ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 31 de julio de 2018
                               
 

Adiós triste al Club Antares

Si algo se muere en el alma cuando amigo se va, ni te cuento cuando se nos va un trozo de una Sevilla distinta, nada tópica, comprometida con algo tan rarito aquí como la empresa y el deporte no como espectáculo, sino activo. Hoy, ay, es el último día en que estará abierto el Club Antares. Sí, ya sé que Paco Herrero, presidente de la Cámara de Comercio, me dirá que Antares no desaparece, pues provisionalmente se trasladará a la planta 18 de la Torre Pelli. ¡Ojú, qué alto! Pero yo quiero decirle adiós a lo que los sevillanos entendemos por Antares, al Club que la emprendedora familia González Barba, muy en la línea del Club Financiero y el Abascal de Madrid, se atrevió a abrir en 1986, cuando todo en Sevilla se estaba haciendo "de cara a la Expo" que cambió a la ciudad. Pusieron el Club Antares en la antigua Dehesa de Tabladilla, en la calle Antonio Maura, en los que fueron almacenes de Abonos Caba. Aquella zona era en aquellos tiempos como un polígono industrial, donde había hasta un ramal de ferrocarril de mercancías que enlazaba con las líneas de Madrid y de Cádiz en San Bernardo. En una de aquellas naves, en La Exportadora, pusieron "los americanos de la Base" de Morón y San Pablo su "PX", su supermercado, de donde todo el mundo quería que un estaodunidense amigo, vecino de Santa Clara, de Los Remedios o de Bami le sacara de contrabando un tocadiscos Hi-Fi para el niño.

Los González Barba se trajeron a Manolo Santana como mascarón de proa de su ilusionante proyecto, que era por un lado un gimnasio "premium", único, con piscinas de acero y muchas pistas de squash y de pádel, aparte de yacuzi, saunas y salas de máquinas para machacarse haciendo ejercicio. Antares era la modernidad, frente a las instalaciones deportivas del Mercantil, Pineda, Labradores o Náutico. Era un club como a la madrileña, que conozco bien desde sus principios, y por eso sentimentalmente se me va parte de mi vida con su cierre definitivo, pues Isabel mi mujer y Fernando mi hijo, casi enganchados al ejercicio de gimnasio, entraron en Antares literalmente con los albañiles dentro todavía.

Y luego vino la sevillanización de Antares como club financiero y de negocios, con ese hermoso patio que tenía mucho de casino de pueblo, con sus tertulias, o, arriba, con su pantalla gigante de TV para ver los toros o el partido del Betis. Y su restaurante exquisito del Alabardero para comidas de negocio en esta Sevilla sin Zalacaines ni Hórcheres. Y su barra de tapas, donde el Cura Lezama daba una caña de lomo de Guijuelo que quitaba el sentido.

En Antares había siempre coches oficiales en la puerta y guardaespaldas aguardando. Era porque bien Manuel Chaves estaba haciendo ejercicio o Javier Arenal jugando al pádel. Y las conferencias. Y las presentaciones de libros o de productos y servicios. Y sus tertulias estables, como la de la APC, la taurina o la bética, almuerzo y charlita mientras pasaban los tíos en calzones cortos con la raqueta de squash en la mano y la toalla de sudar al cuello. Y el Club Encuentros 2000, por donde pasó la flor de la canela de la empresa, la cultura, la política, en aquel auditorio tan empinado como el gallinero del Cine Pathé.

Todo esto, ay, es ya pasado que no volverá. No ha quedado el Club Antares ni siquiera como "ninot indultat" de aquella Sevilla de las ilusiones y los cambios del 92. Tras la inexplicable suspensión de pagos, se lo quedó la Cámara de Comercio, que ahora sorprendentemente lo cierra y liquida, chirrín, chirràn, y se lleva muchos de los mejores recuerdos de centenares de sus socios y de los días de Tabladilla. Hasta aquella despedida como de novillero que va a tomar la alternativa que tuvieron allí los Reyes el 20 de mayo de 2014, una cena en honor del entonces Príncipe de Asturias poco antes de que Don Felipe VI fuese proclamado Rey el 19 de junio, ni un mes después. Allí fue la despedida de Don Felipe como Príncipe y allí es hoy la despedida triste de una Sevilla distinta y, por lo visto, imposible. En Antares había pelotas de squash y de pádel. Ahora, ay, hay otra clase de pelotazos y dicen que mañana mismo entra la piqueta a derribarlo.

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