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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de junio de 2019
                               
 

Dos bodas

Hay que ver la que han liado Sergio Ramos y Pilar Rubio para que no hablemos de la boda de Belén Esteban con Miguel Marcos. Que se escribe así, Miguel, pero se pronuncia "Míguel". Y, a su vez, hay que ver la que han liado Belén Esteban y Míguel para que no sigamos hablando de las mamarrachadas de la boda de Sergio Ramos, para la que fue cerrada al público, como alquilada, nada menos que toda una Catedral de Sevilla y cortada la circulación en media ciudad y parte de la otra media. En España la nupcial es una industria como otra cualquiera. No, mejor que cualquiera. En ella no ha habido reconversión industrial, ni manifestaciones, ni Puentes Carranza cortados, sino todo lo contrario. Es como una industria subsidiaria del turismo que a tantos da de comer. Como en el viejo anuncio de las fotos de Kodak y las vacaciones: ciudad turística sin bodón es plaza desaprovechada para los hoteles y restaurantes a rebosar. Bueno, existe otra industria subsidiaria del turismo, a la que no damos importancia: José Tomás. Ciudad donde José Tomás se digna torear con los cuatreños elegidos que trae poco menos que bajo el brazo, para que no haya sorteo ni problemas, es ciudad donde no encuentras una habitación de hotel ni mesa en un restaurante.

Las bodas de Sergio Ramos y de Belén Esteban me plantean un problema bastante difícil: ¿a cuantas bodas del siglo estamos saliendo por año? Pero entre las dos bodas citadas, me quedo con la de Belén Esteban, tras ver el desfile de mamarrachos de medio pelo que fue la de Sergio Ramos. Y en una Catedral cuyo Cabildo había dado días antes estrictas normas para que las turistas no entraran en tirantas ni en shorts, las invitadas iban poco menos que con las "poatrines" fuera, medio desnudas algunas, otras como la presentadora de los trajes transparentes de la Nochevieja. Un escándalo, por el maldito parné que cogieron en la Catedral de Sevilla, que hasta la cerraron al turismo. De esa barahúnda de mediocres millonarios a costa del pelotín (como decía "La Codorniz"), solamente salvo a dos señores completamente normales, que iban como Dios manda para una boda católica en una Catedral: los padrinos. El padre de la novia y la madre del novio iban de señores normales pero bien, con la gala precisa y no con el chaqué color berenjena sin calcetines de Joaquín el del Betis.

En cambio, veo la boda de Belén Esteban (porque no ponen en la tele otra cosa desde hace un montón de días) y observo a las invitadas, y van vestidas con tal recato y respeto, que parece que el casamiento fuese en La Almudena, no en una de esas fincas de los alrededores de las ciudades donde han sustituido la producción agraria por los ingresos nupciales, que dan más dinero. Ninguna va enseñando pechera ni sus carnes morenas, sino respetuosamente tapaditas, que están más guapas. Porque hay que ver las lorzas que quedaban al descubierto en las medio desnudeces de la boda de Ramos en la Catedral sevillana... Sin necesidad de Catedral ni de Capilla Real donde esté enterrado un Rey de Castilla, los invitados a la boda de Belèn Esteban iban de un clásico nada escandaloso, digno de todo elogio. ¡Y eso para ir al campo, como si fueran de merendola a una finca! Respeto se llama la figura. E inteligencia quizá de la novia, a la que admiro. ¡Qué cabeza tiene esta señora! Por tener una hija con un torero de Segunda B supo hacerse famosa. ¡Anda que si llega a ser madre de una hija de Juan Belmonte o de Joselito el Gallo, la que lía! Y luego, el secreto mejor guardado: su vestido de novia. Ni Comisiòn de Secretos Oficiales en las Cortes, ni CNI, ni CIA, ni nada. El secreto mejor guardado de España ha sido el traje de novia de Belén Esteban. A cuyas invitadas felicito, por no dar el escándalo indumentario lamentable de las convidadas de Sergio Ramos, medio desnudas en toda una Catedral Patriarcal y Metropolitana.

 

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