ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 31 de mrrzo  de 2021
                               
 

Sin tambores ni cornetas

La anécdota, seguramente falsa, suele atribuirse a Pío Baroja, como tantos otros golpes de ingenio se ponen en boca de Jacinto Benavente, de Eugenio d'Ors o, de Josep La, o si es más reciente, de Cela. Es la historia de aquel novel escritor que acudió al maestro a pedirle consejo para ponerle título a su primera novela. El maestro le preguntó:

-- ¿Salen tambores en su obra?

-- No.

-- ¿Y salen cornetas?

-- Tampoco.

-- Pues entonces es muy fácil: póngale de título a su novela "Sin tambores ni cornetas".

Así, como en la historia más que probablemente apócrifa, nos ha quedado por segundo año consecutivo la Semana Santa, la España de las procesiones, a causa del virus que parece que nos envió el Maligno: sin tambores ni cornetas. Se ha cumplido otra historia, la de aquel turista que ante las figuras del paso de la Sentencia preguntó a un guasón sevillano quién era aquel romano de la túnica banca que aparecía con una palangana y le contestó:

-- ¿Ese quién va a ser? ¡Pîlatos, que por poco nos deja el hijoputa sin Semana Santa!

Entre Pilatos y el coronavirus nos han dejado sin Semana Santa. Sin Semana Santa en las calles de las ciudades y pueblos de España, pero no en la devociòn íntima de los creyentes. Todo el mundo recuerda perfectamente que hoy es Miércoles Santo, aunque no haya en las calles ni cornetas ni tambores, y colas hay en los templos para rezar ante las imágenes. Esta Semana Santa sin cofradías en la calle nos ha traído una vivencia distinta de la religiosidad popular, más cercana a la pureza de la liturgia eclesiástica de estos días del emocionante espectáculo casi turístico que hace llamar a muchos "desfiles procesionales" a las que son íntimas estaciones de penitencia en conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesús. La Semana Santa, desprovista de las tradiciones de las cofradías en la calle, se está viviendo este año por los creyentes de un modo más profundo. Ya digo, sin tambores, ni cornetas, ni marchas, saetas o lucimiento de cuadrillas de costaleros, cargadores u hombres de trono.

Están más señaladas, además, las dos Españas que solían vivirse en estos días: la que se quedaba en su ciudad o en su pueblo para cumplir con las devociones cofradieras, y la que se iba a la playa, porque no le interesaban ni los tambores ni las cornetas, ni los pasos, ni el fervor popular ante determinadas imágenes de Cristo o de la Virgen. Y eso que las restricciones perimetrales impiden que tantos que quisieran no puedan irse a su segunda residencia de la playa, como todos los años. Pero traen las vacaciones a la ciudad, a las terrazas de los bares y restaurantes, llenas a rebosar, lejos de toda conmemoración religiosa. Igual que Pilatos por poco nos deja a algunos sin Semana Santa, el covid ha dejado a muchos sin playa en estos deliciosos días de sol de primavera y luna grande del Jueves Santo sobre la fe de un pueblo.

 

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