ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 19 de junio  de 2020
                               
 

Vuelven los coches de caballos

Me llamó con una inmensa voz de alegría:

-- ¿Tú sabes que han vuelto los coches de caballos? Acabo de pasar por el Archivo de Indias y los he visto en su parada, esperando clientes.

Y de pronto pensé que, entre las muchas cosas que hemos perdido en esta primavera que el domingo acaba (como el Estado de Alarma) están los cascabeles. Esta primavera no hemos escuchado cascabeles de carruajes de caballos en Sevilla. Los de ese primer coche como un primer nazareno que veías, que venía con tiempo para la Exhibiciòn de Enganches de la plaza de toros, y era como un heraldo de la Feria, llenando Sevilla con su tintineo a la calesera, tan campero. Por perder cascabeles, hasta nos hemos quedado sin los de las mulillas de la plaza de los toros resonando al comenzar el paseíllo o luego, en cada arrastre, junto a los latigazos contra el suelo con que sus cuidadores parece que les pisan el acelerador para darles velocidad camino de la puerta del desolladero.

Los coches de caballos de alquiler que han vuelto, como un signo de reactivación, como un Ibex 35 de la esperanza en la recuperación turística, nos compensan de esa tristeza de la primavera sin cascabeles, sin paseo por la Feria de los coches enganchados a la media potencia o a la larga, de los caprichos de los coleccionistas que se gastan una millonada en mantenerlos, restaurarlos y darles de comer todo el año al tiro de caballos o de las mulas con que engancharlos suele la Casa de Alba, tan de campo, con su borlaje azul y amarillo.

La mayoría de los sevillanos no saben que hasta mediados del siglo pasado el coche de caballos fue medio de transporte urbano más que atracción turística. Se tomaba un coche de caballos como si fuera un taxi, y en las estaciones de San Bernardo y de la Plaza de Arma esperaban la llegada de los trenes para recoger pasajeros. Colocaban las maletas en el pescante y te llevaban donde quisieras, con la capota de hule echada si era día de lluvia. Por eso se llamaron antaño "coches de punto". El "punto" no era la taberna de la Puerta Osario, sino la parada, como bien define el DRAE: "Lugar público determinado donde se sitúan los coches de caballerías para alquilarlos". Bueno, "puntos", o sea, paradas, sigue habiendo, aunque no sea para tomarlos como un taxi, sino para recoger turistas y llevarlos a conocer Sevilla. A estas paradas han vuelto los coches que daban tanta alegría a mi comunicante: a la Puerta Jerez, al Archivo de Indias, a la Torre del Oro, a la Plaza del Triunfo.

Sin cascabeles. Es curioso, pero los coches de punto, que los antiguos llamaban "peseteros" (por lo que costaba su trayecto como taxis de caballos) están todos enganchados a la inglesa. Y con la cantidad de tipos de carruajes que existen, o es un milord o es una manola. Gracias a su vuelta, hemos sabido cuántos hay en Sevilla: 79 exactamente tienen licencia municipal. De ellos han vuelto al trabajo 35, según ha manifestado el presidente del gremio, don Manuel Navarro. Quien ha dicho algo precioso, que me ha recordado a los futbolistas entrenándose por grupos antes de la reanudación de la Liga: "Los caballos necesitaban ponerse en forma". Caballos que también han estado confinados, sin hacer ejercicio (ni bicicleta estática siquiera) y que les han costado un dinero a sus dueños. Entre el alquiler de la cuadra en la Carretera de la Esclusa y lo que se come el caballo, un coche cuesta 500 euros al día. Barato me parece que cobren 45 euros por ese paseíto turístico. Como nos han dado tanta alegría volver a verlos como signo de verdadera normalidad, yo hasta les perdono esas espantosas toldillas como de playa que les ponen para quitar la solanera a los pasajeros. Y está bien que los caballos se pongan en forma. Los coches de punto cada vez tienen mejores y más hermosos caballos, no los pencos de antaño, los jamelgos a los que se les contaban las costillas. Y hay coches cuidadísimos, dignos de premio del Club de Enganches. Bienvenidos, pues, los coches de caballos, que González Ruano llamó "góndolas del asfalto". Los 35 que se han echado a la calle se merecen todo reconocimiento, por mucho que huelan sus bostas y orines en las paradas. Eso también es olor a normalidad. A la perdida normalidad a la que también han vuelto los turísticos autobuses colorados de dos pisos de Sevilla City Sightseeing y su concurrida base de la Torre del Oro.

 

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