ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  20 de julio  de 2022
                               
 

Elogio del búcaro

Hablábamos  de cómo se "moralizaba" la calor antaño en la más que centenaria taberna que Reyes Morales conserva como un monumento vivo en la calle García de Vinuesa, y se nos quedó atrás el búcaro, que forma parte imprescindible de la cultura sevillana contra estas altísimas temperaturas. Que, por otra parte, no son nuevas: siempre ha subido el termómetro más allá de los 40 grados por esta época.

He leído que con la desaparición de las alfarerías tradicionales, de las que al menos había una en cada pueblo, cada vez es más difícil encontrar en el mercado un búcaro. ¡Ay, cuánto echamos de menos en Entrecárceles al perseguido y cerrado Bazar Victoria, donde los encontrabas de todas clases y tamaños! Y dicen que en Internet se cotizan búcaros antiguos a 200 euros. Nos dan a entender que son piezas de museo. La verdad es que en Sevilla cada vez se ven menos búcaros, y nada digo de la talla o alcarraza, que ya apenas encontramos en el Diccionario de la Academia: "Vasija de arcilla porosa y poco cocida, que tiene la propiedad de dejar rezumarse cierta porción de agua, cuya evaporación enfría la mayor cantidad del mismo líquido que queda dentro." En los puestos callejeros de agua había tallas dispuestas para el sediento cliente. Y hasta formaba parte de unas coplas que me suenan a boleras del XVIII: "En la Macarenita me dieron agua/más fría que la nieve/y en una talla".

El búcaro no faltaba en los hogares, que algunos gustaban poner encima de la nevera, ni en los lugares de trabajo. Incluso en los bares, en un extremo del mostrador, solía haber un búcaro para que tomara agua fresquita quien quisiera, sin tener que pedirla al camarero. Venían de los pueblos los vendedores de búcaros, que traían en unas redes sobre el serón de sus burros. Y sonaba soñoliento en la siesta su pregón: "¡Búcaros finos!". Blancos búcaros lebrijanos, rojos búcaros extremeños de Tierra de Barros. No hacían falta los actuales dispensadores eléctricos de agua fría con su recarga de gran recipiente de cristal. Nos aviábamos con el que describe el DRAE y parece que lo estás viendo: "Vasija de barro poroso que se usa para refrescar el agua, de vientre abultado, con asa en la parte superior, a uno de los lados boca para llenarlo de agua, y al opuesto un pitorro para beber". Había quien al agujero de llenar el búcaro le ponía...¡una funda de croché! Búcaro rezumante de transpiración del agua, a una temperatura perfecta. Yo creo que ya no se sabe beber a chorro del búcaro, que en el resto de España es botijo y en muchas partes de Andalucía piporro, pipo, pipote y muchos más nombres locales.

En el cochecuadrillas de los toreros no faltaba el búcaro, que tenía su lugar en la baca y era fundamental para mojar la muleta y darle peso en tardes de viento. Ahora los mozos de espadas lo han sustituido por la espantosa botella de agua mineral. Menos Morante de la Puebla, que sigue fiel a su blanco y fresco búcaro del cochecuadrillas, en el que va escrito, como en la vuelta de los capotes, el nombre del diestro. Loor, pues, al búcaro en peligro de extinción, pieza fundamental de nuestra cultura contra la calor.

 

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