ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  1 de noviembre de 2019
                               
 

El Mes Romero Murube

Noviembre. Humo de castañas asadas por las esquinas, mientras algunos impacientes naranjos se han puesto en flor y hay calles donde huele fugazmente a Semana Santa. Hoy, día de Todos los Santos. Mañana, de los Difuntos. Este año, en el mes de los muertos, recordamos a un grandísimo sevillano, que durante toda su vida entonó una larga "Pavana por una ciudad difunta": Joaquín Romero Murube. El día 15 se cumplen 50 años de la muerte del poeta de "Señores, tengo una novia/en el aire de Sevilla". Un enamorado defensor de la ciudad. En otros lugares, como el Año Lorca o el Año Velázquez, hubieran declarado el Año Romero Murube, a los 50 años de su muerte, que bien se lo merecía por su amor a Sevilla. La conmemoración será como "las cosas de Joaquín", llena de medida, de canon, de ritmo, como sus poemas de "Tierra y canción". Por recordarlo no va a quedar. Celebrarán estas bodas de oro de Joaquín Romero con la muerte, pero no con el olvido, del Ayuntamiento de su tierra natal de Los Palacios a su Hermandad de la Soledad o la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, donde fue académico electo, pero nunca numerario. Joaquín murió sin leer su discurso de ingreso en Buenas Letras. Dicen que por enemistad con su entonces director, el poderosísimo e influyente canónigo y capellán real don José Sebastián y Bandarán, que desde su casita de la calle Pimienta mandaba casi todo en la estancada Sevilla cultural, y si quieren ver un símbolo, miren el famoso cuadro de Alfonso Grosso, "Los patronos del Museo". ¿Cómo hubiera sido el discurso de ingreso de Joaquín Romero en Buenas Letras? Para mí que su ensayo histórico sobre el Asistente Bruna fue aquel discurso que nunca llegó a pronunciar en los bajos del Museo, donde entonces estaba la Academia de Buenas Letras, antes de que con Florentino Pérez Embid y tras los derribos de la Plaza del Duque, como compensación por aquellos cielos perdidos de la casa de Sánchez Dalp y del palacio de los Guzmanes y del antiguo jesuítico Colegio de San Hermenegildo, Ramón Areces el del Cortinglés pagó el traslado de las Academias a la Casa de los Pinelo, que era entonces la Pensión Don Marcos.

Sé la de ciclos sobre Joaquín Romero que afortunadamente se van a celebrar, todos en torno al día 15 de este mes. Algo muy sevillano: una bulla de conmemoraciones. Aquí hasta que no te mueres no eres nadie, y nada digo si de eso hace 50 años. Sí, 50 años de Joaquín ya. Lo recuerdo como si fuera ayer. Como alumno en prácticas, becario que se dice ahora, hice la información del entierro de Romero Murube, que pueden ver en la colección de ABC si entran a buscarla en Internet. No estaba en el Apeadero su Volkswagen negro junto a la carroza montpensierana de la Sacramental del Salvador. Lo llevaban al funeral en El Sagrario. Era un día triste. Tan triste como el propio Joaquín, sevillano serio, hondo, cabal. Murió tras una última cena que algunos recuerdan, organizada por Jaime García Añoveros en su casa y a la que asistió también don Manuel Olivencia. Qué tríada sevillana: Añoveros, Olivencia, Romero Murube. La cena era para preparar la edición de un libro que iba a promover José Antonio Muñoz Rojas en la Fundación del Banco Urquijo, "Sevilla, biografía de una ciudad", y en el que iban a participar, con los dichos, el profesor José Guerrero Lovillo y el historiador Francisco Aguilar Piñal.

Menos mal que Sevilla no se olvida del que se enamoró de su aire y la defendió de la destrucción, jugándosela, desde su exilio interior en el Alcázar del que fue conservador. Ojalá de este Mes Romero Murube en el cincuentenario de su muerte nos quede la reedición divulgadora de esas obras cuyas títulos todo el mundo cita, como "Los cielos que perdimos", y muy pocos han leído. Y ojalá se salve en Los Palacios la maravilla de su recreo de "La Noria", con aquellos jardines que llevaban su huella y eran como cien gramos de los suyos del Alcázar, donde me encontré con su cercano recuerdo de "Pueblo lejano" cuando estaba maravillosamente conservada y era propiedad de Luis Ramos Paúl.

 

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