ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  16 de octubre  de 2020
                               
 

Mi Plan Centro

Por lo visto con mi propuesta de ayer de una economía de guerra y de subsistencia para el empleo de los dineros públicos en Sevilla he tenido menos éxito que un concurso de cortadores de jamón en Marrakech. El Ayuntamiento, contra la voluntad de los vecinos expresada mediante referéndum, tiene en perspectiva inmediata de ejecución la peatonalización de la avenida de la Cruz Roja. Y hay que preguntarse: tal como estamos ¿para qué gastarse un duro en peatonalizar la avenida de la Cruz Roja y liarla gorda de paso en todas las avenidas y calles circundantes con cambios del sentido de la circulación, cuando eso no va a solucionar en nada los problemas de la depresión económica de Sevilla? ¿Para qué va a servir peatonalizar la avenida de la Cruz Roja? ¿Usted, por ejemplo, va a pasear a la avenida de la Cruz Roja, va de tiendas o de bares a la avenida de la Cruz Roja? Así puestos, llegaremos a peatonalizar la avenida de Marqués de Pickmann o López de Gomara, si es por extender a los barrios la experiencia que en el centro, la verdad, no resultó tan desastrosa como se esperaba en la calle Tetuán, por ejemplo, sino todo lo contrario, pues ha pasado a ser, antes de la crisis, una de las que tenía los locales en alquiler o en venta más caros de toda España, un auténtica Milla de Oro, aunque ahora tenga echados tantos definitivos cierres como el centro y la ciudad toda.

¿Por qué este empecinamiento contra el coche? ¿Por qué sigue funcionando la máquina de estrechar calles y de poner anchísimas aceras por las que no pasa nadie? ¿Cómo se hace todo esto sin tener en funcionamiento una red de aparcamientos públicos que permitan acercarse al centro cómodamente en coche propio desde los barrios, o unas líneas de autobuses que lleven hasta el mismo corazón comercial de la ciudad?

Más que peatonalizar, hay que buscar peatones para que vuelvan a devolver la alegría a las calles de Sevilla y se reactiven todos esos comercios, restaurantes, bares, establecimientos de toda índole, ahora cerrados con la crisis. Y menos mal que aquí el remedio contra el aumento de cifras de contagio del virus no ha sido a la catalana ni a la parisina: cerrar de momento bares y restaurantes y después ya veremos. Ya veremos dónde llega la ruina, el impago de alquileres, las cifras de parados, el desastre.

En el puente del Pilar tuvieron las desoladas calles del centro la animación que habría que buscar a toda costa y mediante imaginativas fórmulas, para que Sevilla no parezca una ciudad desierta, que lo es, y que recuerda lo que fue de Detroit, ciudad americana casi abandonada donde parecía que habían llegado los bárbaros, mucho antes de esta desgracia mundial de la pandemia, que verdaderamente es una Tercera Guerra Mundial no declarada, con un enemigo que ni sabemos dónde está.

Así que vamos dejar tranquilitas las peatonalizaciones, señor alcalde, y no gastemos el dinero en más planes descabellados. Como la amenaza de poner de nuevo en marcha una actualización del Plan Centro que se le ocurrió a Monteseirín, tratando de impedir el acceso de los coches y poniendo horas máximas de permanencia, con una costosa red de cámaras de control para brear a muiltas a quienes osaran entrar o aparcar más tiempo del tasado, que era mínimo. Hay que hacer un nuevo Plan Centro, sí, pero en sentido justamente contrario al de Monteseirín. Hay que atraer público al centro como sea e impedir la entrada de automóviles no creo que sea el más efectivo. Es más: habría que poner autobuses gratis al centro desde los barrios, para atraer público a la ciudad desolada, al antiguo Parque Temático del Turismo, que al llevarse la escalera de los visitantes extranjeros, se ha tenido que agarrar a la brocha de los cierres y los ERTES. Insisto en que hay que revitalizar el centro y dejarse de extrañas peatonalizaciones e inventos costosos, con un dinero que hace falta en ayuidas, por ejemplo al taxi, como las pedía el otro día, o a esos negocios que les están costando el dinero a sus dueños mantenerlos abiertos. Y no gastarse el dinero en la avenida de la Cruz Roja, que está divinamente tal como está.

 

 

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