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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  8 de abril de 2020
                               
 

Luto nacional

El Ministerio de Justicia, más cumplido que un luto en La Rambla (¿o es en Espiel?), se ha apresurado a mostrar su pésame a la comunidad musulmana de nuestra nación, que acaba de perder al presidente de la Comisión Islámica de España, Riay Tatary Bakry, a causa del Covid-19. De lo cual deduzco que en esta como medieval peste que se está llevando por delante a tantos españoles, para el Gobierno hay muertos de primera y de segunda: los que merecen un pésame oficial y los que ni siquiera se nombran. ¿Dónde está el pésame oficial del Gobierno por tanta personalidad relevante en la vida española, o por tantas anónimas víctimas, muertas a causa de la pandemia alertada por la OMS en su momento y no prevenida hasta le interesó políticamente poner en marcha las medidas mínimas de prevención, eso sí, llamando a la Unidad Militar de Emergencias para desinfectar todo lo desinfectable y dejándose ir los necesarios artículos de primerísima necesidad como mascarillas o trajes de protección para el personal sanitario, al acudir tarde y mal a lo que se ha convertido en una triste subasta internacional entre los países afectados por la mayor desgracia que han vivido las actuales generaciones?

De lo que sí estoy completamente convencido es de que Su Majestad el Rey sí que ha levantado el teléfono para expresar personalmente su pesar a más de una familia rota por la muerte de un ser querido que se llevó la pandemia en la soledad de un hospital, sin poder siquiera ser acompañado por los suyos en sus últimos momentos. Entre lo terrible de esta pesadilla, quizá no sea lo menor que no se pueda acompañar en el tanatorio o el cementerio a los amigos tras la muerte de un ser querido, un padre, una esposa, un hijo, una abuela. El Rey habrá llamado a la Comisión Islámica para expresar su sentimiento de pesar, pero seguro que también habrá llamado a decenas de hogares españoles rotos por la tragedia. Los que el Gobierno ignora insensiblemente.

Y es que lo más terrible de este espanto de pesadilla que estamos viviendo es que los muertos han dejado de ser personas para convertirse en un número de las estadísticas. Hay quien escucha el número de muertos del día y el conteo de los que van ya desde que comenzó la tragedia como el parte de la victoria o de la derrota ante la crisis. Con mayor frialdad con que el domingo por la noche oye por la radio los resultados de los partidos de fútbol de Primera División, para ver cómo ha quedado el equipo de sus amores y cómo va en la clasificación para la Champion.

Cuando escribo estas lineas van más de 13.000 muertos por el Covid-19, y a efectos oficiales es como si no existieran más que estadísticamente. En las ruedas de prensa-mitin que se han inventado, siempre de sesión continua en una tele adicta, se habla de este número de muertos como si no fueran personas; como si no fueran 13.000 tragedias familiares en la soledad de que sus deudos ni siquiera han podido acompañarlos, que a veces no les han entregado ni un certificado de defunción y que, otras, a saber cuándo reciben una urna cineraria con sus restos.

¿Cuántos miles de muertos más por el Covid-19 hacen falta para que el Gobierno declare luto nacional por los fallecimientos de españoles en esta tragedia, en este Apocalipsis sin caballos gobernado por una importante colección de ineptos? Mañana es Jueves Santo, y no lo digo a efectos de controles en las carreteras para que la gente no se vaya a su segunda residencia de la playa. Lo digo porque los días más sagrados de la Semana Santa serían buena ocasión para que el Gobierno, a poca sensibilidad que tenga, declare oficialmente, y hasta nueva orden, luto nacional en todo el territorio patrio. Un luto que simbolice el dolor de España ante estos muertos que no son, que no pueden ser, un número en una estadística. ¡Vengan ya esas banderas a media asta con sus crespones negros en toda España!

 

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