ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 5 de septiembre  de 2021
                               
 

Dar toros en los aviones

No me da en absoluto miedo el avión. Pero me dan pánico los aeropuertos, sus inhóspitas terminales de pasillos kilométricos que has de recorrer a paso de competición si quieres llegar a tiempo a tu puerta de embarque, que, oh qué casualidad, resulta que casi siempre es la última de ese larguísimo corredor. Me dan miedo y ponen atacado de los nervios las colas ante los controles de seguridad que se impusieron tras el ataque a las Torres Gemelas, en muchos de los cuales tienes que descalzarte como si en vez de subirte al avión fueras a entrar a una mezquita.

Por este miedo a los aeropuertos, y entre confinamiento y restricciones de vuelos, hacía tiempo que no me subía a un avión. Desde antes de la maldita pandemia del coronavirus. Y me ha sorprendido la manga ancha que se tiene con los aviones ante tanta medida de precaución para que no te contagies ni le pegues tú a nadie el mal de estos terrores del milenio con que comenzó el siglo XXI. En todas partes te encuentras con las señales de "distancia social" obligatoria, con las consabidas pegatinas fijadas al suelo. Desde la caja de Zara a la ventanilla del Banco, desde la farmacia a la tienda de ropa, en todas partes debes guardar los dos metros o el metro y medio de distancia con la persona que tengas más cerca. Ya ven la polémica que se ha formado sobre la distancia entre pupitres en las escuelas de primaria, si los niños han de estar a metro y medio uno de otro o se pueden quedar a 1,20. Ya hemos aprendido esto de la distancia de seguridad y, botellones aparte, todos las respetamos y cumplimos mucho más que los mandamientos de la Santa Madre Iglesia donde hasta el Papa, en la excepcional entrevista con Carlos Herrera (enhorabuena, líder) se declara pecador.

Pero te subes en el avión, y cuando te creías que al menos el asiento central de las filas de a tres iba a quedar libre por aquello de la pregonada y observadísima "distancia social", ¡qué va!: se te sienta un señor al lado, pegado a ti. Completamente al lado. Sí, va, como tú, con su mascarilla obligatoria, pero ¿quién te asegura que no tiene covid, si además al subir al aparato ni nos tomaron la temperatura ni nada, como hacer suelen en tantos sitios concurridos?

Me quedé de piedra apretujado en el avión lleno de pasajeros hasta las mismas trancas o filas de los treinta y tantos, acordándome de las distancias entre espectador y espectador que ponen en los teatros, en los museos, en las referidas colas de los establecimientos comerciales, o los controles estrictos para que en las mesas de los restaurantes y terrazas no haya más personas que las decididas por cada autonomía, y con la separación debida entre cada una de ellas. ¿Y los toros? ¿Por qué nos estamos cargando la fiesta de los toros con los aforos reducidos que no cubren gastos, mientras los aviones van con absolutamente todos sus asientos llenos? ¡Ya está! Tengo la solución. Señores empresarios de toros: no digan que donde actúan Roca Rey, Morante y Juan Ortega no es una plaza de toros, sino un avión. Lleno hasta la bandera asegurado.

 

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