ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de diciembre de 2017
                               
 

Isa y Fina

Dos grandes señoras. Las dos de la Baja Andalucía. Las dos se nos han ido casi en el mismo día, dando la razón a lo que mantenía Romero Murube: que la muerte se lleva a nuestra gente por levas y reemplazos, cual una fúnebre Caja de Reclutas como la que había en la calle Temprado. Isa era Isa Motilla. Sevilla. Fina era Fina García-Figueras. Jerez. Las dos, a las que nada les gustaba más que hacer felices a los demás, me honraron con su aprecio, y lo menos que les debo a tan grandes señoras son estas líneas. Isa Motilla no se escribía así, como habrán advertido en su papeleta de defunción y leído en su obituario de ABC. Se escribía ilustrísima señora doña Isabel Martínez de Campos y Rodríguez, marquesa viuda de la Motilla; pero en la Sevilla que admiraba su discreción y su arte de saber estar y querer pasar inadvertida se pronunciaba Isa Motilla. La viuda de un gran emprendedor sevillano, el marqués de la Motilla, don Fernando de Solís-Beaumont y Atienza. Cuyo nombre tampoco se pronunciaba así: era Fernando Motilla. Sí, los que vivían en la gran casa italianizante del final de la calle Cuna, la de la torre como de Siena o Florencia, por cuya tapia asoma cada primavera a la calle Laraña una de las buganvillas más monumentales y hermosas que hay en Sevilla y cuyo interior es un gran desconocido entre los muchos tesoros artísticos de esta ciudad que mantienen sus propietarios de su bolsillo.

A Isa Motilla, en esta ciudad de las lenguas de doble filo, nunca le vi un mal gesto, ni le oí una mala frase, y menos una crítica a nadie. Ni alardear de nada, con lo que sé que ayudó a tantas instituciones religiosas y humanitarias, ¿verdad, amigos de la Obra? Cómo sería su prudencia y su humildad, que en las vanidades de las cofradías nos hemos enterado ahora que era camarera de su divina vecina la Virgen del Valle, la de los ojos verdes, cuando lo han reseñado los obituarios. En esa casa tan romana de la calle Cuna, Isa Motilla era como la "mater familias" de la sencillez y del sentido del deber. Nadie me quita de la cabeza que su querido Fernando Solís, el gran empresario, cuando estableció en San Jerónimo las Industrias Subsidiarias de Aviación, donde se montaron tantas cajas de cambio de las motos Guzzi y luego fue el germen de la Renault en Sevilla, le puso a la fábrica precisamente ese nombre para que su acrónimo fuese como una declaración de amor a la discreta y dulce Isa su mujer: ISA, Industrias Subsidiarias de Aviación, creadas por el marido de Isa. De Isa Motilla.

Y vamos a Jerez, que no hay nada más hermoso que no salir de la Baja Andalucía, aunque sea siguiendo los reflejos de la guadaña de la Canina. Allí se nos ha ido otra gran señora; que igual que el gran amor de Isa Motilla fueron su familia y su fe cristiana, el suyo eran los toros. Fina García-Figueras era de la familia de aquel alcalde cultísimo que tuvo Jerez, uno de los máximos investigadores e historiadores de la presencia de España en Marruecos y en África, don Tomás García-Figueras. Cuando las mujeres no iban a los toros más que a hacer sociedad, lucirse y dejarse ver, Fina Garcìa-Figueras acudía a ver torear y a seguir toreros de los que era partidaria. Aficionada de verdad. Era a las plazas de nuestra tierra lo que la marquesa de la Vega de Anzo a Las Ventas. Ibas a Sanlúcar a ver a Paula y te encontrabas a Fina Garcìa-Figueras. Ibas al Puerto a ver a Curro y te encontrabas a Fina. Y por descontado, en cada festejo de Sevilla, con sus grandes amigas, aficionadas y ganaderas, las cuñadas Poti y Mercedes Domecq. Si tendría buen paladar y entendería Fina de toros, que su torero fue Antonio Ordóñez; a cuyo nieto, Francisco Rivera, siguió plaza por plaza cuando empezaba. Entregaban la Oreja de Oro, y allí te saludaba Fina, cariñosísima; daban los premios de la Maestranza, y allí estaba Fina. Y nada digo de cuando cantaba en el Teatro Pemán de Cádiz su admirada amiga Rocío Jurado o cuando toreaba Ortega Cano. Tenía razón Romero Murube. Con el campo andaluz al fondo, llanos de Caulina o Castillo de Almodóvar, vemos que, como en el acoso y derribo, la muerte se lleva a nuestras grandes señoras, todo un fin de raza, por colleras.

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