ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 7 de abril de 2018
                               
 

Roja Giralda

Las santas mártires trianeras Justa y Rufina siguen velando por la Giralda. Las del agravio comparativo: una tiene dedicada hasta la estación del Ave y la otra, ni una triste parada del Metro. Como es tradición e iconografía clásica, hasta en su pasito del Corpus, las Santas Patronas mantuvieron en pie a la Torre Mayor, en plan "aguantarme esa trasera", cuando el terremoto de Lisboa y maremoto de Cádiz de 1755. Siguen Santa Justa y Rufina velando por la Giralda, y aguantándola en pie y de dulce porque por mano interpuesta de alarifes, arquitectos y restauradores la siguen cuidando cada día. No sé si han reparado, pero las obras de mantenimiento en la Giralda no han cesado desde que el arquitecto Alfonso Jiménez, que para mí era Maese Alonso Ximénez, maestro mayor de fábrica de la Metropolitana y Patriarcal, y desde que pusieron aquellos primeros andamios recubiertos con cañizo, y el orfebre Fernando Marmolejo sustituyó el bronce de las hojas de azucenas de los cuatro jarrones de las esquinas renacentistas de Hernán Ruiz, y Carlos Ortega hizo alpinismo fotográfico, subiendo hasta lo más alto del andamiaje y retratando en primerísimo plano a la Vieja Dama, al Giraldillo, a la Santa Juana, que tenía puesto la pobre un collarín de hierro como si hubiera tenido un accidente de circulación.

Así que, anoten, habrá que cambiar el dicho sevillano de "esto está durando más que las obras de la Catedral". Debe ser: "Anda, que duras más que las obras de la Giralda". La Giralda es como una Sinfonía Inacabada, pero sin Schubert, sino con música celestial de campanas. Las que mejor suenan del mundo al repicar en esas mañanas sevillanas del Corpus o de la Virgen. No acaba una restauración cuando empieza otra, a ver si en una de ellas descubren el "grafiti" que Rafael Montesinos dejó en una las rampas, cuando subió con una novia y escribió su soleá antológica:

Sevilla tiene una torre,

y en esa torre hay escrito

junto a mi nombre otro nombre.

Ahora acaban de descubrir lo que ya intuyó Juan Ramón Jiménez, con ese sexto sentido de los poetas. Juan Ramón dijo que la Giralda es "toda de carne rosa". Se equivocó en una letra. O a lo mejor no, en su particular ortografía de escribir "inteligencia" como "intelijencia". No era rosa la carne de la juanramoniana Giralda, del "prisma puro de Sevilla" de Gerardo Diego, de la "madre de artistas, molde de fundir toreros" de Villalón. La Giralda almohade no era de carne rosa, sino de almagra roja.

Punto de este artículo, que la Giralda era roja, a partir del cual usted mismo puede autoconstruirlo, como si fuera una mesa que se acaba de comprar en Ikea, y sin necesidad de llave Allen. Dirán los sevillistas que la Giralda era como tenía que ser: más roja que el himno del Arrebato o que el escudo ante el que se arrodillaba Silvio el Rockero, yendo en peregrinación al Sánchez Pizjuán como quien hace el camino de Santiago. Don Daniel González Rojas, portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamiento, dirá que de qué color iba a ser la Giralda sino roja, color que es precisamente su seudónimo en las redes sociales: "Rojo Sevillano". Muchos progres se alegrarán de que los restauradores hayan descubierto que la Giralda era roja y no facha, a pesar de los curas. Lagarto, lagarto, que por esta rojez puede que algunos empiecen a reclamarla como han hecho ya con la Mezquita de Córdoba, que se la quieren quitar a la Iglesia. Otros, patrióticos, dirán que de qué color iba a ser la Giralda. Como la bandera: "Giraldita, tú eres roja,/tú eres roja, mi Giralda,/que repican tus campanas/el orgullo de mi Patria".

¿Y saben yo lo que les digo? Que mientras a Giralda no la llamen "la Roja", como a la selección nacional española de fútbol, me da igual que me da lo mismo. Si no, en vez del "Turris Fortissima Nomen Domini" vamos a tener que poner en latín allí en todo lo alto: "¿Tu quoque, Giralda, te me vas a hacer roja, miarma?".

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