Yo tengo una foto vestido de marinero en la que estoy con el prolífico imaginero, escultor, restaurador, pintor, cartelista y dibujante, inspiradísimo siempre, Antonio Dubé de Luque. Y no porque, siendo los dos del mismo año de cosecha sevillana, hiciéramos la mili juntos en la marinería embarcada en el destructor "Churruca". Sino porque, compañeros de banca en el Colegio de la Doctrina Cristiana de la calle Guzmán el Bueno y en su patio de pilistras y niños de babi en fila y niñas con el largo velo blanco arrastrándoles por la espalda hasta el mármol, alumnos de la Hermana Matilde y de la Señorita Benita, "vamos, niños, al Sagrario", lectores por turno de "La emoción de España" de don Manuel Siurot, recitadores de memoria del Catecismo Ripalda, (¿verdad, Vicente García Caviedes; verdad, Curro Sánchez Blanco?), hicimos juntos la primera comunión en la capilla de Heliópolis de la congregación fundada por el Padre García Tejero. En esa foto de marineros condecorados por una mancha de chocolate del desayuno, querido Antonio Dubé de Luque, tienes la misma cara de niño que has conservado hasta que tu Virgen de Consolación te llevado a su lado en plena fecundidad creadora de tu madurez como artista.
Con Antonio Dubé se nos va toda una forma de entender a Sevilla y su religiosidad popular, a la que sirvió con tantas imágenes, tantas restauraciones, tantos carteles, con la aportación de nada menos que una estética alejada de los tópicos y ahondada en la profundidad hispalense en su diseño de la Hermandad de los Servitas. Veía esa cofradía en la calle y en cada varal, en cada insignia, adivinaba el sentimiento de mi antiguo compañero de banca en aquel colegio del cuartito y del cuarto de las ratas donde cada mañana nos llegaba el olor a pan calentito del cercano Horno de Santa Cruz. A Sevilla se le ha muerto un gran imaginero, un gran discípulo del poco valorado Manuel Echegoyán, un gran cartelista, y a mí se me ha ido con Antonio Dubé parte de mi infancia. Teníamos tal sintonía que cuando me echaba la muleta a la izquierda para escribir un artículo de sevillanía, al instante recibía un mensaje suyo, lleno de cariño, de comprensión, de los mismos sentimientos. Me daba ánimos para seguir luchando por esta Sevilla a la que él sirvió como nadie en sus mejores tradiciones cofradieras.
De entre las imágenes que salieron de la gubia de Antonio Dubé, yo me acuerdo ahora de la Virgen de Consolación de la Hermandad de la Sed, en su templo de la Concepción de Nervión. Atrevido como pocos, decidido siempre a pisar, como los buenos toreros de nuestro barrio, los terrenos más difíciles, Antonio Dubé le puso los ojos color azul celeste a esa Virgen de Consolación de Nervión. Cuando me fijé, me acordé de una vieja soleá, de Alcalá creo que es, ¿no, Alberto García Reyes? "La morena que yo quiero/tiene los ojos azules/de tanto mirar al cielo". La Virgen morena de Consolación que talló Antonio Dubé tenía los ojos del color del machadiano azul de nuestra infancia escolar. El azul celeste de la bandera que ponían en lo más alto de la Giralda por la Purísima, cuando mirábamos a la torre escuchando los toques de misa capitular que nos llevaban apresurados para no llegar tarde al colegio de la Doctrina Cristiana. El azul celeste de los seises. El azul celeste de la Pura y Limpia del Postigo. El azul celeste del Dogma del "Bendita sea tu Pureza/y eternamente lo sea" que juntos aprendimos en el colegio y aún nos sigue emocionando cuando lo rezamos con la media verónica final que Sevilla le puso como estrambote a la devota décima: "Por tu Pura Concepción".
Yo sé que no te has ido, querido Antonio Dubé, que tu obra queda entre nosotros. Que nos has dejado los ojos azules de esa Virgen de Sevilla que tallaste con el nombre de Consolación, "Sevilla tiene que tiene..." Sé que no te has ido, querido compañero de banca Antonio Dubé de Luque. Que has dejado por un momento en tu estudio tu gubia y tus pinceles para comprobar que no te equivocaste y acertaste en su imagen: "Que tu Virgen del Consuelo/tiene los ojos azules/de ver de Sevilla el cielo".
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