Sólo por el honroso encargo que he recibido de la Comisión
Nacional Organizadora de los Actos Conmemorativos del XXV
Aniversario de la Constitución Española me atrevo al temerario
ejercicio de pronunciar aquí, precisamente aquí, en Cádiz y en
este salón del ayuntamiento constitucional esta conferencia y
concretamente sobre este tema. Venir a hablar en Cádiz de una
Constitución que cumple años puede ser cuanto menos equívoco.
Venir a hablar acerca de nuestra Constitución y del
constitucionalismo a la trimelaria Cádiz de la ya casi bicentenaria
Constitución de 1812 puede resultar tan presuntuoso como ir a
Escocia a pregonar las excelencias del bacalao, entrar en la
confitería del Pópulo con el chocolate en la mano como persona de
diplomacia, acarrear alfajores a Medina, petacas a Ubrique, o un
cargamento de cañaíllas a la Real Isla de León que con Cádiz
comparte la cuna de la Pepa.
Si hiciera como los políticos americanos, que comienzan sus
discursos citando una inventada anécdota que siempre les acaba de
ocurrir con el taxista que los llevaba hacia el lugar de la
conferencia, habría de decir que cuando venía hacia este acto, un
taxista del Mentidero me comentó:
-- ¿Qué, va a dar usted una conferencia sobre el cumpleaños de
la Constitución, no? Sobre los doscientos años de la Pepa, ¿no?
Pues no. Es sobre los veinticinco años de la Nicolasa. Así
debería haber sido llamada popularmente la Constitución de 1978,
en caso de haber nacido en Cádiz. Pero como nació en Madrid y
allí hay bastante poca gracia, pues vino innominada al mundo de las
libertades que trajo al ídem. Aquí un ingenio de la Viña o de esa
barriada que gracias a Dios se llama la Barriada España y no la
Barriada Estado Español, le habría puesto La Nicolasa. El día de
San Nicolás de 1978 fue cuando nació a la luz referendaria de la
aprobación de la voluntad popular. La Constitución también podía
haber sido llamada La Juana, o La Juanita (quizá mejor, por lo de
Juanita Reina y la Monarquía Parlamentaria como forma de Estado),
pues para su promulgación recibió la regia sanción de Don Juan
Carlos I el día de San Juan Evangelista de aquel año de
democrática gracia de 1978.
Tal hubiera ocurrido, que ahora festejáramos a la Nicolasa o a
la Juana, si la carta magna se hubiera echado sobre el tapete de la
gracia de Cádiz, como su antepasada La Pepa, nacida el día de San
José de 1812. La Pepa, la Constitución de Cádiz. A aquella
primera Constitución, que fue una obra de arte de la primera
formulación de la soberanía popular, le ocurrió como a los
artistas nacidos en la Cuna de la Libertad que reguló. Todos los
artistas de esta tierra tienen a gala llevar por el mundo el nombre
sagrado de Cádiz, que añaden al suyo como lo que en realidad es:
un título de grandeza. La Constitución de 1812, en el mundo del
arte de la política, es la Constitución de Cai, como en el mundo
del arte del cante Juan Martínez es Pericón de Cai, Aurelio
Sellés es Aurelio de Cai, Benito Rodríguez es Beni de Cai, Antonia
Gilabert es La Perla de Cai o Los Escarabajos Trillizos son Los
Beatles de Cai.
Pero a la Constitución de 1978, y ésta es una primera
aproximación de su grandeza, le pasa como a la canción de Facundo
Cabral, que nos dice: "No soy de aquí ni soy de allá".
Aunque nacida en la capital del Reino que reconoce como Monarquía
Parlamentaria, la de 1978 no es la Constitución de Madrid como la
nuestra, la de 1812, es la Constitución de Cádiz. Porque la de
1978 no es la nuestra, de los gaditanos o de los andaluces, sino la
de todos los españoles. Incluso de los españoles que no quieren
serlo, que se inventan RH y reniegan de nuestra Historia, como si
Juan Sebastián Elcano hubiera nacido en la calle Botica, y
prefieren ser como Luxemburgo o como Puerto Rico. Pues ellos se lo
pierden, la gloria de nuestra cultura, de nuestra historia, de
nuestra lengua, incluso el orgullo de las propias raíces de nuestro
parlamentarismo y de nuestro reconocimiento de la soberanía
popular, que fue el espejo de la mar de Cádiz en el que se miraron
las naciones hispanoamericanas para su independencia.
Si en 1812 fue Cádiz la Cuna de la Libertad, en 1978 fue España
entera la madre que parió las libertades colectivas, por lo que
ahora aquel Viva la Pepa podemos sustituirlo perfectamente por un
castizo Viva La Madre Que Te Parió. La Constitución de 1978 no
sólo fue hija de un espacio, de un espacio de concordia, sino hija
de un tiempo, de un tiempo de cambios. Quizá por eso fuera
bautizada por su año de nacimiento: como la Constitución de 1978.
Por más que en Cádiz la miremos como a La Otra, aunque a todo
tenga derecho, porque tiene un anillo con una fecha por dentro, 1978
como antes fue 1812, y ese anillo no es otro que el de las felices
bodas de un pueblo con sus libertades.
Una Constitución de todos y para todos, culminación de un
proceso de ingeniería de Derecho Político único en el mundo, como
fue el paso de una dictadura a una democracia desde las propias
leyes, oyendo un clamor sordo, contenido aún por los miedos
colectivos que suponen las falta de libertades, y con el recuerdo de
pasadas guerras civiles que nadie quería volver a repetir.
En este punto, antes de apagar las veinticinco velas del
cumpleaños constitucional como si le regaláramos a la
Constitución una tarta del Horno de la Gloria gaditana, donde
llevamos dos siglos cociendo libertades, permítaseme mi modesto
homenaje de justicia a los gaditanos que antes del feliz
alumbramiento de la Carta Magna pusieron sobre la mesa del valor
cívico las arriesgadas cartas de su defensa de la democracia. A los
viejos gaditanos del Dique y del Muelle Pesquero que recordaban como
un sueño el legado anarquista de la tierra de don Fermín
Salvoechea. Si alguna idea cortó de raíz la dictadura, de modo que
no ha vuelto a germinar ni en su propia tierra, el anarquismo
gaditano, luego encarnado en aquellos sindicatos ilegales de la
clandestinidad que llevaron al Astillero y a Tabacalera el viejo
espíritu de la Cuna de la Libertad, guardada en un lavaero hasta
que naciera de nuevo el niño de la democracia. Permítaseme que
rinda homenaje a los militantes gaditanos del Partido Comunista de
España, que simbolizo en aquel patriarcal y viejo Mena que, llegada
la democracia por la que luchó, fue la voz del pueblo que al pueblo
le devolvió la voz de su natural cielo de febrero. Permítaseme que
recuerde a los viejos liberales de Cádiz que reencarnaron el
espíritu doceañista en lo que se llamó la apertura del régimen,
y que aprovecharon todos los resquicios para recordar que la
Constitución no podía quedarse en la piedra del Monumento, siempre
a la espera de que llegara el buitre de la represión, sino que
había de propiciar su llegada con hechos y con ideas. Evoco en este
punto a los liberales, a los demócrata-cristianos, a los
socialdemócratas del grupo Drago, a aquellos sus artículos en el
Diario cuando todo era una mar de unanimidades y de miedos desde
Puertas de Tierra hasta el Hospicio y que acudían a la calle de la
Bomba con la bomba pacífica de un artículo en el que se reclamaban
las perdidas libertades. Como evoco a los sindicalistas de
Comisiones Obreras y de la Unión Sindical Obrera y evoco a los
poetas, a los artistas, a los comparsistas, a los intelectuales
gaditanos, a los profesores de su Facultad y del Instituto, a la
tarea de los cine-clubs y de los teatros leídos, de las revistas...
Todo aquello fue como la preparación para la gran aventura
colectiva de las libertades que habría de venir un día.
Sin estos luchadores de las libertades, quizá la democracia
española hubiera tardado más en llagar. Y hubiera quizá sido de
otra forma el proceso de su construcción. Ni la Constitución
española ni el Estatuto de Autonomía podemos entenderlo sin esta
labor anónima de tantos ciudadanos, que crearon con todas las
dificultades, con todos los esfuerzos, con todas las fatigas, una
mentalidad a favor del cambio de aires para que ahora la libertad
fuera tan normal como el aire que respiramos.
Si ahora honramos a los ciudadanos que crearon esta conciencia, a
su civil redoble de conciencia, a los partidos que la defendieron en
la clandestinidad y la articularon tras ser legalizados; si honramos
a los padres de la Constitución, más debemos hacerlo a quien
proclamándose "Rey de todos los españoles" condujo aquel
difícil proceso de concordia y de reconciliación nacionales: Su
Majestad el Rey Don Juan Carlos I, que Dios guarde. En frase feliz
de José María de Areilza acuñada en aquella época, el Rey fue
"el motor del cambio" que los españoles esperaban a la
muerte del dictador, por mucho que luego otros se atribuyeran la
exclusividad de la propia palabra "cambio", que a muchos
no les sirvió más que para cambiar su vieja idea de hacer la
revolución y conformarse con hacerse un chalé con piscina.
No hemos de olvidar al Rey, como tampoco hemos de olvidar la
generosidad y, por qué no decirlo, el patriotismo de quienes
perteneciendo al régimen anterior permitieron y algunos propiciaron
desde las instituciones el feliz paso a la difícil democracia, lo
que se llamó "el harakiri de la dictadura". Punto en el
que no olvido a un gaditano de la provincia que fue alcalde de su
Jerez, a don Miguel Primo de Rivera, que se escribe Miguel Primo de
Rivera y en gaditano se pronuncia Miguelito Primo, como tampoco me
olvido de un apellido que en Cádiz recuerda la recuperación del
Carnaval tras la guerra civil, como es Rodríguez de Valcárcel. Sin
la Ley de la Reforma Política, sin la renuncia voluntaria de las
instituciones de la dictadura, nada de aquello habría sido posible.
Como tampoco lo habría sido sin la apuesta por la democracia de las
Fuerzas Armadas, dirigidas por un Rey que también es comandante
general de los Ejércitos. Se había hablado en la América de
Truman e Eisenhower y en la Europa de De Gaulle y de Churchil del
milagro alemán, pero el milagro español de la Transición fue más
prodigioso aún. Piénsese que justo diez años más tarde del Mayo
Francés de 1968, los españoles habíamos conseguido con la
Transición a la democracia primero y con la Constitución después
el lema de muchas utopias parisinas de juventud: "Seamos
realistas, pidamos lo imposible". Era la castiza española
negación del aserto del torero filosofo: lo que parece que no puede
ser a veces puede ser y además se demuestra como posible. Por
ejemplo, la Constitución de la concordia y del consenso.
La operación política consistente en desmontar el régimen
franquista y en dotar al nuevo sistema de una Constitución estuvo
llena de tensión y esfuerzo. Antes de llegar a la Constitución
hubo ni más ni menos que plantear una operación legal
complicadísima, desmontando las leyes del sistema franquista como
un castillo de naipes, templando más gaitas que los diez mil
gaiteros que luego habrían de recibir un día en el Obradoiro a don
Manuel Fraga; tratando de contener las arremetidas contra las
libertades de los añorantes de la dictadura, aquello que se llamó
"el bunker" y de lo que gracias a Dios las nuevas
generaciones no guardan ni memoria. La España difícil,
convulsionada por los asesinatos cometidos por la ETA, el FRAP y el
Grapo, que ensangrentaban todos y cada uno de los difíciles pasos
hacia adelante. La España del "Libertad sin ira", del
"Habla pueblo habla", de aquellas canciones de la memoria
que se resistían a cantar quienes aún querían que la nación
entera siguiera marcando el paso con las montañas nevadas y con el
"Cara al sol" de la dictadura.
Sin Su Majestad el Rey como "motor del cambio", nada de
aquello hubiera sido posible. Ni sin la voluntad de generosidad
patriótica de muchísimos sectores de la sociedad, incluidos los
partidos políticos, recién nacidos a la legalidad. Nos falta aún
perspectiva histórica, por ejemplo, para considerar el gran paso
que supuso la legalización del Partido Comunista de España aquel
Sábado de Gloria en que nuestras ciudades se llenaron de coches en
los que los camaradas, como entonces les decíamos los que
colaboramos con ellos en la Junta Democrática de España, mostraban
sus alegría por nuestras calles, sacando las banderas rojas por las
ventanillas de los coches y haciendo sonar los claxons como si
fueran los invitados de una boda. Que quizá lo fueran, la difícil
boda de España con la totalidad de sus libertades. La legalización
del PCE fue la piedra de toque de la difícil reconstrucción de la
democracia. Si bien es cierto que el PCE renunció con Carrillo a su
proyecto revolucionario y republicano, archivó su petición de
ruptura democrática y se unió al común coro del reformismo
posibilista, también es cierto que sectores muy conservadores de
nuestra sociedad, con recuerdos de sangre y de guerra civil,
hubieran también de hacer de tripas corazón de concordia y de
reconciliación para aceptar una democracia con comunistas, cosa de
otro punto de vista completamente necesaria en la Europa del
eurocomunismo de Berlinguer y Marchais.
Tras las primeras elecciones, celebradas en 1977, una ponencia
formada por miembros de los principales partidos, con predominio de
la coalición UCD (Unión de Centro Democrático), que había
triunfado en las urnas, y representantes de la izquierda clandestina
durante años perseguida por el Tribunal de Orden Público, preparó
un texto que sirvió de base en los debates y que permitió alumbrar
una Constitución sumamente útil, bajo la que la democracia
española ha caminado durante veinticinco años y ha de hacerlo
durante muchos más si suicidas planteamientos separatistas no nos
llevan a desandar lo andado.
Rememorar la Historia de España de hace veinticinco años puede
conducir a la nostalgia, pero también, en ocasiones, puede originar
sonrisas benevolentes. Mucho ha cambiado este país, ciertamente, en
cinco lustros de democracia.
