ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  27 de junio  de 2023
                               
 

Adiós a las mascarillas

Del mismo modo que proclama la copla que "cariño le toma el preso a las rejas de la cárcel", después de tres años le habíamos cogido aprecio e incluso nostalgia a las mascarillas, que desde el Consejo de Ministros de hoy no son obligatorias. Tras la pandemia del coronavirus y de la declaración del estado de alarma en marzo de 2020, la mascarilla llegó a ser como de la familia. Todo lo aprendimos sobre ella en el confinamiento dichoso que tal puñalada le dio a la economía nacional: que si la quirúrgica, que si la FP2, que si la FP3. Igual que hubo un tiempo en que nos resultaba extraño ver a los turistas japoneses con una mascarilla puesta contra la contaminación, a la fuerza no nos resultó raro vernos todos con las mascarillas. En las que se revelaron muchas virtudes y defectos de España, muchas señas de identidad nacional.

Todo empezó con la escasez de mascarillas, hasta el punto de que el Tío de la Rebequita que cada día salía en TVE en nombre del Gobierno llegó a decir que no eran necesarias. No es que no fueran necesarias: es que no las había, y por eso quisieron tranquilizar al personal. Los habituales embustes de Sánchez: hoy te miento más que ayer, pero menos que mañana. Las mascarillas que durante unos días nos presentaron como innecesarias, al poco tiempo fueron declaradas obligatorias.

Y ahí vino el ingenio nacional: se puso la gente a fabricar mascarillas por su cuenta. Ni quirúrgicas, ni FP2, ni FP3: caseras. Con una tela y una máquina de coser hicieron viguerías para fabricar mascarillas. Sin filtros y sin validez terapéutica alguna, pero daban el pego: tapaban la boca y la nariz y nadie las examinaba ni homologaba. Muchos se enriquecieron con las mascarillas. Haciéndolas por su cuenta o comprándolas en la China y vendiéndolas aquí a precio de oro. Algo tan español como la corrupción no podía quedar fuera de la obligación de las mascarillas, y aún hay en los tribunales procedimientos contra los sinvergonzones que se aprovecharon de la desgracia ajena, para enriquecerse con las comisiones, que la gente pagaba por una mascarilla lo que fuera.

Sin mascarilla no podías ni bajar a tirar la basura y te la exigían poco menos que en tu propio coche. Eso es también muy español: pasarse en la rigidez de las normas, en prohibir. Hasta encontraron en las mascarillas un soporte de publicidad. Las empresas les ponían sus logotipos y hasta te las vendían con los colores y el escudo de tu club de fútbol. Y como siempre pasa, se fue relajando la obligatoriedad de las mascarillas, dejándolas para los centros de salud o las farmacias. Sin mascarilla no podías ni entrar a comprar una aspirina en la botica. Hasta que de la noche a la mañana las mascarillas fueron desapareciendo y quedaron como una pieza de museo. De la que te olvidabas siempre cuando tenías que ir a un sitio donde seguían exigiéndola en serio, como el transporte público o los centros sanitarios. Lo que más me gusta de que hayan quitado la mascarilla obligatoria en farmacias, centros sanitarios, residencias de mayores o dentistas es que ya no tendremos que decir si tenemos que ir a uno de estos sitios:

-- ¡Anda, se me olvidó la mascarilla!

 

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