Las vacunas no sólo son el principal argumento propagandístico del Gobierno ante problemas como su ineficacia ante la propia pandemia, la entrega de las cárceles vascas, la invasión inmigrante de España en Ceuta por la venganza de Marruecos o la grave crisis económica. Las vacunas son tema de conversación, y cada cual se las da de saber de sus reacciones o sus periodos de inoculación como si fuera un especialista. Experto que te encuentras hablando del mismo tema en cuanto pones el informativo de cualquier televisión a cualquier hora del día. Y a uno de ellos, una catedrática viróloga, cuyo nombre lamento no recordar, escuché lo más juicioso:
-- El problema de las vacunas, y especialmente de la AstraZeneca, ha sido por una campaña de competencia de propaganda entre laboratorios. Ha sido un error de los gobiernos entrar en la competencia de mercado entre las grandes farmacéuticas y nombrar sus marcas hasta hacerlas populares. Cuando llevas a tu hijo a vacunar contra el sarampión, o contra la rubeola, o con la triple vírica, ni se te ocurre preguntar la marca de la que le han inyectado. Lo has vacunado contra el sarampión y listo; que era lo que querías y mandaba el calendario de inmunidad, y ni se te ha ocurrido preguntar la marca del vial que le han puesto.
Con la vacuna contra el coronavirus ha ocurrido justamente todo lo contrario. La gente hasta se sabe de memoria las marcas que se están utilizando, Pfizar, AstraZeneca, Moderna, Janssen, Sputnik, y establece como una clasificación entre ellas, sin ser especialista en nada, sólo en opinar de lo que a veces no saben ni los propios expertos. Hemos dado por bueno que la mejor vacuna es la Pfizer. Hablamos con amigo que viene de vacunarse cuando le ha correspondido a su cupo de edad y le preguntamos:
-- ¿Qué vacuna te han puesto?
-- La Pfizer.
-- Ah, menos mal, esa es la mejor.
Hemos metido a las vacunas en el competitivo mundo comercial de las marcas. Todos queremos vacunas de marca, no de la tienda del chino de la esquina. Porque a nadie se le ha ocurrido, pero hasta habría quien hubiera preferido que le pusieran una vacuna Gucci, o Fendi, o Valentino, o Adidas, o Rolex, o Maserati. Así andamos. Hemos puesto a la Pfizer en el mejor sitio de la milla de oro de las marcas de vacunas, y nadie quiere la AstraZeneca. ¿Qué guerra comercial entre laboratorios hay al fondo de todo esto? La que no sabemos. Son muchos millones los que se están apaleando con esta competencia entre la vacunas de marca. Las que nadie pregunta cuando lleva a su hijo a que le pongan la del sarampión o la polio. Esto es como aquel barco turístico que naufragó en un río lleno de cocodrilos, y un loquito de las marcas dijo cuando se iban hundiendo: "Menos mal que todos los cocodrilos son de Chemise Lacoste".
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