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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  18 de junio  de 2021
                               
 

Gorriones

Me habréis tomado coraje, gorriones de Sevilla, por mi predilección por los vencejos, hartos de salir cada primavera o cada corrida de toros en este artículo y en cambio vosotros, suaves, plumosos, simpáticos, humildes, nunca habéis aparecido. Ea, pues aquí está vuestro merecido panegírico y elogio con desagravio. Dicen que en Londres y en otras grandes ciudades habéis desaparecido totalmente, sin que nadie sepa por qué y que sois allí especies protegidas. Pues peor para los ingleses, porque aquí en Sevilla sigue habiendo gorriones, que al anochecer llenan con el pío, pío de sus sonoros toques de retreta los árboles más monumentales de la ciudad, como los dos laureles de Indias de la acera del Banco de España en la Plaza de San Francisco, los que están podados de una forma que a los chiquillos les recuerdan a Bob Esponja.

Hablando de la Plaza de San Francisco. Desde allí puede contemplarse la vista más espléndida y grandiosa de la Giralda, escucharse sus repiques de las grandes solemnidades o el pulso de la ciudad con las campanadas de su reloj en cada hora. He descubierto en mis paseos por Sevilla al atardecer la belleza de esta visión, contemplada desde la refinada terraza del Bar Laredo, en la que me estoy reconciliando con la memoria del muy trabajador don Juan Robles. Los camareros saben que busco siempre un velador "con derecho a Giralda", como al taquillero de la plaza de los toros le pido una sombra alta en las novilladas. ¿Cuánto vale estar sentado en la serenidad de Sevilla a la sombra de una sombrilla, como en "Luisa Fernanda", y contemplando la Giralda y escuchando sus horas. Me he reconciliado con las terrazas y con los veladores en el Laredo. Yo creo que ha sido por milagro de los gorriones, que acuden a tu mesa para que les eches migas de pan, con toda desvergüenza, sin miedo. Son como miniaturas de las palomas de la Plaza de América. Quizá bajan y se hacen notar porque aún no se lo impiden los toldos. Y te miran con simpatía, en sus saltitos. Yo creo que los gorriones han aprendido sus saltitos de los seises, de sevillanos que son. -

Y hay otros veladores con derecho a Giralda quizá aún con mejor vista, en la calle General Polavieja, pegados a la puerta del viejo bar de El Portón. Allí ves la Giralda más despejada todavía tras el Banco de España y el edificio de la antigua juguetería de Cuevas. Y allí campan los gorriones con mayor familiaridad aun, como fijos de plantilla en la casa, paseándose sobre la mesa o sobre el respaldar de tu butaca. Un camarero me cuenta que tienen tan poca vergüenza y son tan confiados estos gorriones de El Portón (un museo de obras de Maireles y de gitanos verdes de Antonio Adelardo), que el otro día compartían unos espaguetis con un cliente que los tomaba del otro lado del plato, mientras el "Passer domesticus" se zampaba ricamente su ración. Me he reconciliado con vosotros, simpáticos y humildes gorriones de Sevilla, con vuestros saltitos de seises, con la Giralda al fondo. No saben en Londres la que se han perdido. Y por favor, que no os frían como tapa, de ternura que dais.

 

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