ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  25 de enero de 2020
                               
 

Autoridades en El Rinconcillo

Ni al Parlamento Andaluz, ni al salón de plenos del Ayuntamiento, ni al de la Diputación, ni a la Delegación del Gobierno. Nunca nuestras dignísimas autoridades habrán ido a lugar tan serio, histórico, ilustre, antiguo y devoto como El Rinconcillo cuando acudan a presidir el primer acto oficial con los que este tabernáculo del buen beber y mejor comer celebrará sus primeros 350 años. Y desde 1833, en manos del cuidado, el mimo y el mantenimiento de sus moyatosos ritos por parte de la misma familia, los Rueda. Visto desde la esquina de la calle Gerona, como si estuviéramos esperando la salida de La Cena, esto de que las autoridades vayan al Rinconcillo no es ninguna novedad. Vas al Rinconcillo y te encuentras siempre allí con una autoridad. Con una anónima autoridad en el arte de pedir un coronel y una de espinacas con garbanzos mientras pontifica de cofradías. Con una anónima autoridad en el arte de ponerse de tinto hasta la misma corcha mientras recita un poema. Con una anónima autoridad en un hondo problema filosófico, debatido desde la fundación de la casa, cuando, lo que son las cosas de Sevilla, para que se hagan idea del tiempo irreparable que detienen estos hitos, faltaban sólo 50 años para que Juan de Mesa rematara la hechura del Gran Poder, el de las divinas jechuras de Hombre. Digo que en El Rinconcillo te encuentras siempre con autoridades filosóficas que te razonan por qué el pavía de bacalao es superior al de merluza, o viceversa.

Bien orgullosos nos podemos sentir los sevillanos de El Rinconcillo. Dicen que es de la familia Rueda, pero en realidad es un poco de todos nosotros. Muchos lo tenemos como algo propio, y hablamos de su barra, de sus apuntes de tiza sobre el mostrador, de sus azulejos, del mármol de sus veladores, de sus sillas como de café antiguo, de sus tortillas de jamón (ay, las tortillas de jamón) con unción casi religiosa. Al Rinconcillo le han dado ilustre lustre generaciones enteras de moyatosos sevillanos, como poetas a los que les apretaban en la nariz y le salía tinto como si fuera una bota de madera de sus paredes. Ilustres paredes de zócalos de azulejos que han visto lo más excelso y lo más golfo de la noche sevillana. Manuel Barrios, en una de sus novelas, lo sacó como nocturno refugio, casi rayando ya el alba, cuando la ciudad estaba dormida, de las tres P: periodistas, putas y policías. Eran tiempos de persecuciòn de los locales nocturnos abiertos, y los asiduos tenían una contraseña para que les franquearan el camino directo a deshora, contra la prohibición gubernativa. Sobre las ondiuladas persianas metálicas del cierre se arrastraba una moneda, y ese inconfundible ruido era la señal inequívoca de que quien llegaba pertenencía a su círculo de iniciados golfos de la noche, por lo que la persiana era alzada inmediatamente para que, por ejemplo Carlitos, ay, el gran Carlitos, trajera lo suyo de siempre al parroquiano insigne, que podía ser Rodríguez Buzón o Camilo Murillo, el autor de tantas canciones, como "Campanera".

Supongo que cuando las autoridades vayan a El Rinconcillo recibirán los honores de ordenanza de la casa, tributados por el Real, Inmemmorial y Muy Mollatoso Regimiento de Soldaditos de Pavía, que les presentarán como armas sus palillos de dientes. Estarán formados para rendir honores sus cuatro batallones: los dos de soldaditos de bacalao y los otros dos de soldaditos de merluza. Y estará tan heroico e invicto regimiento, naturalmente, mandado por el Coronel. El coronel del cercano cuartelillo de la Guardia Civil que inventó esa medida áurea del tinto, de sevillanísima proporción, a la que dio nombre. Mira que han cambiado cosas... Pues El Rinconcillo, como Curro Romero con su capotillo, ha sido vencedor del tiempo. Allí no hay el menor riesgo de que pongan una franquicia. Es desde hace 350 años el templo de sevillanía de las espinacas con garbanzos, los pavías, las mejores tortillas de jamón de todo el orbe católico. Sevilla cada vez se parece menos a Sevilla, pero El Rinconcillo cada vez se parece más a El Rinconcillo. Es nuestro "Casablanca", mientras una vieja moneda de dos reales con agujerito y el escudo de la Falange se arrastra sobre la ondulada persiana metálica cerrada. Siempre nos quedará El Rinconcillo.

Sobre la historia de El Rinconcillo: "El coronel de los pavías"

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