ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  Jueves Santo 29 de marzo de 2018
                               
 

Tres golpes de martillo

Ya hemos perdido la cuenta la cuenta de la de veces que esta Semana hemos visto levantar un paso de Cristo a los tres secos golpes de martillo. Lo advirtió quizá el capataz minutos antes de la primera levantá del paso:

-- Señores, que esto va al martillo.

Traduzco: que esto va en los silencios de Sevilla, señores. Uno, dos y tres, que rompe un crujido, quizá de una levantá a pulso, de un esfuerzo que no se oye, pero que se siente debajo de los faldones y los respiraderos. Sevilla una y trina en los llamadores de los pasos. Los tres golpes, como en el pecho de la ciudad que recita el "Confiteor": mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Tres golpes. Es curioso, que los nazarenos le dicen "llamador", como el programa de papel que llevamos en el bolsillo con la hoja del cuadrante arrancada de ABC por la mañana temprano y doblada para la hora de la primera cofradía. Pero el mundo de los capataces y costaleros llama "martillo" al llamador. Otra vez las dos Sevilla: la Sevilla de los llamadores, de túnica y antifaz, y la Sevilla de los martillos, de faja y costal.

Uno, dos y tres golpes de martillo. Y ese Crucificado, ese Nazareno, que se va elevando a pulso como si no se advirtiera su subida, en la tarde del sol de la alegría, en la oscuridad de la noche de las emociones. ¿Cuántas veces llevamos oídos desde el Domingo de Ramos los rituales tres golpes de martillo? Tres golpes de martillo levantaban al Cristo del Amor; al que le sangra la mano en una rosa en Santa Marta; al que, caído, mira al barrio de San Vicente para que lo levante y le enseñe a andar entre los naranjos en flor; al de la Vera Cruz de Cristo; al que expira en El Museo; al que entre estudiantes dicta su lección de Buena Muerte; al del barrio que se llama como su misma cofradía, Santa Cruz; al que aunque castellano viejo de Burgos, se hace sevillano de San Pedro al pasar la Alcaicería; al que muerto están descendiendo con una Virgen sin Lágrimas a sus pies; al Nazareno que le presta su nombre a la ciudad para que celebremos la Pasión según Sevilla...

Se oirán esta tarde, ante el viejo Cristo de la Cofradía de los Negros esos tres golpes de martillo cuyo significado más hondo y más nuestro comprendí el primer viernes de marzo, ante la Cruz de las Toallas, en la Casa de aquel Marqués de Tarifa que si no se le ocurre ir en peregrinación a Jerusalén nos deja el tío sin Semana Santa, menos mal que fue. Estaba el arzobispo, en una homilía clásica entre las clásicas, antes del Vía Crucis de la Pía Unión, explicando las estaciones del devoto ejercicio que dio origen a este esplendor de incienso, cornetas, flores, capirotes y recuerdos al que llamamos Semana Santa. Explicaba don Juan José Asenjo las estaciones del Vía Crucis, como si fuera desgranando los instrumentos de la Pasión en la Cruz de Guía de la hermandad del Gran Poder, y llegó a la Crucifixión. "Por los clavos de Cristo", como se decía quizá no lejos de aquí, en el Corral del Conde, fue el arzobispo explicando el tormento de la Salvación en esos tres clavos. Y como un capataz de la Teología de la Pasión, estética, dramática, casi teatralmente, nos fue explicando los suplicios a que sometió al Señor el pretor Pilatos "por no perder el destino que tenía".

Y al llegar, como digo, a la glosa de la crucifixión, las palabras cuaresmales de Asenjo hasta nos hicieron oír, en el silencio de la devoción del viejo Palacio de San Andrés, ante la Cruz de las Toallas del Cristo de la Fundación, el sonido del martillo de la Cruz de Guía del Gran Poder taladrando con alcayatas gitanas, de canela y clavo de San Román, las manos y los pies de nuestro Salvador. Tres golpes de martillo, secos, como de capataz viejo, para clavar a la Cruz las manos redentoras de Cristo y aquellos pies que habían andado sobre las aguas. Cada vez que en esta Semana Santa he venido oyendo los tres golpes de martillo de un paso de Cristo que se levanta en el silencio de Sevilla, he pensado en que, en cada llamador, la ciudad crucifica de nuevo a Jesús, con tres golpes, para conmemorar su Pasión. Cristo de nuevo crucificado. Por los tres secos golpes de un martillo que sabemos que va a levantar a Cristo sobre un monte de claveles y lirios.

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