ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 8 de mayo  de 2021
                               
 

¿Y los manteros?

Si se va por los caminos de la marisma, de Coria abajo, y más allá de La Puebla del Río, pasando por ese lugar que tiene un nombre tan hermoso que parece el título de un libro de poemas, "El Rincón de los Lirios", se ve a las vacas que llevan todas sobre su lomo la blanca silueta de unos blancos pájaros que viven a su costa: los espurgabueyes. Bueno, pues los subsaharianos y sudamericanos que extendían en el suelo su prohibida y baratísima mercancía ilegal ante los comercios de Sevilla breados a impuestos me recordaban a los espurgabheyes. Hablo de los manteros. Que habían inventado una tecnología particular, que era disponer un cordel que unía los cuatro picos de su manta-escaparate, del que tiraban y hacían como un gran macuto con toda la mercancía dentro en caso de que viniera la Policía Municipal, y salían corriendo si había que correr, arrollando muchas veces a los peatones en su alocada huida.

Hablo de los manteros en términos del pasado porque sin que la Policía Local, que yo sepa, haya llevado a cabo una tenaz y dura una campaña para erradicarlos, han desaparecido totalmente del centro y de la acera del Nervión Plaza. Muchísimos comercios han tenido que cerrar, cierto, pero también han debido de cerrar sus trapicheos los manteros, terminales de venta de grandes y delictivos negociantes de falsificaciones de todo: de zapatos, de bolsos, de ropa deportiva, de cinturones, de pañuelos, de gafas, y todo de imitación de marcas prestigiosas, algunas de ellas irreconocibles. Hasta con el papel de la garantía, también falsificado, venían algunas de sus piezas.

¿Cuánto hace que no ve usted un mantero en la Avenida, en la calle Tetuán, en Sierpes, en La Campana, en ese paraíso de ellos que era la esquina de Velázquez con Rioja, o la acera del Nervión Plaza? Ponían sus mantas con sus mercancías falsificadas a sus anchas en las aceras, de forma que a veces no te dejaban ni sitio para pasar sin tener que pegarle una patada a un bolso o a una colección de cinturones. Era indignante que no se hubiera terminado con esta plaga. El mantero subsahariano, con una rara habilidad para haber aprendido español, te vendía por 10 o 15 euros el bolso falsificado de marca cuyo original, en la tienda a cuya puerta habían extendido su ilegal chiringuito, costaba de 150 euros para arriba. Y mirabas las dos piezas, la falsificada y la verdadera, y daban el pego. Algunos sostenían que los que surtían de mercancía a los grandes vendedores de falsificaciones que tenían a su servicio a los manteros para la, digamos, "venta al detall", eran las propias marcas de esas mercancías, de ahí la perfección de la copia.

Pero no sé qué ha pasado con la pandemia y la crisis, que al tiempo que el centro se ha convertido en un cementerio de tiendas cerradas, han desaparecido también los manteros que ante sus escaparates, con todo descaro e impunidad de espurgabueyes, te ofrecían los mismos zapatos deportivos o los mismos polos, pero tirados de baratos. Alguien que sepa debería explicarlo, porque no han quedado más Manteros que los del nombre histórico tradicional de la calle General Polavieja.

 

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