ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  9 de febrero de 2019
                               
 

Quejío para Távora

En el museo de la nostalgia que son las paredes de Casa El Manteca, en el gaditano y viñero Corralón de los Carros, entre papeles de estraza con chicharrones y manzanilla servida en una cafetera helada, hay enmarcadas muchas viejas fotos del toreo. En una de ellas, vestidos de corto para una faena de campo, sabe Dios en qué tentadero, hay un grupo de aficionados con los capotes en la mano. Está el propio Pepe el Manteca, que quiso ser torero. Está Curro Romero. Y está Salvador Távora. El que había sido aprendiz y soldador de Hytasa estaba junto al que había sido mancebo de una botica de Camas, cada uno con su sueño. Távora, siempre en las claves de la cultura popular más profunda de Andalucía, lo cumplió, y se placeó como novillero en Utrera y Ubrique y hasta debutó en Sevilla. Y aunque Rafael el Gallo lo apadrinó y le hablaba a todo el mundo de aquel muchacho agitanado del Cerro del Águila, no pudo alcanzar la gloria de la alternativa. Fue entonces, siempre en el sueño del toro, cuando se colocó de sobresaliente de espada con el caballero rejoneador don Salvador Guardiola Domínguez. Hasta aquella trágica tarde del 21 de agosto de 1960 en la plaza de Palma de Mallorca, cuando un novillo de la ganadería de Miguel Muñoz Aguilar, al ir a clavarle el rejón de muerte, arrolló a la jaca de Guardiola y lo tiró al suelo, partiéndole la base del cráneo y matándolo. A Salvador Távora, como sobresaliente de espada, le tocó la rabia de tener que dar muerte al novillo que había matado a Salvador Guardiola. Y fue aquella misma tarde cuando decidió cortarse la coleta torera para siempre.

Sonaría en su memoria un fandango de su admirado Bizco Amate, el que cantaba poro los estribos de los tranvías del Cerro pidiendo la voluntad, porque Távora entonces soñó por otros caminos del arte. Por la canción. En los tiempos de Bambino de Utrera, yo lo escuché en El Oasis meter canciones del momento por su compás flamenco festero, del que andaba sobrado, y quitándose al final la chaqueta y echándosela al hombro. Por ese camino de la canción y del cante llegó Távora a su definitivo gran sueño, al que entregó su vida, su juventud, su ilusión: el teatro. Con el Teatro Estudio Lebrijano y de la mano de Alfonso Jiménez, crean "Quejío", un nuevo teatro andaluz con toda la grandeza de nuestras formas de expresión, que triunfó en el Festival de Nancy. Y así nació La Cuadra, tomando el nombre del bar bohemio, entre cantes de Utrera, canciones francesas y libros de Ruedo Ibérico, que mantenía Paco Lira en Nervión. Távora, autodicacta, soñador, inquieto, siempre buscando la belleza y la novedad en la expresión, creó una forma personalísima de hacer teatro, en la que lo mismo una banda de cornetas y tambores interpretaba "Carmen" que una hormigonera hacía el compás a una canción que escuchamos todas las Pascuas en las zambombas flamencas sin que nadie sepa que es suya, la de "Nana de Espinas". Salvador Távora traía el teatro griego a nuestro lenguaje expresivo, al Minotauro interior de sus sueños de torero, o ponía en nuestras claves de ida y vuelta el mundo de García Márquez.

Y su capacidad de ilusión. Távora te hablaba siempre del proyecto de su nueva obra como si fuera la ilusión de su primer paseíllo como novillero con caballos. Cambió las luces del vestido de torear por las de las candilejas de una forma personalísima y creadora de hacer teatro, inconfundible. Creó su propio mundo en las viejas naves de Hytasa, donde había sido soldador, donde comenzó a manejar las herramientas de su arte, con un fondo de fandangos del Bizco Amate. Cada Navidad, ritualmente, recibía su llamada para felicitarme las Pascuas. Como un negro presagio, este año pasaban los días y no me llamaba. Busqué sus teléfonos en viejas agendas de la amistad y me salía la frustración de "este número no corresponde a ningún abonado". Hasta que una tarde, antes de Reyes, sonó el teléfono y era la voz ya cansada y quebrada del viejo soñador de las artes andaluzas, que me llamaba como cada Navidad. Aquella tarde, al colgar, tuve el presentimiento de que escuchaba el último "quejío" de Salvador Távora, en el pellizco de la muerte. Que las candilejas de tu teatro andaluz por los cuatro costados te den, querido Salvador, la luz eterna de la memoria de los cabales.

 

Correo Correo Si quiere usted enviar algún comentario sobre este artículo puede hacerlo a este correo electrónico

         

 

 

                                      Correo Correo            

Clic para ir a la portada

¿QUIÉN HACE ESTO?

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio