ANTONIO BURGOS | ANTOLOGIA DEL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de agosto  de 2020
                               
 

Leal de Camas

Publicado el  17 de enero de 1980

 "A ver si consiguen que tengamos una placa de homenaje con la voz de Leal de Camas, voz metálica, corralera, voz potente y clara como aquellas del tendío que sonaban por Radio Sevilla"

Por más que cojamos el tranvía de la nostalgia para dar una vueltecita por la ronda de la memoria colectiva de nuestra generación, escuchando fandangos del Bizco Amate en el estribo y oyendo una pelea en la plataforma, cuidado con los rateros, nunca acabaremos de agotar el vivísimo filón de la Sevilla del buen recuerdo. Por ejemplo, aún no llevo escrito nada del Charco La Pava, con lo que fue, tanto que quizá haya sido el caso único de una venta sevillana que tuviera una réplica en América, El Charco de la Pava de Nueva York. Porque lo de la Venta Eritaña ya nos coge más a trasmano en nuestra generación, Eritaña es para nosotros sólo el nombre de un tranvía, como El Cerro, que ahora acabo de evocar al leer el libro de Antonio Ferrera Comesaña (del que habré de hablarles, un mundo).

Hay una Sevilla del Charco de la Pava, sin embargo, más reciente, una Sevilla de restricciones y de carteristas, con la muñeca de la Cruz Roja en la esquina de Rioja y Tetuán para que hiciera chistes Brageli Padre, y con Caracol Padre contando la más surrealista historia de la guerra civil, la población madrileña en el refugio todo el día encerrada durante los bombardeos, y ese Caracol el del bulto que, harto ya y con más hambre que un lagarto detrás de una pita, sale a las tres de la tarde, y desafiando a las pavas, mira al cielo, alza las manos e increpa a los pilotos:

 

— ¿Pero es que no vais a pará ni parmorzá?

 

Es la Sevilla de Pepe Azuaga el limpio, de esos Villarines que evoca El Pali; de Juan el Legionario, de ciegos ojos por un bombazo de la guerra, cambiando dólares en la terraza del bar Zahara. La Sevilla de El Peregrino, de la ventana donde pelaba la pava Fernando el Gallo con doña Gabriela. La Sevilla de Rafael Ortega, a quien venía mucho a ver a la calle Peral un muchachito amigo de Joaquín Romero, el niño que tienen los Murube que le ha dado por escribir, un muchachito que es de Granada que se llama Lorca y que tiene mucho cartel en Madrid. Es la Sevilla de Juana la del Charco La Pava, que todavía vive, y que se lamenta:  

—Ya no viene nadie a verme...

Hoy, Juana, he venido a verte. Para contarte cosas de otro superviviente de aquella Sevilla, a quien no le hemos hecho justicia, y mira que nos hemos emocionado escuchando sus sevillanas antiguas en la voz del Pali, de Paco Palacios, el de Palacios el del muelle, sí, que sabrás que ahora le llaman El Pali y es artista. Bueno, Juana, que he venido a hablarte de Leal, de Leal de Camas, en la evocación de aquella Sevilla más vuestra que nuestra, que digo yo que a ver si se le hace justicia a Leal y todos estos que están en las sevillanas, Paulino, o Aurelio Verde, o Manolo Garrido, o Juan de Dios, o los de La Trocha, hablan con los de las casas de discos de Madrid y consiguen que tengamos una placa de homenaje con la voz de Leal de Camas, voz metálica, corralera, voz potente y clara como aquellas del tendío que sonaban por Radio Sevilla cuando Enrique Vila nos hablaba de Manolete:

Detrás de mi carreta

viene un moreno...

 

Leal sigue en Camas, siempre en su rifa, siempre en su mundo de cretona y flores de plástico para el sombrero de la romería. Y nadie le ha hecho justicia, Juana. Leal, casi ochenta años, lleva su vejez con dignidad, el señorío de la rifa del medallón de plata cada Rocío. Y con él va toda la historia de la copla del corral, aquella Sevilla del Charco La Pava, aquella Sevilla más vuestra que nuestra, pero que nosotros debemos rescatar para hacerle justicia.

 

 

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