ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  16 de julio  de 2023
                               
 

Sánchez, harto de sanchismo

No sé si será suya la idea o de los tropecientos mil asesores que le arriman argumentarios, a cuál más descabellado y contradictorio con el de ayer mismo. Algunas de esas ideas sí tienen gracia escuchadas en su propia boca, cuando decidió cambiar por los platós de TV y las entrevistas incluso en las cadenas enemigas los que llamaban mítines, pequeñas reuniones de incondicionales elegidos y seleccionados. Porque hubo un tiempo en que no podía salir a la calle, pues siempre le ocurría como en el desfile de la Fiesta Nacional del 12 de octubre, que lo abucheaban o le decían "Que te vote Txapote". Tienen gracia, como digo, algunas de esas ideas con las que está enriqueciendo notablemente el DRAE, como cuando ha afirmado que no miente, sino que piensa hoy algo distinto que ayer. Absolutamente genial: hoy te miento más que ayer, pero menos que mañana.

Pero lo más genial de todo es que Sánchez, descubridor interesado de la degeneración del histórico Partido Socialista ganador de tantas elecciones (y culpable de tantos males de la Patria), aborrezca de su invento, al que todos llaman el sanchismo. Le hemos escuchado en el debate del cara a cara (donde la tenía que era un poema y un espejo del alma) que considera que hablar del "sanchismo" es una forma de insultarle que tiene la extrema derecha y la derecha extrema. Utilizar el Gobierno en beneficio propio; desembarcar amiguetes en las más altas instituciones del Estado para domeñarlas; repartir millones y más millones para asegurarse el voto de los sectores más reacios; permitir que parte de su gobierno de coalición con los neocomunistas se manifieste contra las decisiones del Consejo de Ministros del que forman parte; derogar el delito de sedición; aprobar la ley del "sí es sí" y poner a violadores y a pederastas en la calle; transigir con los herederos de la ETA para, por ejemplo, conceder el acercamiento al País Vasco de presos terroristas que el Estado negó cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco; rebajar la malversación; utilizar el Falcon como quien llama a un Cabify; presumir de algo que depende exclusivamente del orden alfabético como la presidencia de la UE... Todo esto a lo que hemos dado en llamar sanchismo resulta que no es algo de lo que su autor presumía hasta ayer por la mañana, sino un invento malintencionado y calumnioso que le han inventado la extrema derecha y la derecha extrema.

Me sorprende esta contradicción a la luz de la historia del propio PSOE. Felipe González estaba ufano que se le llamara felipismo a la fórmula socialdemócrata que había aplicado al radical partido de Largo Caballero y permitido obtener la mayoría absoluta de octubre de 1982. El primer felipista era Felipe, orgulloso de haber logrado una España de concordia, modernidad y progreso de verdad, no como Sánchez, convencido de que los españoles se han creído sus mentiras. Bueno, sus mentiras, no: sus cambios de pensamiento.

Así que ya lo saben: Sánchez no tiene nada que ver con el sanchismo y el histórico PSOE no lo ha destruido nadie. Eso del sanchismo es un infundio que le han sacado los perjudicados por las encuestas de su amigo Tezanos. Al buen callar llaman Sánchez.

 

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