ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  26 de julio  de 2022
                               
 

Cuando vendieron un tranvía

El título de la información, algo equívoco por su resumen en pocas palabras, me dejó perplejo y recordó una vieja historia picaresca sevillana con toda la gracia, no sé si cierta o "leyenda urbana". Decía: "El Ayuntamiento adjudica por 33 millones la compra del tranvía". Y me dije: después que su partido tanto haya criticado la privatización de la Sanidad y de la Enseñanza, ¿va a resultar que Antonio Muñoz va a dejar en manos privadas la explotación del tranvía? No es así, evidentemente. Se trataba de la compra de los nuevos vehículos que darán servicio a la ampliación del tranvía hasta la estación de Santa Justa, y que actualmente mantiene patas arriba la avenida de San Francisco Javier, donde los ecologistas aseguran que se ha cometido un arboricio importante, modelo Zoido en la calle Almirante Lobo.

No me causó sorpresa el titular aludido, porque no sería el primer tranvía que se vende en Sevilla. Entra aquí la vieja no sé si leyenda o historia real: a un cateto le vendieron el tranvía de la Puerta Real. La estupenda red que tenía Sevilla, de la empresa Tranvías de Sevilla, heredera de la inglesa fundacional, daba la vuelta a la Ronda Histórica con sendas líneas en ambos sentidos, y conectaba el centro con Triana y con barrios entonces tan alejados como Heliópolis o la Gran Plaza, o incluso con el Cementerio. Por no hablar de los que hoy llamaríamos "tranvías de cercanías" a Coria, a Gelves, a la Puebla del Río, a La Pañoleta. Aquellos tranvías pintados de amarillo y naranja no tenían nada que envidiar a la red urbana de las grandes ciudades europeas que los supieron mantener, mientras aquí, quizá tras la muerte de una embarazada en las estrecheces de la calle Imagen antes del ensanche, entró como una furia contra el tranvía y se consideró un triunfo su desaparición y sustitución por los autobuses municipales.

De todas aquellas líneas de tranvía había una con toda la gracia, que le caía simpatiquísima a la gente. Era el lento tranvía de la Puerta Real, la línea 8. Salía de la Plaza del Duque y por Alfonso XII y Marqués de Paradas iba al Paseo Colón, para llegar a la Puerta Jerez, Avenida, Plaza Nueva y por Tetuán otra vez al Duque. Era un tranvía familiar, que paraba donde le pedían los viajeros, a la puerta de su casa, y que incluso esperaba a los asiduos de cada hora que se retrasaban. Su conductor y su cobrador eran como de la familia de los viajeros habituales. Y paraban al final de cada trayecto en la taberna Barbiana de la Plaza del Duque, donde hoy está el edificio de Zara. Allí el cobrador ajustaba las cuentas del viaje y contaba las monedas de su cartera. Lo que un pícaro habitual de la taberna aprovechó un día para dárselas de dueño del tranvía y timar a un cateto asiduo del local. Le contó el buen negocio que era el tranvía de la Puerta Real, a la vista del dinero del cobrador, y se las ingenió... ¡para vendérselo! No se sabe por cuánto, pero el pícaro salió de Barbiana con su dinero y el cateto, con el orgullo de haber hecho el negocio del siglo comprando el tranvía de la Puerta Real. Si no es cierta la historia, merecería serlo.

 

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