ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  20 de enero  de 2021
                               
 

Cada vez más cercados

No se le ve la punta a la pandemia, a pesar de las lentas vacunaciones en las que teníamos puestas todas nuestras esperanzas, y cada vez la tenemos más cerca en sus contagios, hospitalizaciones y fallecimientos. No sé si les ha ocurrido igual. Cuando la llamada Primera Ola que nos dejó sin primavera y nos encerró en arresto domiciliario ordenado por el Gobierno de España que ahora se desentiende del problema y larga el mochuelo de sus soluciones a las autonomías, bajo la mentira de una "cogobernanza" en la que al final acaba mandando un Sánchez que mira para otro lado, los contagiados eran números en las estadísticas, preocupantes, pero desconocidos. ¿No le pasó a usted también que durante la Primera Ola no conocía a nadie que se hubiera contagiado? Sí, le llegaban noticias lejanas de fallecimientos de personas más o menos famosas, pero muy lejos de nuestras vidas y circunstancias.

Una vez proclamada por Sánchez la mentira del Parte de la Victoria contra el Virus, y pasadas las alegrías y confianzas del verano, en las que nadie le echaba cuenta a las debidas precauciones y fueron heraldo de un otoño descorazonador, nos ocurrió igual con la Segunda Ola. Seguíamos viendo las trágicas cifras de cada día como la frialdad de una estadística, cada vez más preocupante, eso sí, con cifras muchas veces calificadas, como se suele, de "histórica", en cuanto marcas de la desgracia colectiva sobre una nación desorientada por una selva de restricciones distinta en cada autonomía, todo un enmarañado catálogo de horas diferentes en cierre de negocios, bares y restaurantes, de toques de queda, de número máximo de personas en las reuniones sociales. Se había tratado de "salvar la Navidad", pero no se habían evitado esas estadísticas, que seguían para nosotros como algo lejano e innominado, que ocurría en distantes regiones de España.

Pero ha venido la llamada Tercera Ola, la del virus inglés, y aunque los portavoces de Sanidad la han calificado de alarmante e imparable, todos desbordados, a algunos nos ha ocurrido lo más terrible: que ya le ponemos nombres propios y conocidos a los contagiados, hospitalizados y fallecidos, que no son la frialdad de una estadística, sino, familiares lejanos, amigos, familias de nuestro entorno, sobre los que todos los días nos dicen el preocupante ¿"sabes"?: "¿Sabes que Ana María y toda su familia han cogido el coronavirus y están todos confinados?", "¿Sabes que el padre de José Manuel está en el hospital muriéndose, que le pegaron el virus en un bautizo?". O el tremendo: "¿Sabes que ayer enterraron a Eduardo, que no ha podido superar el covid". Cada vez más cercados, con el bicho cada vez más cercano y con nombres propios y queridos. Me recuerda el conocido poema de Bertolt Brecht: ""Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas guardé silencio,/ porque yo no era comunista.[...] Cuando vinieron a buscar a los judíos no pronuncié palabra,/ porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,/no había nadie más que pudiera protestar."

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