ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 18 de octubre de 2019
                               
 

La sonrisa de Howard

Como al Piyayo, a chufla toma la gente a Howard Jackson, el negro zumbón que desde hace veinte años vende pañuelos en el semáforo de la antigua estación de la Plaza de Armas. Dicen que andamos escasos de personajes populares callejeros. Es porque no tenemos en cuenta a este inmigrante liberiano. Más popular y más callejero no puede ser. Por el ingenio y la gracia de sus disfraces. ¿Que es Navidad? Pues se viste de Papá Noel. ¿Que son ya los Reyes Magos? Pues se disfraza de Baltasar, que es de lo que debería salir con todos los honores un año en la Cabalgata del Ateneo, del mismo modo que el primer Rey Negro que sacó el propio Izquierdo cuentan que era un betunero negro que había en el Llorens, entonces café, casinillo y sala de juegos. ¿Que es Semana Santa? Pues en honor de la Centuria Macarena, Howard se viste de romano. Y fíjense si será listo y respetuoso con Sevilla que con la cantidad de disfraces que se ha puesto, ni se le ha pasado por la imaginación tirar de capirote de nazareno, porque sabe que eso es sagrado. Parece que tuviera en su casa todos los disfraces de Casa Cornejo. Un día aparece de Cleopatra, otro de bailarina de ballet, otro de gran jefe sioux, y hasta de Bob Esponja me cuentan que lo han visto, siempre ofreciendo sus pañuelos a los coches que paran en el semáforo camino del Puente del Cachorro o de la calle Torneo.

Y siempre con una sonrisa. Da igual que le compres un paquetito de pañuelos de papel o no, que le des el euro o no. La sonrisa de Howard Jackson es de sesión continua. Llevar veinte años sonriendo en el semáforo de la Plaza de Armas, ganándose la vida honradísimamente, poniendo su alegría de saltos y carreritas, a lo Vicente del Canasto, entre los coches, con sus pañuelos de papel, es mérito más que suficiente para que le hayan concedido a Howard con todos los honores la nacionalidad española. A la puerta del Registro Civil donde juró la Constitución, se disfrazó de Marujita Díaz, envolviéndose en la "banderita tú eres roja", y se puso a cantar ese apócrifo himno patrio que se usa de los partidos internacionales de fútbol: "Yo soy español, español, español". No sólo español, respetado Howard. Usted es además, y por los cuatro costados, sevillano. De toda sevillanía. Ya le he puesto en la nómina ilustre y casi cervantina del negro del Llorens primer Rey Baltasar de la Cabalgata y de Vicente el del Canasto, que frecuentaba mucho el lugar donde usted, admirable Howard, se gana la vida con su ingenio y su sonrisa. Siempre con su sonrisa. Nadie le ha visto un mal gesto cuando, sin bajar siquiera el cristal de la ventanilla, le decimos bajo la lluvia o el solazo que no queremos sus pañuelos de papel.

Citaba al Piyayo al principio, pero aunque a chufla se tome la gente a este Howard Jackson que ya tiene la nacionalidad española, a mí me ha causado un respeto imponente conocer su historia, contada ayer admirablemente en ABC por Silvia Tubio. Howard fue un "niño de la guerra" de su Liberia natal, arrancado de su familia para llevarlo a la muerte. Se libró de ella, huyó a Guinea-Bissau, anduvo media África, fue detenido en Argelia, volvió a huir y por fin llegó, a los tres años, a Melilla y de allí, directamente, a su puesto de sonrisas en la Plaza de Armas. Howard Jackson no vende pañuelos en la Plaza de Armas: vende sonrisas en un mundo tenso y amargado. Por eso, como El Piyayo, me causa un respeto imponente este nuestro ya compatriota español. Frente al drama de la inmigración ilegal y los problemas de la delincuencia que origina en muchas partes, el ingenioso trabajo que Howard se buscó para ganarse las habichuelas. Se libró de la muerte en Liberia y se gana en Sevilla la vida y el respeto y la simpatía de todos. Sus blancos dientes como de "El cantor de jazz" subrayan en su negritud esa continua sonrisa. No la vaya usted a perder al haber obtenido la nacionalidad de esta convulsa España, Howard. Que todos sus sueños se cumplan. Que siga usted estudiando Derecho y que llegue, como quiere, a juez. Y que siga repartiendo sonrisas como caramelos de un cotidiano Rey Negro en la Cabalgata de su dignidad y su honradez en su trabajo de la Plaza de Armas.

RECOMIENDO LEER: LA HISTORIA DE HOWARD JACKSON, POR SILVIA TUBIO

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