ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  17 de diciembre de 2018
                               
 

Castilleja y Alcalá

Las tortas de Castilleja, las legítimas y acreditadas tortas de Inés Rosales, han ido del Reino de Sevilla al de Granada, y abierto tienda propia con sus productos en la capital nazarí. Donde no sólo venden tortas auténticas, sino los cortadillos de cidra, clásicos entre los clásicos. Ya son cuatro las tiendas que Inés Rosales tiene abiertas en Andalucía, para vender directamente esos productos que te los encuentras en los supermercados de París, de Zurich o de Frankfurt y te da el corazón un vuelco de nostalgia sevillana. Y van a tomar Madrid, como la columna Castejón en octubre de 1936. A propósito de la Columna Castejón. En la historia sentimental y social de las tortas de Inés Rosales, que está por escribir, con su matalahúga y su azuquita por encima de las páginas del libro, se cuenta que las tortas de Castilleja salvaron la vida de un empleado de Banca en Morón. Era un empleado de la sucursal del Banco Hispano Americano, como la que se encontró Sabina en su canción cuando buscaba a la muchacha del verano anterior. El 25 de julio de 1936, las tropas nacionales de la Columna del comandante don Antonio Castejón Espinosa tomaron Morón de la Frontera, antes de emprender la marcha hacia Madrid. Y los que tomaron Morón sacaron de la sucursal del Banco a este empleado, para ponerlo en las filas de los detenidos. Era un hombre querido y conocido en el pueblo y una señora, precisamente la que vendía las tortas Inés Rosales en la localidad casa por casa, como tantas entonces, entró en la fila de los detenidos, lo cogió y le dijo al que mandaba la tropa: «Este hombre no ha hecho nada y no se lo lleváis». A las tortas de Inés Rosales, y más concretamente a la mujer que las vendía, le debió la vida aquel empleado del Banco Hispano, según relató su nieto a los dirigentes de la fábrica. Es una historia que la coge Juan Eslava Galán y hace una novela...

Como yo quiero hacer ahora no sólo un elogio de las tortas de Castilleja, de Inés Rosales, que ya se fabrican en Huévar, y donde saca empapeladas 300.000 al día, que ya son tortas y que ya tiene mérito vender 300.000 tortas diariamente, hasta directamente en Madrid como quieren, donde te las encuentras de desayuno en muchísimos bares y tienen gran predicamento desde siempre.

Pero hay en la provincia de Sevilla otras, digamos, tortas emergentes, que hasta ahora apenas se conocían más que en su lugar de nacimiento y fabricación, y que afortunadamente, poquito a poco, como avanzan los palios, sobre los pies, están conquistando el marcado y ya te las encuentras en muchísimos sitios de Sevilla. Me estoy refiriendo a las finísimas y delgadísimas Tortas de Alcalá, que yo conozco y venero en la advocación de San Mateo, aunque también las hay de San Joaquín, la confitería que en esta fechas hace sus delicadísimos mantecados de Viena, que son como niños cantores de la Navidad en el paladar. Las tortas de Alcalá tienen de ventaja sobre las de Castilleja que, como son tan finas, como obleas dulcísimas y sabrosísimas, te comes tres o cuatro y te parecen pocas. En cambio te zampas tres tortas de Castilleja de un tirón y te llaman glotón. Ante una caja de Tortas de Alcalá no hay quien resista la tentación de comerse más de dos y más de tres. Sin encomendarse ni a San Mateo, el Patrón de Alcalá, ni a San Joaquín, el templo confitero de las bizcotelas maravillosas.

Yo estaba por proponer una "joint venture" para la exportación entre las tortas de Castilleja y las de Alcalá, para venderlas por el mundo conjuntamente; las primeras en su papel liado a mano, de artesanía, las segundas en su caja milagrosa, que es como un cofre del tesoro que hasta ahora guardaba para sí misma, sin venderlas fuera, la Ciudad de los Panaderos. No se iban a liar a tortas precisamente, sino todo lo contrario. Con esos dos prodigios de la confitería sevillana, nuestras cifras de exportación subirían a cotas tan altas como lo más empinado de la Calle Real o como la ermita de la Virgen del Águila y el castillo con el recuerdo de los cantes de Joaquín el de la Paula. Castilleja y Alcalá, dos grosores de tortas distintos, un único sabor sevillanísimo verdadero.

 

 

 

 

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