ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 9 de noviembre  de 2021
                               
 

Carmen Laffón, entre Sevilla y La Jara

Decía Juan Belmonte: «Se torea como se es». Y viendo cualquier cuadro de Carmen Laffón, piensa uno: «Se pinta como se es». Era delicada, fina, cariñosa, humilde, y así pintaba. Como todos los grandes, sin darse la menor importancia. No he visto a una artista de mayor valor que ella sin dárselas de nada, sin exhibirse, sin vanagloriarse, sin pedir aplausos y reconocimientos, sino siempre encerrada en su estudio o recluida en su casa de La Jara. Precisamente a las horas en que el Gran Poder estaba en la calle fue cuando se llevó a nuestra gran pintora, que lo había retratado en un cuadro-cartel irrepetible de sencillez y de verdad: el Señor de Sevilla con sus manos atadas, como en el besamanos, y con su túnica morada sin bordar. La hija del médico de la calle Vírgenes que pintó uno de los mejores carteles de Semana Santa con la delantera del paso de la Virgen de La Candelaria de su barrio, se ruborizaba cuando se le elogiaba uno de sus cuadros, como uno mío preferido, que fue la vista de Sevilla que pintó como transparente telón de embocadura para el montaje de "El Barbero de Sevilla" que hizo el Teatro de la Maestranza. O la originalidad de un cartel de toros como un trampantojo de otro cartel o como una muñeca rusa, que pintó para "Toros en Sevilla" por encargo de la Real Maestranza.

Carmen dijo, como resumiendo el sentimiento de su corazón: «El Guadalquivir es el río de Sevilla, mi ciudad de nacimiento, que me lleva a Sanlúcar de Barrameda, mi otra ciudad, donde comencé a pintar y a soñar». A veces pensamos que La Jara es un sueño de Carmen Laffón, pintado con su delicadeza, entre veladuras, y que Dios creó la desembocadura del Guadalquivir sólo para que Carmen Laffón pudiera pintar su luz de atardecer. Con el frescor y la transparencia de la manzanilla nueva. Carmen Laffón era dulce como la uva de las viñas de Sanlúcar; ay, sus viñas. Y aun estando en todas las alineaciones de lujo de los autores lanzados por Juana Mordó, lo mejor de la pintura española de su época, como Manuel Millares, Antonio Saura, José Luis Mauri, Lucio Muñoz, Eusebio Sempere, Manuel Hernández Mompó, Pablo Palazuelo, Gustavo Torner, Fernando Zóbel o Antonio López, Carmen Laffón, mujer de viñas sanluqueñas de La Jara, nunca se subió a la parra del engreimiento como tantos vainas pintamonas, aun siendo académica de Bellas Artes de San Fernando y recibido todos los reconocimiento. Sólo subió a las azoteas, para pintar sus paisajes urbanos favoritos, o las flores, o los jardines, o los bodegones con los objetos cotidianos de su callada vida.

Ahora que, ay, ella ya no está y no se va a ruborizar, podemos afirmar que es nuestra mejor pintora del siglo XX y de lo que va de XXI, y que su obra, figurativa desde la modernidad más de vanguardia, quedará para siempre, como el recuerdo de su encantadora persona, a la que no se le caían los anillos por coger el teléfono y llamarme cuando le gustaba algo que había escrito. Yo ahora en tu honor y memoria, Carmen, tomo la pluma como pincel y pinto tu mundo, entre veladuras de azoteas de Sevilla y atardeceres de La Jara, como un Guadalquivir de delicadeza.

 

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