ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  24 de diciembre  de 2021
                               
 

Navidad antigua (modelo para armar)

Póngase en un rincón del modesto salón-comedor un Nacimiento montado sobre las misma mesa con la que jugamos a los pasitos en la Cuaresma, con su camino de serrín hasta el portal y con el papel de plata de las chocolatinas Nestlé fingiendo el río, donde un pescador al que le falta un brazo contempla cómo van hacia Belén los Reyes, uno de cuyos camellos ha perdido una pata y le queda sólo un alambre, todo sobre un fondo de papel azulina comprado en la papelería de la calle Oropesa, al que le hemos puesto unas estrellas blancas recortadas, con el pegamento del álbum de cromos de fútbol.

Póngase en el Nacimiento, al fondo, ante el cielo de estrellas blancas, una cordillera de trozos de corcho comprados en La Venera, con la nieve del bicarbonato Torres Muñoz y con el castillo de un Herodes que no es el que sale en La Amargura el Domingo de Ramos, sino el que busca al Niño Jesús para matarlo ya, antes que Sevilla lo saque en triunfo en la Semana Santa por la rampa del Salvador.

Póngase en los soportales del Mercado de Entradores de la calle Pastor y Landero el puesto de los pavos vivos, una corraleta donde están los animales sueltos y donde nos llevan para ver cómo elegimos uno para casa y otro más que hay que regalarle a un médico que se ha portado con la familia muy bien todo el año.

Póngase el pavo vivo en la azotea hasta que le llegue su hora, y si se puede emborráchesele de coñac Tres Ceros de Osborne, porque dicen que así su carne tendrá más sabor.

Póngase una misa del Gallo a las 12 en punto de la noche en la parroquia, o en algún convento de monjas, lo que nos hace levantar pronto la cena de Navidad a la que vinieron, como todos los años, los abuelos.

Póngase una frugal cena de Nochebuena, con el pavo que hace abuela todos los años, y por delante la sopa de picadillo de todos los trocitos que le saca al pavo.

Pónganse un plato de alfajores, de polvorones, de mantecados, de roscos de vino, envueltos en sus papeles de seda y con nombre del santoral de Estepa.

Póngase una tartera de polvorón y cidra con una naranja escarchada en su centro, y con blanca e impoluta azúcar glaseada y canela, lisa como el ruedo de la plaza de los toros cuando vamos a ver las novilladas de mayo.

Póngase una botella de aguardiente de Cazalla o de Rute, de Machaco mismo, con sus estrías, sobre las que después arrastraremos una cuchara a modo de rascador, para hacer el compás de los campanilleros, con las panderetas que la madre guardó el año pasado encima de un ropero con las figuras del Nacimiento, cuando lo quitamos después de que vinieran los Reyes en sus carrozas tiradas por mulas.

Póngase en Los Candiles o en Los Corales o en Casa Calvillo un cartel pintado por Vicente Flores, con unos camellos, un paisaje de Oriente: "La Cabalgata de Reyes Magos espera vuestro donativo".

Póngase una nostalgia, una añoranza, una melancolía, un recuerdo de los que ya no están, mientras llega la hora de la misa del Gallo en esas monjas que nuestro padre socorre y cantamos todos que en el Arco de la Macarena la rueda de un coche a un niño pilló. Pero no descubramos que ese niño al que pilló la rueda de la nostalgia éramos nosotros.

 

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