ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  2 de marzo de 2019
                               
 

Blancos clarines de olor

La otra mañana estaba toda La Palmera que parecía un naranjal de Palma del Río. En largas escaleras, a mano, con una especie de macaco olivarero de apañar aceituna de verdeo colgado en bandolera, no de palma, sino de lona de plástico, varias cuadrillas de hombres recogían las naranjas amargas que tenían como de oro los árboles de todo el paseo. Porque igual que Paseo de la Palmera podíamos llamarlo Paseo de los Naranjos, como el patio catedralicio ahora convertido en lonja de máquinas vendedoras para los turistas. No sé si se han fijado, pero en La Palmera, oh, las dualidades de Sevilla, nuestras contradicciones maravillosas, hay bastante más naranjos que palmeras, y más después que les haya pegado un descaste y entresacado buenos la plaga del picudo rojo.

Me imagino que pensaría lo que yo todo el que pasara por La Palmera y viera a las cuadrillas recogiendo las amargas naranjas que la hermosa leyenda cuenta que descubrió el Duque de Wellington cuando vino en la Guerra de la Independencia a ayudarnos a expulsar a los gabachos expoliadores de cuadros de Murillo, y que desde entonces sirven para hacer la mermelada inglesa de los desayunos en el Palacio de Buckingham. Y hay como un añadido de esa leyenda, no sé si cierto, que cuenta que desde entonces, cada año, el Ayuntamiento mandaba (porque dudo que lo siga haciendo) unos sacos de naranjas amargas de los jardines del Alcázar a la Corte de San Jaime para que le hicieran mermelada del desayuno al Rey de la Gran Bretaña.

A lo que iba: a los hombres recogiendo las naranjas de los árboles de La Palmera, que estaban "acolapsados" de dorados frutos, y que, al verlos, todos pensaríamos igual:

-- Menos mal que recogen las naranjas. Así brotará mejor el azahar.

Al sevillano le entra una preocupación terrible, como si los árboles fueran suyos (que lo son) cuando llegan estas fechas y ven que no han recogido añun las naranjas. Para el sevillano percibir por vez primera cada año, como una sorpresa, la fragancia del primer naranjo en flor es el mejor anuncio del "esto ya está aquí". Y lo curioso es que le gusta presumir de haber sido el primero. Como Luis Miguel Dominguín tras yacer con Ava Gadner, le gusta correr a contarlo, para presumir ante la familia o los amigos:

-- Anoche ya olí el primer azahar.

Lo malo es que siempre hay un aguafiestas que le estropea su dicha, pues le contesta, con mucha superioridad:

-- ¡Buenoooo! Pues yo hace ya lo menos tres días que lo vengo oliendo en las calles del Barrio León.

Les confieso que aunque creo que tengo buen olfato para las cosas de Sevilla, este año aún no lo he olido. Pero he visto su olor. Tal como suena. Mi contraguía en sevillanidad don Julio Domínguez Arjona ha subido a las redes la hermosa foto de un naranjo ya completamente florecido, y le ha puesto a su imagen un hermoso pie: "El azahar, los clarines anunciadores de la Cuaresma". Al leer lo de "clarines", me acordé de la muy citada frase de Luis Cernuda: «Para un andaluz, la felicidad aguarda siempre tras de un arco». Y como en el soneto de Cervantes al túmulo sevillano de Felipe II, me atrevería a ponerle un estrambote a la frase cernudiana: "La felicidad aguarda siempre tras un arco...tras escuchar clarines o cornetas". Clarines de la Plaza de los Toros, de las Lágrimas de San Pedro, de los Laudes de la Pura y Limpia, de los Gozos de Señá Santa Ana, o cornetas de los bandos de La Majestad en Público, de las procesiones de gloria, de los ensayos de la Centuria Macarena. Todas esas cornetas de la felicidad, esperando las definitivas de la Semana Santa, son las que nos suenan en los blancos clarines de la flor de los naranjos. Que este año, como la Semana Santa cae tan alta que el Domingo de Ramos es (lagarto, lagarto) el 14 de abril, hasta cumplen la función de la emoción de ver al primer nazareno, cuando todos volvemos a ser niños. Como este año vamos a tardar tanto en ver al primer nazareno, tiene doble emoción oler el primer naranjo en flor. Esas flores blancas harán este año las veces de heraldos del blanco nazareno de la Borriquita, del Porvenir o de La Cena.

 

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