ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  12 de marzo  de 2022
                               
 

Evocación de los palcos

Tras dos años de forzado silencio de estructuras metálicas y tableros, vuelven los martillazos de los palcos a la Plaza de San Francisco. Ya están allí armando el inmenso mecano de lo que habrá de ser un efímero monumento de la Carrera Oficial cuando empiecen a pasar las cofradías. Un lugar único, con la Catedral y la Giralda al fondo, que no sabemos valorar en cuanto tiene de belleza. Pero los palcos han sufrido, como la Semana Santa toda, las cofradías o Sevilla misma, una gran evolución y transformación. Antes los palcos, la conocida por antonomasia como "La Plaza", era el lugar donde las cofradías buscaban el mayor lucimiento. Los palcos de la Plaza eran lo que ahora La Campana, el lugar más importante de la Carrera Oficial. Ahora donde las cofradías echan el resto es en La Campana, no en los palcos, como antaño. La parada que las cofradías hacen ahora al llegar al Palquillo del Consejo en La Campana ha venido a sustituir a lo que era la costumbre, cuando los palcos eran los palcos: volver los pasos hacia la presidencia, municipal por supuesto, integrada por concejales del Ayuntamiento, escoltados por la Policía Local en uniforme de gala.

Los palcos eran, como los de la ópera en el Liceo, lugar de relevancia social en la ciudad. A los palcos se iba a ver las cofradías, pero también a hacer sociedad. Si no tenías tu palco en la Plaza, no eras nadie en Sevilla. Igual que los abonos de los toros ahora, las empresas tenían palcos donde invitaban a sus compromisos. Los palcos eran lugar de lucimiento no sólo de las cofradías, sino de los sevillanos. Allí estaban siempre los más famosos saeteros de cada época, y en las hemerotecas hay fotografías de artistas de mucho renombre cantando a Cristo o a una Virgen desde la primera fila de los palcos. Una primera fila en los palcos era como una primera fila de barrera en los toros, en la hoguera de las vanidades de la sociedad de Sevilla.

Los palcos eran del Ayuntamiento, no los habían todavía cedido al Consejo. Y era curiosísimo que a ellos se entraba por la puerta principal del edificio de la Casa Grande municipal, atravesando las oficinas de la planta baja, donde los funcionarios habían dejado recogido todo, enfundadas las máquinas de escribir, cerradas las mesas y los archivadores. El público de los palcos deambulaba por las dependencias municipales cuando salía a tomar una copa fuera, en cercanos bares de renombre de la época como Los Candiles, en General Polavieja esquina a la Plaza, o en Los Corales de la calle Sierpes. Ir de mantilla a los palcos el Jueves Santo por la tarde era el máximo de elegancia para la sociedad sevillana.

Con el tiempo, la importancia del lugar más señalado de la Carrera Oficial pasó de los palcos a La Campana. Quedaron los palcos en gran parte como una inmensa guardería para que fueran los niños con las tatas. Dejó de hacerse sociedad en ellos. Ah, y algo muy curioso: vendían en el vestíbulo del Ayuntamiento, sueltas, "entradas de pasillo", sin asiento. Las cosas de aquí: para aparentar que se tenía un palco cuando se estaba a dos velas, como las de las candelerías de los palios que pasaban con las mejores marchas y los mejores trabajos de las cuadrillas de costaleros profesionales que los portaban.

 

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