ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 14 de diciembre de 2017
                               
 

Fuera y dentro

Hay un toque de la Giralda a las 5 de la tarde que aunque lo oigas en estas decembrinas tardes frías de alhucema y Nacimiento, a los muy iniciados les suena también a febrero o a junio. Es el primero de los tres toques que convocan al baile de los seises en honor de la Purísima, como en febrero al desagravio al Santísimo en el antiguo Triduo de Carnaval o en junio en loor del Sacramento en la Octava del Corpus. Suele la ciudad tener sus calles bastante vacías a esas horas, y si oyes esos toques de la Giralda por Francos o por Chapineros te suenan a torre de pueblo. A torre mayor de una gran ciudad que no ha perdido el pueblo que lleva dentro, en forma de viejos barrios, de antiguas costumbres, de ritos casi en trance de desaparición. En estas tardes de diciembre antes de las Pascuas, en estos días finales del Adviento, serán estos días esos últimos toques de la Giralda convocando a seises de la Purísima. Eso tan de misa mayor en el pueblo del primer toque a las 5, el segundo a las 5 y cuarto y el tercero a las 5 y media. Eso tan de madre de pueblo metiendo bulla a la familia para ir a la iglesia:

-- ¡Niña, venga, que acaban de dar el tercer toque!

El domingo, a la hora en que el centro estaba abarrotado en la novedad de los visitantes del puente, con la gente pidiendo número como en la carnicería para la novelería del lleno de La Canasta en la que fue esquina del Horno de San Buenaventura (lleno del que me alegro por los emprendedores malagueños que han revitalizado algo que se le murió a Sevilla entre los brazos tras muchos siglos de vida), sin oír los toques de la Giralda, sino con las alarmas sentimentales del corazón, entré por la Puerta de San Miguel a gozar de los seises. Pensé, al pasar a la altura del Cristo de Maracaibo: "Verás tú cómo va a estar esto de gente..." Me equivoqué entre esos muros de la patria sevillana mía. La gente estaba fuera, en lo fácil, en la calle, en el bullicio y la bulla, hasta que encienden las laicas municipales luces de Navidad sin Dios. Dentro, en el baile de los seises, estaba de gente la cosa... cortita con agua. Las sillas de tijera que el Cabildo coloca a ambos lados de las rejas laterales del altar mayor, vacías. En términos de crónica taurina: casi lleno en la sombra y menos de un tercio de plaza en el sol. El sol que se rinde a los pies de la Purísima cuando los seises la piropean, caballeros cubiertos ante el Santísimo, con sus palillos, qué belleza, qué rigodón a la divino, cuánto secreto Cernuda, y cantan: "Más dulce que la miel/más límpida que el sol..."

Pero es que luego cojo y me voy a la calle Alfonso XII, vieja Calle de las Armas a la que se llegaba por la Puerta de Goles (que no era otro que el Padre Hércules Fundador), y entro a la iglesia de San Antonio Abad. Traduzco a la sevillana: "De donde sale El Silencio". O donde entra el silencio de la oración en estas tardes bulliciosas de diciembre. En el compás, bulla de devotos ante la imagen de San Judas Tadeo: toda una roja candelería de velas de promesa o de petición encendidas. Y también juntan gente San Cayetano y Santa Rita. Pero empujo el esterón enfundado en su como nazarena túnica del ruán del hule negro con el escudo de las cinco cruces de Jerusalén y dentro de la iglesia de los Primitivos Nazarenos de Sevilla, nadie. Está de manifiesto el Santísimo, a los pies del Nazareno del Silencio. Y somos cuatro gatos los que nos arrodillamos en aquel silencio como de calle Francos con cirio votivo por la Purísima y espada desnuda para defender su Dogma. Y esa misma Virgen a la que los seises piropeaban, la hermosísima Virgen de la Concepción, la del nupcial azahar en sus bodas con la devoción de Sevilla en la Madrugada, completamente sola en su capilla. Como la pintura de la Virgen de la Antigua; como las lápidas con el recuerdo de los protectores de la cofradía, de Mateo Alemán a la saga de los Ybarra. Esta es Sevilla: muchos la buscan fuera, en el bullicio y el jolgorio de la calle abarrotada. Les juro que, si se la quieren hallar, hay que encontrarla en los íntimos terrenos de dentro, "más dulce que la miel, más límpida que el sol": en la voz de un seise o en el Silencio de una cofradía.

 

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