ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  10 de septiembre  de 2020
                               
 

Las Teresas

Si a El Rinconcillo le han concedido la Medalla de la Ciudad, con todo mérito histórico y con el mando en plaza de sus coroneles al frente de los regimientos de soldaditos de Pavía sobre el centenario mostrador de las cuentas anotadas con tiza, a Las Teresas había que darle por lo menos la Medalla al Valor Comercial, por su valentía de volver a abrir, aunque sea a pérdidas, para devolver la vida a algo que estaba tan muerto como el Barrio de Santa Cruz. Ya describimos aquí que daba miedo pasar por el barrio de Santa Cruz, por la zona cero del Parque Temático en que habíamos convertido a Sevilla para los huevos de oro de la gallina del turismo. Sin vecinos de toda la vida como se ha ido quedando, sin turistas ni guías con la banderita llevando a los grupos de japoneses, sin las viejas tiendas que cerraron para dejar paso a la venta de recuerdos de Sevilla de habitual mal gusto o completamente "kitsch", estaban cerrados todos los bares y restaurantes del Barrio de Santa Cruz y pasar por sus calles era el mejor símbolo de la caída de la economía y del empleo por culpa de la pandemia.

Y por si le faltara algo al abandono del Barrio de Santa Cruz, las obras en la calle Mateos Gago, donde han hecho desaparecer el tesoro de los viejos adoquines de Gerena y puesto los grisáceos de Quintana, uniformes como toda "plataforma única" que produce la Máquina de Quitar Aceras que está metiendo el Ayuntamiento por todos los sitios en los que no ha hecho actuar a su Máquina de Estrechar Calles.

Pasabas por la esquina del Mesón del Moro con Ximénez de Enciso, y la soledad del cierre de todo un barrio era mucho más lastimosa, porque estaban echadas las cancelas de todos los bares que en torno al fundacional de "Plácido Sánchez el de las Teresas" habían ido creando sus herederos como ampliación de la casa matriz. Así que, como digo, volver a abrir en estas circunstancias, como también ha hecho muy elogiablemente Casa Román y su jamón histórico-artístico, es de Medalla al Valor Comercial.

Las Teresas es un lugar digno de estudio, paradigma de tantos bares de Sevilla que comenzaron como un pequeño trozo de mostrador de mármol en una tienda de comestibles, donde servían copas con tapas por supuesto que nunca de cocina, sino de las propias exquisiteces del ultramarinos: el queso manchego viejo, el jamón recién cortado, la lata de mejillones carísima donde venían sólo cuatro, de grandes. Así empezó Las Teresas, con una puerta abatible, como la de los salones del Oeste americano de las películas, separando la tienda de comestibles de la parte de bar. Así la cogió en traspaso Plácido Sánchez, a quien siempre tuve, como dueño de tantas "tiendas de montañés" del mismo tipo en Cádiz o Sevilla, por cántabro, cuando era salmantino, de Guijo de Ávila, y se vino a Sevilla a trabajar en El Rinconcillo, hasta que se estableció por su cuenta en esta tienda de comestibles de Las Teresas en 1939, comercio muy anterior a cuando el bueno y bético de Placido lo tomo en traspaso, y que ahora va a cumplir sus 150 años.

La Universidad Menéndez Pelayo en su etapa más brillante del Rectorado de Curri Roldàn y la animación cultural de Pedro Romero de Solís y Antonio García Baquero le dio a Las Teresas el lustre intelectual de ser como un aula más de los cursos, cautivando a neoparroquianos como Vargas Llosa y a media nómina de la cultura española, ahora retratada en marcos que acompañan al artículo "Por qué soy bético" de Romero Murube, que Plácido colocó en lugar de honor de sus paredes de carteles y recortes enmarcados. Con Plácido, cada vez fue ganando más el bar y reduciendo la tienda de comestibles. Y hasta puso cocina, convirtiéndola en un símbolo vivo del Barrio. Su hijo Luis Sánchez se ha atrevido, como Casa Román, a abrir para revitalizatr el Barrio, que estaba muerto, con una frase que parece un verso de los poetas de la Menéndez Pelayo que se hartaban allí de tinto: "El olor de una flor abre otra flor". Ojalá con Las Teresas y con Román el Barrio de Santa Cruz vuelva, no al Parque Temático de las paellas prefabricadas, sino a la "vieja normalidad" de la Sevilla de siempre, sin la desolación de los locales y los hoteles cerrados.

 

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