ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  23 de marzo de 2019
                               
 

La Divina bailarina de Juanita Reina

Ya saben mi vieja tesis: en gran parte, Bécquer no ha muerto. O al menos sus leyendas. Sevilla sigue todos los días escribiendo leyendas póstumas de Bécquer. Si le quitamos a Sevilla la leyenda y nos quedamos con la frialdad de la Historia, ¿qué nos queda? Una ciudad sin alma, sin corazón, sin fantasías, sin vencejos en la cabeza. Algo así como Alemania con Cruzcampo en vez de Paulaner como cerveza. La legendaria ciudad que fundó Hércules en persona tiene siempre unos eternos enemigos: los historiadores. Que vienen los tíos con el legajo en la mano (que suena a premio en el habla trianera o de Los Humeros) y te dicen que esa leyenda es falsa: que el Hombre de Piedra no es tal, sino el torso de una escultura romana; que el Gran Poder nunca llamó en la Santa Misión de 1958 a la puerta de aquel padre que, tras la muerte de su hijo, renegó del Señor y dijo que si quería verlo, que fuera por su casa, que no pensaba volver más por San Lorenzo; que Santas Justa y Rufina no sostuvieron a la Giralda cuando el terremoto de 1755; que San Fernando no le cosió a la Virgen de los Reyes de los Sastres el manto que le había roto una saeta de los moros a los que todavía no les había ganado Sevilla para el Cristianismo y la civilización occidental. Así que hecho por delante, como los malos toros las manos, estas precauciones de los historiadores, no vaya a ser que la becqueriana leyenda que contar quiero venga cualquiera de ellos y me la tire por tierra. No les echen cuenta: hay historiadores que no tienen paladar.

Se han cumplido veinte años de la muerte de Juanita Reina. Corrijo: de Doña Juana Reina. Como me dice su hermana Loli, yo soy reinista de la R a la A. En los años 40, los de Quintero, León y Quiroga por un lado y Ochaíta, Valerio y Solano por el otro, había estas dos Españas en los teatros, más otras dos: la de Conchita Piquer y la de Juanita Reina. La una era Valencia; la otra, Sevilla. No sólo Sevilla, sino barrio de la Macarena puro, calle Parras, calle Huerto, Los Callejones, Escoberos, el Arco, el recuerdo de Casa Cornelio, el verde terciopelo y el merino diseñados por Rodríguez Ojeda y las mariquillas que regaló Gallito a la Esperanza, antes que con lo de Talavera se quedara sin poder ofrecerle también unos varales de oro. Y más macareno que Juanita Reina no había nada. Escucharle su Salve Macarena de Quiroga y Rafael de León es de repeluco. Y la historia de la Hermandad está llena de detalles de Juanita con la Esperanza. Fue su camarera de honor y una preciosa leyenda (no me la vayan a destruir, por favor) asegura que el pelo de la bendita imagen de la Esperanza es el que se cortó Juanita Reina para ofrecérselo. No había Jueves Santo en la basílica sin Juanita cambiando su "Capote de grana y oro" por el vestido negro de su mantilla, de la misma color que el crespón que le pusieron a la Giralda cuando aquella tarde por Gelves venía el río teñío con sangre de los Ortega.

Pero se me ha venido a la miente en estos veinte años sin Juanita Reina la leyenda becqueriana y macarenísima de una verdad de su arte y su devoción. Juanita llevaba cada temporada por todos los teatros de España grandes espectáculos con su compañía, con su repertorio nuevo de canciones y con grandes artistas, bailaores, cantaores, guitarristas, recitadores. Y un gran ballet flamenco. Y dicen Narilargo y Rascarrabias, los duendes de la muralla macarena, que en ese ballet flamenco estaba apuntada en los números de contaduría como una componente más del elenco una bailarina llamada Esperanza, sin más nombre artístico en los libros de cuentas. Sólo Esperanza. Que todos los días cobraba su sueldo. Los que tenían acceso a los papeles de la compañía echaban las cuentas, contaban las bailarinas del ballet, y no les salían. No sabían quién era esta misteriosa Esperanza. Pero Esperanza cobraba todos los días los sueldos de sus dos funciones, la de tarde y la de noche. Nunca se supo el secreto, nadie conoció la clave, pero la verdad es que Juanita Reina llevaba en el elenco de cobro de su compañía a Esperanza, una Divina bailarina de su barrio de la Macarena, que vivía junto al Arco. Aquella Esperanza a la que Juanita Reina le pagaba todos los días su jornal no era otra que la Madre de Dios Sentenciado, la Virgen de su Hermandad de la Macarena. Me parece que sólo Miguel, su padre, estaba en el hermosísimo legendario secreto que a los veinte años de su muerte me han contado los duendes de la muralla.

VIDEO  CON LA VOZ DE JUANITA REINA: "Esperanza y Macarena", de León y Quiroga

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