostachón de museo

Al mostachón le han puesto un museo. En Utrera, naturalmente, ¿dónde le van a poner un museo al mostachón, en Astorga donde las mantecadas, o en Vejer, donde el lomo en manteca? Pero yo hace mucho tiempo, desde niño, que le tengo puesto al mostachón de Utrera algo mejor que un museo: un piso. Un piso en el cielo de la boca. El cielo del paladar, o sea, el velo palatino, se llama así porque te llega allí gloria bendita cuando te tomas un mostachón de Utrera, o un tocino de cielo de Aracena, o una torta real de las monjas del Puerto de Santa María, o una torta de Alcalá de los Panaderos de las que ahora se han puesto tan de moda y tan exquisitas son, delgadas como obleas, que te tomas una y te crees un monaguillo que está hartándose de formas no consagradas aprovechando que el párroco está tomando de dichos a unos novios.

Con lo que cantó en Utrera mi recordado y caballeroso Juanito Valderrama, no sé cómo no le dedicó una canción a los mostachones de Diego Vázquez, del mismo modo que se la hizo a Diego Piñero, el gran señor de las pesquerías y las conservas del Campo de Gibraltar: "Diego Piñero/con su flota pesquera y sus marineros,/por generoso/en el rincón de Cádiz/eres famoso". En memoria del gran señor de los cantes enciclopédicos que era Valderrama, yo me atrevería ahora a tomar el reverso de una factura de hotel, como él hizo para escribir "El Emigrante", y componer para este otro Diego, para Diego Vázquez el de los mostachones de Utrera, esta coplilla: "Al mostachón un museo/Diego Vázquez hace en Utrera./Si es pá chuparse los deos/hasta ese papel que lleva".

Yo, como verán, soy mucho del mostachón. Tanto, que creo que soy la única persona del mundo a la que le han robado un mostachón de Utrera y en la mismísima Utrera. Me ocurrió siendo niño, cuando pasada ya la Virgen del Carmen íbamos hacia los baños en Rota y el tren paró en Utrera. En la estación vendían mostachones, y mi madre nos compró uno a cada hermano. Comiéndome estaba yo tan contento mi mostachón asomado a la ventanilla del vagón, con aquel dulce papel de estraza en la mano, cuando llegó un chiquillo como de mi misma edad y por el procedimiento que luego llamaron "del tirón", zas, ¡me quitó el mostachón y salió corriendo para comérselo él! ¿A qué parece la secuencia de una película neorrealista sobre los años del hambre hecha por un Vittorio de Sica utrerano?

Por eso yo ahora quiero mandarle a Diego Vázquez el recuerdo de aquel mostachón que me robaron en la estación de Utrera, para que lo ponga en su museo con mi felicitación por su iniciativa. Lo felicito porque son ya cinco generaciones las que están al pie del dulce cañón de este bizcocho de azúcar, harina, canela y huevo que llevaron a Utrera las monjas clarisas y cuyo secreto sacó de la alacena conventual en 1880 el maestro de pala del horno de la clausura, José Romero Espejo, suegro del primer Diego Vázquez. Y lo que más me gusta del mostachón es la franqueza sobre su origen con que lo cuenta la familia Vázquez. Tonterías, las precisas. Cuando en nuestra tierra preguntas por el origen de un dulce, te dicen al momento que viene o bien de los moros o bien de los judíos. El mostachón, no: el mostachón es un dulce conventual exclaustrado, como secularizado en plan Mendizábal por la Desamortización de Diego Vázquez. De 1880 a nuestros días, no ha cambiado. Hasta el papel de estraza del mostachón que traen a Sevilla los vendedores ambulantes con sus grandes cajas de cartón a modo de canasto parece el mismo del que me robaron en la estación de Utrera. Será por eso mi afición por el mostachón. Porque nunca terminé de comerme aquel mostachón que me robaron camino de Rota. Y es que los mostachones están para eso: para ponerles un museo. O un piso. O para robarlos. Así que enhorabuena por mantener este tesoro utrerano hasta con su museo, amigo Diego Vázquez. Mostachón para el que, como ahora es la moda, pido que sea declarado Patrimonio de la Humanidad. Pero metido a compás por Fernanda y Bernarda. ¿Qué menos?

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