Como para tratar cualquier contingencia política con un mínimo
rigor es imprescindible conocer sus orígenes, al asistir, como todos,
a la vertiginosa caída en picado del PA de Antonio Ortega —sobre
todo desde que su eurodiputado Carlos Bautista adoptó de principio
una alianza bajo cuerda con los asesinos de ETA—, creo que tan
tormentosa historia, desde mi punto de vista personal, se inicia en
enero de 1969, cuando se decreta un estado de excepción que nos lleva
a Antonio Guerra, a Antonio Burgos
y a mí a las dependencias de la
Brigada Político-Social, para un interrogatorio sin consecuencias,
pero en verdad humillante. Aquella mañana, tras pasar el mal trago,
en el Bar Flor de la plaza del Duque nos estaba esperando Alejandro
Rojas Marcos, cuya presencia significó, para nuestra subversión
particular, un grato estímulo. Poco después de esta anécdota un
grupo, reducido y entusiasta, llega al acuerdo para «constituirse en
sociedad anónima como pantalla legal y así tener siempre justificada
cualquier reunión, asamblea o boletín informativo» («La Sevilla de
Rojas Marcos», de Juan Teba, página 177). Efectivamente, el 11 de
mayo de 1970, se inscribe y legaliza la sociedad CEPESA (CP, s. a.),
que adoptará un signo muy específico de andalucismo militante al
incorporarse a ella un grupo de escritores dispuestos a dar su batalla
contra la postración endémica de nuestra región. Entre los socios
de CP (Compromiso Político) figuran, según el espléndido libro
testimonial de Teba (página 180), Alfonso
Grosso, Antonio Burgos,
Fernando Alvarez Palacios, Marino Vigueras, Julio Manuel de la Rosa,
José Luis Ortiz de Lanzagorta, Francisco Vélez, un servidor de
ustedes y Miguel Sánchez Montes de Oca, «quien, siendo miembro
ejecutivo de la Feria de Muestras Iberoamericana de Sevilla, colocó
por primera vez desde 1936 la bandera verde y blanca andaluza en unos
mástiles del certamen» (página 181).
(Hace unos días me llamó el fervoroso andalucista P. R. B. para
intentar contagiarme su indignación por el episodio del programa
televisivo «Plaza Alta» —lo que no logró— y, de paso,
reprocharme que yo no lo hubiera incluido en un artículo relacionado
con los primeros andalucistas. La razón de esta ausencia es muy
simple, camarada P. R. B.***: porque, dos años después de aquel primer
brote democrático de CEPESA, tú no eras aún el furibundo
«andalucista» que eres hoy, sino el presidente de la Agrupación de
Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, radical defensor del
ingreso de España en el Mercado Común, y afín al Círculo Doctrinal
José Antonio. El 4-1-1972 confesabas en la Prensa local que en tus
reuniones «hemos echado en cara a los que fueron nuestros maestros en
política (los de la vieja guardia falangista) que hayan querido
cambiar el rumbo de lo que ellos nos enseñaron». Y a mí me parece
bien; lo que ya no me parece tan bien es que, además de todo eso,
quieras ser abanderado del andalucismo impenitente).
Yo, que me separé del grupo en cuanto CEPESA se convirtió en ASA,
después en PSA y por último en PA, no puedo evitar la lógica
tristeza que —salvando al honesto y eficiente Antonio Moreno—
produce la contemplación de un panorama donde priva el «coge el
dinero y corre», presuntos trapicheos en entidades financieras, un
Estadio Olímpico de «secreto bien guardado», gerifaltes elusivos,
un Metro para solucionar la situación económica de algunos, una
alianza con aquellos a quienes llamaron «corruptos» hasta el
hartazgo y, para colmo, un eurodiputado —defendido por Antonio
Ortega— al que le pide el cuerpo alinearse con los asesinos de ETA.
Por eso pregunto «Quo vadis, PA?»: ¿«A dónde vas, PA», si sigues
aferrado a la mediocridad, el absurdo, los jueguecitos con el dinero
de los contribuyentes y el enchufismo que tanto criticabas?