ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  22 de marzo de 2018
                               
 

Generaciones y degeneraciones

Lo descubrimos muchos sevillanos cuando por vez primera presentó al pregonero de la Semana Santa. Me refiero al delegado municipal de Seguridad, Movilidad y Fiestas Mayores, don Juan Carlos Cabrera, a quien, frente a la ola de laicismo que nos invade, no se le cayeron los anillos ni su medalla de concejal del PSOE por no sólo citar a Dios, sino por hacer lo que las hermandades en sus funciones principales de instituto: solemne protestación de fe. No con la mano sobre el Evangelio o las Reglas de la cofradía, sino sobre los papeles de presentación del pregonero, el señor Cabrera dejó encantada a la concurrencia, a la que con las del beri llamar suelen "Sevilla Rancia" (como el mal tocino). Dije entonces con todos los respetos, y lo repito ahora con un cominito de ternura, que el problema del señor Cabrera es el mismo que el del consejero de Economía de la Junta y ex rector, mi amigo y correligionario currista y bético don Antonio Ramírez de Arellano: que son de derechas y no lo saben. Y Sanseacabó, ¿no, consejero Arellano?

Cada año, pues, igual que otros están pendientes del Pregón para largar del que haya tenido el valor de ponerse en el atril y pegarle la habitual, tradicional y muy cofradiera puñalá por la espalda (pues por la cara, en la cobardona ciudad, todos son parabienes y "ha sido un pregón muy sevillano"), yo ando al liquindoi del presentador del pregonero. De las palabras del señor Cabrera. No por su pública protestación de fe, que es ya una tradición del Domingo de Pasión (o "Dominica de Apuñalare", igual que la anterior es "de Laetare"). Mi interés es escuchar al señor Cabrera por las claves que dar suele de por dónde van los tiros en cofradiera materia en los ámbitos municipales de poder. Suele estar sembrado. Este año lo ha vuelto a estar. Dijo: "Mientras me queden fuerzas me emplearé a fondo para que sigamos viviendo la Semana Santa como nos la enseñaron nuestros padres, como a ellos se la transmitieron nuestros abuelos, y como yo quiero enseñársela a mis hijas. Y a vivirla en paz, sin sobresaltos, sin preocupaciones, sin que nadie nos quiera hurtar nuestros valores, nuestra Fe ni nuestra Esperanza."

Óooooole.

Pero aquí viene el problema, apreciado don Juan Carlos: el Scila y Caribdis, que diría Dámaso Alonso, de nuestra Semana Santa. Que se está moviendo entre la tradición de las generaciones anteriores y las degeneraciones del niñateo. En la firme convicción, como la suya, la mía, la de miles de sevillanos, de que la Semana Santa es un tesoro de nuestro patrimonio emocional y religioso, que recibimos de las generaciones anteriores y hemos de legar a las futuras. Pero que en nuestros tiempos, ay, nos ha tocado vivir, y sufrir, y temer, y padecer, todas las degeneraciones que esas anteriores generaciones no se podían ni imaginar. Contaba el otro día Luis Carlos Peris que recuerda que una de sus primeras Madrugadas, de niño, su padre lo llevó a ver salir El Silencio, y que no llegaban a cincuenta las personas que esperaban que saliera la Cruz de Guía, la Cruz de Jerusalén, titular de la hermandad a la que Centeno le cantaba la saeta de "Silencio, pueblo cristiano". Nuestro convencimiento de que esto tiene que seguir siendo como siempre fue, como nos legaron las anteriores generaciones, es firme, pero muy complicado que sea realidad. Porque no todo el mundo lo piensa así. Sevilla es tomada por hordas de niñatos para los que la Semana Santa es una botellona cn tambores y cornetas. Y sin llegar a los niñatos, bullas enormes van a ver, sin la menor devoción ni interés, algo que está de moda y da ocasión para andar de tapeo con los matrimonios amigos. ¿Y la fe, y la devoción, y el sentido de la responsabilidad de mantener este patrimonio inmaterial colectivo de Sevilla? Cada vez esa Semana Santa soñada la encuentro menos en las calles y más en las palabras del delegado de Fiestas al presentar al pregonero...o en nuestro recuerdo. No quiero ser pesimista, pero la Semana Santa que hemos conocido se nos está yendo con las actuales generaciones. Con sus degeneraciones, las venideras conocerán otra cosa.

 

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