ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 16 de octubre de 2019
                               
 

Ensoñaciones

Anoche, que se fallaba el Planeta, me acordé del título de la novela con que el catalanísimo y ya casi olvidado Terenci Moix ganó el premio en 1986: "No digas que fue un sueño". Me parecía como si desde una pirámide del antiguo Egipto de sus amores estuviera el querido Terenci diciéndoselo al Tribunal Supremo tras la sentencia contra los rebeldes separatistas del golpe independentista, a los que ahora les ha puesto el mote de condenatorio de sediciosos. Dice el Supremo que todo aquello del referéndum ilegal, de saltarse la Constitución, de la declaración de independencia y de la virtual ruptura de la Unidad de España (que salvó un discurso providencial de Su Majestad) fue "mera ensoñación". No, señores magistrados del Supremo; no, admirable juez Marchena. Aquello no fue "una mera ensoñación". Y si fue una ensoñación, lo ha dejado todo que ahora es una pesadilla.

Nos creíamos, ilusos, que con la sentencia contra los golpistas se iba a terminar el problema del separatismo catalán. Y ahora es cuando empieza el baile. Ante el resto de los españoles que no vivimos en Cataluña nos aparece el problema en toda su crudeza. Pensamos que la aplicación del artículo 155 de la Constitución tampoco es la solución, al menos si es sin aditivos, conservantes ni colorantes como se impuso tras aquel verdadero golpe de Estado del prófugo Puigmemont. No es una ensoñación que viajar hoy mismo a Barcelona desde Madrid o desde Sevilla sea una aventura que ni que fueras a la Amazonía o al recorrido antiguo del París-Dakar: no sabes qué te vas a encontrar por tierra, mar y aire en las estaciones y aeropuertos. No es una ensoñación contemplar a Barcelona convertida en un campo de batalla por los radicales de los CDR que me aseguran que, paradójicamente, manda el mismo que a los Mozos de Escuadra que tratan de evitar sus tropelías: Torra, el presidente de la Generalidad.

A la hora en que escribo no se ha producido la ensoñación en la que tenemos depositada la esperanza muchos españoles: que el presidente en funciones se reúna urgentemente con PP y Cs, con los llamados "partidos constitucionalistas", para adoptar una política fuerte frente al separatismo que no sólo no ha cesado con la sentencia del Supremo, sino que se ha emberrechinado más todavía, quién sabe si animado por las muchísimas puertas que ha dejado abiertas o que ha abierto directamente la sentencia, ya recurrida por Vox como suavona.

¿Y hubiera solucionado el problema una sentencia de rebeldía? A la vista de los acontecimientos, lo dudo. Aunque la sentencia le hubiera dado la llave de las cárceles a los condenados (como de hecho se la ha entregado, por la competencia de la Generalidad en materia penitenciaria), se hubiese arreglado el problema. Que viene de lejos, de cuando Zapatero dijo alegremente que Madrid aprobaría sin rechistar cuanto decidiesen en Barcelona. Que es lo que, de hecho, sigue haciendo Sánchez. ¿Dónde y cuándo esa reunión de Sánchez con Casado y con Rivera, en la que viésemos la imagen de que España está en pie frente a quienes quieren destruirla? Todo lo que estaba mal se está empeorando hasta el infinito. Y ahora, además, no puede (ni debe) hablar el Rey, porque, exhumado Franco, van a por él y a por la Corona.

Que los españoles nos levantemos pensando "a ver qué tropelía tienen organizada para hoy los independentistas siempre insatisfechos" no es una ensoñación. El "café para todos" no fue una solución, porque no tenemos tampoco a una España unida frente a los separatistas, que nos hubiera dado las fuerzas que faltan o que no se atreve a tener el Gobierno de Madrid, aunque para tantas otras demagogias sea provisional. Zapatero no estaba en funciones y ya ven la zapatiesta que nos ha dejado.

 

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