ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 22 de octubre de 2019
                               
 

Despeje para Ventura

No creo que haya habido en la historia de la plaza de toros de Sevilla un alguacil que viviera tan cerca del patio de caballos como Ventura. Como Buenaventura Pérez Casquero, que, ay, ha hecho su último despeje, el de la vida, ya a los muchos años de haberse retirado como alguacil y dedicado al mostrador de la taberna de su familia en la esquina de la mismísima Puertalarená: Arfe con la calle del Áncora y Adriano. Cuando estaba en activo en la Caballería de la Real Maestranza, el de Ventura, con sus fotos taurinas, con su sabor a eterna tarde de corrida, con sus tapas tan clásicas, era "el bar del alguacil". En los retruécanos de Sevilla, ya retirado, pasó a ser, tras la barra, tras el honroso mostrador de tasca del barrio de toda la vida, tan señor, "el alguacil del bar".

Ahora que se nos ha ido, yo recuerdo a Ventura en su caballo haciendo el despeje antes del paseíllo en aquellos años de oro de Espartaco como cabeza del escalafón, de Curro Romero en las rituales citas con su plaza, de Rafael de Paula trayendo las palmas por bulerías de Jerez con un capote de vueltas azulinas. Ventura alternaba con otros dos alguaciles ya históricos: con José Trigo y con Joaquín Zulueta "Quini", el padre de los actuales. Era quizá el único alguacilillo de Sevilla que no tenía nada que ver con Alcalá de los Panaderos, sino con las raíces de inmigración del barrio del Arenal, las que trajeron a Trifón Gómez como aprendiz, desde la Montaña, a la Tienda del Reloj que marca el meridiano exacto de las cofradías de Triana o de las que vuelven al antiguo centro señorial de la ciudad, de La Estrella a la Quinta Angustia.

Como dijo Paco Correal, "si quitaran los establecimientos que fundaron gentes procedentes de La Montaña o de Castilla, media calle Arfe desaparecería". El bar del alguacil que ahora se nos ha ido a entregar las dos orejas al Triunfo de la Cruz sobre la Muerte que representa La Canina, fue fundado por su padre, por Ventura Pérez Sánchez, que vino desde Velilla (Palencia). Ventura padre había empezado a trabajar en un bar de Triana hasta que en 1944 encontró esta esquinita del Arenal con vivienda en los altos, donde nacieron sus hijos, Buenaventura el alguacil, y José Luis Pérez Casquero. Como las del caballo del paseíllo, a la muerte de su padre tomó Ventura las riendas del bar, que ahora llevaban ya sus hijos Ventura, Raquel, Cristina y Patricia.

Con Ventura se nos va no solamente parte del barrio, sino parte de la historia de la plaza de Sevilla en los finales del siglo XX. Aún lo estoy viendo con su bigote como de película del Oeste, tan alto, tan bien plantado en su caballo. ¿Cuántos paseíllos como alguacil, hasta que vino la guasa con el niño de Canorea y la empresa prescindió de él,, hizo Ventura con Curro Romero como cabeza del cartel del Domingo de Resurrección, cuando parecía que acababa de pasar la Esperanza de Triana por la esquina de su taurinísimo bar de las tertulias al acabar la corrida, de la impaciencia del que ha que quedado citado allí con el que trae las entradas y no acaba de llegar, de los guiris sentados en los veladores viendo un espectáculo que, Adriano aparte, parece que es la función de un circo romano?

Ay, muerte, qué racha más malita llevas por el barrio. Cuántos símbolos del Arenal te estás llevando. Primero fue una gran sanluqueña, doña Carmen Gil Otero, esposa de un alemán de la calle Adriano, de don Otto Moeckel, y madre y molde villalonesco de fundir baratilleros. Luego, en la otra esquina de Ventura, te llevaste adonde el nombre de su pastelería a Paco Vega, el de Los Ángeles, que ya estará con ellos dándoles sus tocinos de cielo. Ahora, ay, muerte del Arenal, te has llevado a Ventura, el que tantas orejas entregó en el albero, tan cerca de su casa. Un tabernero orgulloso de su oficio, un señor, con la justa dosis hispalense de malaje, amigo de sus parroquianos, educado y atento con todos los que entraban en aquel minúsculo templo torero donde, ay, ha tenido que hacer el despeje de la vida porque el Divino Presidente sacó su pañuelo desde el alto palco de los cielos y dijo que era ya la hora de que sonara el cerrojazo.

 

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