ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  16 de octubre de 2018
                               
 

Un taller en Sauceda

Como hijo del cuerpo que soy le he sacado todas las nostalgias y las sabidurías sartoriales que llevaba dentro al gran reportaje de María Jesús Pereira sobre los tres únicos maestros sevillanos que forman parte del Club de Alta Sastrería Hecha a Mano, en el que ya hay sólo catorce miembros en activo: Fernando Rodríguez Ávila, José Cañete y Francisco O´Kean. Los tres pertenecen a sagas familiares, de cuando los oficios se legaban de abuelos a nietos. Fernando Ávila pertenece a la quinta generación de una saga de sastres originarios de Asturias que se estableció en Sevilla. El abuelo y el padre de Cañete eran sastres. Y nada digo de O´Kean, que representa la cuarta generación de una familia de sastres y de la primera mujer que ocupó en España un cargo político. La que como directora general de Prisiones de la II República inauguró la cárcel de Ranilla, que escribía el apellido como "Kent" y hasta salió en la letra del "Pichi" de Celia Gámez: "Se lo "pues" pedir a Victoria Kent."

La historia de estos tres maestros sastres la siento como el final de una época, un fin de raza, cautiva y derrotada la sastrería a medida, su arte, su personalidad, por la victoriosa confección industrial en serie de las tropas de don Emidio Tucci y don Ermenegildo Zegna. Una tristeza. ¿El fin de una tradición artesanal? No sé. O las cosas de Sevilla. En Londres da gusto pasear por esa Saville Road donde todos los bajos de ambos lados de la calle están ocupados por los talleres de decenas de maestros sastres a pleno trabajo. En Sevilla, la Saville Road se limita a estos tres maestros. Que continúan con la tradición de don Juan Cruz, el sastre de los Montpensier. Que cómo sería de importante, que se labró la Casa Rosa que ahora es de la Junta. Sí, la Casa Rosa, en aquella Sevilla, era la casa del sastre de los Montpensier. Cuya tradición recogieron don Adolfo Major, o Millán Delgado, o los predecesores de estos tres maestros sastres que merecen todo elogio y toda ayuda. ¿No hay subvenciones para el arte? ¿Por qué no ha de haberlas para el arte sartorial sevillano?

Sin mezcla de confección ni camisería alguna en el caso de mi muy querido Fernando Rodríguez Ávila, a quien conocí cuando yo tenía pantalón corto. Llegó al taller de mi padre enviado por el suyo, también sastre, para que le enseñara el oficio. Era la costumbre del gremio. Los sastres no enseñaban el oficio a sus hijos, sino que los mandaban al taller de un compañero para que lo aprendieran. En el taller de mi padre, Fernando Ávila, hasta entonces alumno del Colegio San Francisco de Paula, hizo su bien aprovechado Bachillerato en Sastrería, "entre todas las mujeres" de las oficialas y las aprendizas. Y aquí es donde quiero llegar: al agradecimiento. No hay ocasión en que entrevisten a Fernando Ávila que no se acuerde de mi padre, lo nombre y proclame que fue su maestro. Lo dice con orgullo y agradecimiento. A mí me parece que cumple como con un anexo del cuarto mandamiento de la ley de Dios. Además de "honrarás a tu padre y a tu madre", Fernando cumple el mandamiento anexo de "honrarás a tus maestros". Siempre guarda viva memoria del alfayate que me dio la vida, y en el mejor lugar de su taller de la calle Sauceda tiene enmarcado su retrato con él, cuando el maestro quiso conocer los uniformes históricos que el discípulo había cortado y cosido para el Museo Taurino de la Real Maestranza. Ay, la sastrería de Fernando Ávila en la calle Sauceda... Es como un trozo de la refinada londinense Saville Road trasladado a Sevilla. Un templo de un viejo oficio artístico en trance de pérdida: el triple espejo del probador, la casi sacramental mesa para el corte del paño de las prendas sobre una geometría artística trazada por el jaboncillo, las tijeras, el cartabón, la regla, el alfiletero de las pruebas. ¿No se protegen y restauran los monumentos? Pues el taller de Fernando Ávila en la calle Sauceda es un monumento de la más refinada artesanía sevillana que merecería toda ayuda. ¿Y saben ustedes cuál es la mejor? Pues que se vaya usted ahora mismito para allá, entre San Eloy y Monsalves, para que Fernando le tome las medidas para un traje o para el chaqué de la boda de su hija. Verá qué obra de arte le hace el que fue discípulo del único "maestro Burgos" que ha habido en Sevilla y que no escribía en los papeles, sino que, a mucha honra, era sastre y dejó escuela en Fernando Ávila.

EL REPORTAJE DE MARÍA JESÚS PEREIRA: "Los últimos sastres maestros de Sevilla"
 

 

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