ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  18 de noviembre de 2018
                               
 

Odio al coche

No sé cómo la industria del automóvil, nuestra principal exportación, no se une y presenta una querella criminal por delito de odio contra el coche del Gobierno de la nación (del que Sánchez se encarga a cada instante de recordarnos que es presidente), de las autonomías y de los ayuntamientos. Han levantado la veda contra el coche. Todos odian al coche. Todas son trabas contra el coche. ¿Formará parte esto, sin que lo sepamos, del borrado de las huellas del franquismo? A Franco lo quieren exhumar del Valle de los Caídos y al Seat 600, símbolo de la motorización de la clase media que logró la dictadura, lo quieren enterrar.

Primero vinieron las peatonalizaciones del centro de las ciudades. Sin pensar que hay personas mayores que están fatales de los pies, y que si no pueden entrar a esas calles ni en taxi, les vedan parte de la ciudad en la que pagan sus impuestos. Los impuestos, jajaja... ¿Para qué cobran los ayuntamientos el famoso sellito de utilización de la vía pública, si cada vez hay menos calles por las que circular? Coches a los que ahora, encima, les plantan una como estrella amarilla a los judíos en tiempos de Hitler: la pegatina que los clasifica según contaminen. Si eres cuidadoso, tienes tu coche como nuevo, y te gastas un dineral para mantenerlo en perfecto estado de revista y policía, como tenga más de 10 años, mejor que te olvides. Te pondrán en el parabrisas la estrella amarilla, perdón, la pegatina de la contaminación y el ayuntamiento te prohibirá entrar al centro.

¿Solución? La bicicleta. Me hace mucha gracia esta beatificación de la bicicleta, para la que se hacen carriles y se gastan millonadas. ¿Es que creen que toda España tiene 20 años, la edad en la boca, y puede ir en bicicleta? ¿Cómo va a ir un jubilado a arreglar algo del papeleo de su pensión en bici? ¿No han pensado que las bicicletas son para la gente joven? Quienes son mayorcetes no pueden ir al centro de las ciudades ni en autobús, porque también la han cogido contra los autobuses, y hay islas peatonales en las que no pueden entrar ni los vehículos de servicio público.

Y, por si todo fuera poco, la satanización del diésel. El diésel ha pasado de ser la maravilla de las maravillas en bajo consumo al terror, al culpable de todos los males del cambio climático, que hay que demonizar y retirar inmediatamente de la circulación. ¿No piensan en los autónomos que se ganan la vida dando portes con un camión que consume diésel? ¿Cómo van a andar esos camiones? ¿Qué van a hacer con ellos, comérselos con papas? ¿Quién va a compensar a los camioneros cuando no puedan poner en circulación su instrumento de trabajo por lo del diésel? Es como si a los pintores les quitaran la brocha gorda o a los carpinteros el serrucho. Y, encima, un aparato terrorífico que todos los ayuntamientos tienen en marcha y que en Madrid ha trabajado a fondo en la Gran Vía: la máquina de estrechar calles. No hay vía que se reforme o se mejore en su pavimentación en la que no entre a trabajar a destajo la maquina de estrechar calles, especializada en quitar aparcamientos para el perseguido coche y en dejar amplios espacios para el carril bici...que luego ocupan los manteros. No les da por hacer el "carril peatón", que al paso que vamos será más que necesario.

¿Y lo del 2040? ¿Pero cómo este Gobierno, que debería haber convocado elecciones para que pudiéramos echarlo por nocivo para España, se dedica a anunciar que en el 2040 no podrán circular ni los coches de gasolina, ni los diésel, ni los híbridos, que ni siquiera podrán matricularse? Sabe Dios lo que ocurrirá en 2040 y quién estará entonces en el Gobierno. Porque no quiero ni pensar que hayamos de padecer a Sánchez y a sus locuras hasta entonces. Por mucho menos las Cortes declararon a loco a Fernando VII. Ah, y del queroseno que derrocha el Falcon de Sánchez dando barzones nadie dice nada.

 

 

 

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