ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  15 de septiembre  de 2020
                               
 

Pepe Moya

Leyendo el certero comentario del compañero Alberto García Reyes de cómo la proliferación de Medallas de Sevilla, como tiradas a peluz, desvirtúan el valor de esta que debía ser preciada y exclusiva distinción ciudadana, me acordé de lo que comentaba aquel aficionado a las cofradías con el colmillo retorcido, salomónico concretamente:

-- Con tanta Virgen coronada, lo distintivo y exclusivo de las cofradías va a ser que podamos decir de la nuestra: "Nuestra Señora No Coronada de..."

Con las Medallas ocurre lo mismo. Pronto lo más distintivo va a ser que alguien pueda poner en su curriculum: "No ha sido distinguido con la Medalla de Sevilla". Y que conste que lo dice quien ha sido agraciado en estos sorteos con el título de Hijo Predilecto de Andalucía: para poder reírse de los demás hay que saber comenzar de tomarse a pitorreo a uno mismo, cosa que como verán hago.

Como las Medallas a los fallecidos, concedidas a título póstumo, como a mi querido compañero de colegio de la Doctrina Cristiana el escultor Antonio Dubé de Luque. A Antonio tenían que haberle dado la medalla en vida, como se la debían haber dado al grandísimo renovador de las sevillanas, al genial e irrepetible Manuel Pareja-Obregón. Quien escribió la mayor parte de las sevillanas que ya pasan por clásicas no se merecía esta tardanza en la concesión de la Medalla de una ciudad a la que dedicó sus mejores coplas. Lo mismo que le pasó a Rafael de León, a quien Sevilla nunca se le cayó de los labios ni de la pluma de sus versos, que se sabe el pueblo entero, y que se murió con la pena de no ver cumplido su deseo de ser declarado Hijo Predilecto de Sevilla.

Hablaba García Reyes de dos excepciones en estas reglas de la profusión y la devaluación, que son el innovador profesor de Psiquiatría Infantil don Jaime Rodríguez Sacristán y el empresario y ganadero de bravo José Moya Sanabria, que se escribe así y se pronuncia Pepe Moya. Hijo y hermano de pregonero de la Semana Santa, hijo de una de esas familias sevillanas con tantos niños listísimos, Pepe Moya ha creado un imperio en el mundo de los detergentes y los productos de limpieza, siempre con la colaboración inestimable de su mujer, Concha Yoldi. Cuando la televisión anunciaba que "Ese lava blanco, blanco blanquísimo", en Sevilla sacó Persán algo mucho más nuestro, el jabón "Saquito". En Sevilla al menos, Saquito y luego Flota le ganaron con Persán la partida a la multinacional Unilever, que acaparaba el mercado de las primeras lavadoras en una ciudad que acababa de mandar la pila y el refregador al Museo de Artes y Costumbres Populares.

El mérito de Pepe Moya es que no se da importancia con su obra, ni alardea de que ha creado 800 puestos de trabajo fijos en esta Capital del Paro. Ochocientos Pepes Moyas necesitábamos en Sevilla para que esto fuera el sueño que deseamos todos y muy pocas veces se ve cumplido. Y nunca encerrado en la torre de marfil de su floreciente negocio, sino emprendiendo, buscando mercados fuera de España, diversificando riesgos, patrocinando iniciativas. Cuando usted vaya a Mercadona y compre algo de Bosque Verde, la marca banca de Juan Roig, fíjese bien en la letra chica del envase, que seguro que allí vienen Persán y Sevilla. Como van en productos de marca blanca producidos para los supermercados de media Europa y algunos países del Este.

Nada de Sevilla le es ajeno, y es mecenas de muchas iniciativas, algunas en el anonimato de la caridad. Y su Cristo de la Buena Muerte, y su casa labrada frente a la familiar de la Plaza de la Contratación sólo para poder ver pasar a su Cristo cada Martes Santo. Y el toreo. Ay, qué locura del "fagamos una ganadería tal" de Pepe Moya con El Parralejo, qué satisfacción ver acarteladas sus corridas de toros y sus novilladas en las principales Ferias. Por eso suscribo lo de García Reyes y por eso insisto que igual que Pepe Moya da trabajo a 800 familias, en Sevilla nos hacían falta 800 Pepes Moyas. Aunque, como no cantan saetas, no les den el título de Hijo Predilecto que se merecían.

 

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