En los aciagos días en que Pedro Sánchez presumía de que gracias a la cogobernanza España superaba los índices europeos de vacunación antiviral, una amiga macarena, que tiene toda la gracia del mundo, me dijo:
-- Hijo, yo apago la televisión cada vez que la enciendo, porque siempre me sale un señor con el brazo al aire al que le están poniendo una vacuna y estoy harta de tanta jeringa.
Y eso que no había hecho más que empezar el triste "reality show" del horror, con que la TV nos mete en casa la globalización del dolor y de la tragedia. Desgraciadamente, estamos viviendo en primera fila de butaca (de la salita de estar) los horrores que nos ha tocado vivir, que nos los retransmiten en directo y que no tienen ni mucho menos el tono jocoso de los jeringazos de la vacunación que hacían apagar el televisor a mi amiga macarena. Ya nos hemos olvidado, pero vivimos en directo, como si estuviéramos en la angustia del aeropuerto de Kabul, la tragedia de Afganistán, de la que ya nadie se acuerda, superada por mayores desgracias. La globalización nos ha traído como una medalla del amor de la desgracia de la Humanidad: hoy hay más tragedias que ayer, pero menos que mañana. Y todas nos llegan en directo, de forma que hay que ser muy insensible para no sufrir con los que vemos cómo sufren. Como aquellos desgraciados que trataban de huir en Afganistán de la llegada de los talibanes, tras el abandono a su suerte de todo un país por los Estados Unidos, anunciando torpemente qué día y a qué hora se iban a ir. Aquellos afganos agarrados al fuselaje de los aviones para huir de la locura de los talibanes eran como si estuvieran a nuestro lado, porque por la pequeña pantalla sufríamos su desesperación y su esperanza de escapar de aquel infierno.
¿Y el volcán de La Palma? Cuando nos habíamos olvidado de los que no consiguieron escapar del aeropuerto de Kabul entró en erupción el volcán de Cumbre Vieja, cuyas coladas de negra lava destructora parecía que nos entraban en casa cuando avanzaban hacia el mar, y desde luego nos hacían sentir la desesperación y abandono de quienes todo lo habían perdido, toda una vida, en la casa que se les había quedado sepultada, en la iglesia desaparecida, en las escuelas que ya no estaban.
Y nos habíamos olvidado del volcán cuando el zar loco y hitleriano de Putin invadió Ucrania, saltándose todas las convenciones humanitarias, bombardeando a la población civil, los hospitales, los bloques de pisos. La guerra en directo. ¡Vivimos tan de cerca los misiles, los bombardeos, las alarmas antiaéreas! Con la guerra de Ucrania se nos ha metido en casa la tragedia de este continuo "reality show" del horror que vivimos. Ha descubierto lo mejor del género humano en la solidaridad con los refugiados que huyen de la guerra. Y mi amiga la macarena, la que apagaba con guasa el televisor cuando las jeringas, ante este "reality show" del horror, anda ahora recogiendo medicinas y alimentos infantiles para mandarlos a los ucranianos refugiados en Polonia.
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