ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 15 de diciembre de 2019
                               
 

El conflicto

Pues no es mala fórmula para acabar con los problemas. Se le cambia el nombre, como el que desenrosca y sustituye una bombilla fundida y pone una nueva, y listo. Se acabó el problema. Por este procedimiento, el problemazo del separatismo catalán ha terminado para Sánchez, a fin de asegurarse la abstención o el voto afirmativo para su investidura por parte de ERC, de Izquierda Republicana de Cataluña (vamos a llamar a las cosas en español, puesto que en esta lengua escribimos). Habrán advertido que en los últimos días ha dejado de existir el problema de la independencia catalana, el que llevó a la cárcel, condenados por sedición y malversación, a los convocantes y promotores del ilegal referéndum de autodeterminación de infausta memoria. Ya no existe el menor problema con la independencia catalana, pues, ni con la constitucional unidad de España: ahora tenemos sobre la mesa de negociación "el conflicto político" y listo.

Otra vez hemos perdido la batalla del lenguaje. El Gobierno en funciones ha asumido y hecho suyo sin el menor reparo ni resistencia el lenguaje de los separatistas catalanes. En el momento en que no sé si Sánchez, o Ábalos, o Carmen Calvo comenzaron a llamar "el conflicto político", como ellos, a la independencia de Cataluña, empezamos a perder la batalla. Ya han ganado ellos, consigan lo que consigan, logren lo que logren. Esto no es nuevo en España en materia de separatismos de territorios que no quieren pertenecer a la Patria común e indivisible que dice la Constitución, a la que el Gobierno de Madrid convierte en papel mojado con estas concesiones. Las palabras son más importantes que cuanto significan. Usarlas o no, aceptarlas o no, ya forma parte del planteamiento de un asunto: son un sí o un no. Digo que esto de adoptar el lenguaje del enemigo (sí, he dicho "el enemigo", ¿passsa algo?) ya nos ocurrió lamentable y tristemente con la ETA. Que empezó a ganar su batalla en el momento mismo en el que los que ponían la nuca para recibir el tiro de aquellos asesinos comenzaron a usar su mismo lenguaje. A llamar "comando" a las pandillas de pistoleros; "lucha armada" al terrorismo en todas sus variantes; y "cúpula militar" (con lo honrosa que es la palabra "militar") a los capos de aquella mafiosa jarca de criminales.

En Cataluña estamos asistiendo a la segunda edición de la batalla del lenguaje que perdimos con la ETA, que sabe Dios a precio de qué y por cuánto nos vencieron y dejaron de asesinar...porque quisieron y les interesó, no crean que sólo por la acciòn de la Justicia, de las Fuerzas de Seguridad y de la fortaleza del Estado. En Cataluña, de momento, aparte de llamar a la independencia "el conflicto político" ya hemos aceptado que la negociación para la investidura de Sánchez sea llamada "de Gobierno a Gobierno". Esto es, que a los dirigentes de una autonomía española más, como es la catalana, los ponemos a la misma altura que al Gobierno constitucional de la nación. ¿Cómo "de Gobierno a Gobierno"? ¿Pero qué es esto, esta forma de claudicar ante los que quieren destruir nuestro sistema? Será en todo caso la negociación entre el Gobierno del Reino de España y la presidencia y los consejeros de una de sus diecisiete autonomías, que no es lo mismo. ¡Pues nada! Con esto "de Gobierno a Gobierno" reconocemos a Cataluña no sólo la condición de nación, sino de Estado extranjero. Vamos, al cambio, como si negociaran España y Francia. Y más episodios de concesiones y claudicaciones que habremos de ver en esta batalla del lenguaje, en la que nos iremos tragando todos los términos de la jerga del separatismo para que Sánchez no se baje del Falcon. Ah, y mientras, 40.000 euros más para copas y tapas del "catering" a bordo del Falcón. Que ése sí que contamina y del que no se baja el tío ni aunque se lo mande Junqueras. El condenado por sedición que nos ha ganado desde la cárcel la batalla del lenguaje.

 

 

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