Desde la perspectiva de estos veinticinco años puede parecernos
lógico este proceso constituyente, ahora que venturosamente
disponemos de las libertades como del aire que respiramos. Basta
recordar en unos cuantos hechos el contexto español y mundial en
que se produce el proceso constituyente para que valoremos aún más
las dificultades de este verdadero milagro español.
En 1978 entra en vigor un estatuto provisional para el
País Vasco como ente preautonómico. El Congreso aprueba los
artículos del proyecto de ley que despenaliza el adulterio y el
amancebamiento, que dejan de ser delitos. Cuatro miembros del grupo
de teatro catalán "Els Joglars" son condenados a dos
años de prisión por la representación de la obra La torna,
considerada injuriosa para el Ejército. Jorge Cafrune muere en
accidente de carretera. Carmen Conde es la primera mujer elegida
académica de la Española y Alejo Carpentier, premio Cervantes.
Mueren el autor teatral Alfonso Paso . Empieza el destape en las
revistas, en el cine y en los teatros
En 1978, el Gobierno y la UCD deciden pedir el ingreso de España
en la OTAN. Se celebra en la legalidad el Primer Congreso del
Partido Comunista de España desde la República. El PSOE de
González se unifica con el PSP de Tierno Galván.
En el mundo, en aquel año de 1978, Argentina gana su
Mundial. Aparece en Roma el cadáver del ex primer ministro y
líder de la democracia cristiana italiana Aldo Moro, secuestrado 55
días antes por las Brigadas Rojas. Nace en Manchester el primer
niño resultado de una fecundación in vitro. Fallece el Papa Pablo
VI, y tras el breve pontificado de Juan Pablo I, Karol Wojtyla se
convierte en el primer Papa no italiano de los últimos 456 años,
con el nombre de Juan Pablo II. El presidente egipcio, Anuar el-Sadat,
y el primer ministro israelí, Manahem Beguin, firman en presencia
de Jimmy Carter los acuerdos de Camp Davis destinados a asegurar la
paz en Oriente Medio. Pinochet aún está en el poder en el Chile de
la Unidad Popular.
Si queremos entrar directamente en materia, recordemos que las
primeras elecciones democráticas que se producen en España
después de la caída de la II República con el golpe de Estado de
1936 tienen lugar el 15 de junio de 1977. Hasta esa fecha, y desde
la muerte de Franco, dos años antes, se han sucedido al frente del
Gobierno el franquista Carlos Arias Navarro, primero, y Adolfo
Suárez seguidamente. Este último ha ido construyendo una
heterogénea fuerza política centrista, con "azules»
evolucionistas del antiguo régimen franquista y con democristianos
y socialdemócratas reformistas. Esa fuerza, la UCD, gana aquellas
elecciones de 1977, y Suárez constituye su segundo equipo de
gobierno, de los cinco que llegará a constituir durante el tiempo
de su presidencia, iniciada el 3 de julio del 76 y hasta su
dimisión, el 27 de enero del 80, tres semanas antes del frustrado
golpe de Estado del 23-F.
Pues bien: hay conciencia clara de que las nuevas Cortes elegidas
el 15-J-77, que se constituyen el 13 de julio, tienen por delante,
sobre cualquier otra, la tarea de elaborar y poner en vigor una
Constitución. Cuando fuimos a las urnas aquel 15 Jota, que era como
quince jamones de cinco jotas para celebrar el estrenar del gozo de
la democracia, sabíamos que estábamos eligiendo Cortes
Constituyentes, como las de Cádiz de 1812, pero sin invasión
francesa, sólo con la perenne invasión de los demonios familiares.
Elegidas las dos Cámaras y con en ese propósito, ese mismo
verano, sin vacaciones, el Congreso recién elegido designa una
ponencia de siete personas que recibe el encargo de redactar un
texto constitucional de consenso.
La Constituciòn fue posible por el gran invento español: el
consenso. El consenso es al último tercio del siglo XX y a la
Constitución de 1978 lo que el liberalismo es al primer tercio del
siglo XIX y a la Constitución de 1812.
En 1978 fue posible la Constitución porque los partidos
políticos se esforzaron en mantener un acuerdo mínimo sobre
cuestiones básicas. Eso fue el consenso; un intento para trabajar
todos en la misma dirección, prescindiendo de egoísmos de partido
para encontrar un marco de convivencia. En el proceso -acelerado,
tenso e ilusionado-, hubo alguna excepción condicionada por el
objetivo de lograr una puesta en escena reivindicativa, como el
abandono por el PSOE de la ponencia para resaltar una discrepancia.
Hoy se recuerdan como aventuras de inmadurez, a las que una más
serena formación, la UCD (Unión de Centro Democrático), supo
enfrentarse con eficacia. La UCD acabó mal, desgastada por
tensiones internas inauditas, pero hizo una labor básica en lo
fundamental, que era lograr la Constitución. Es justo reconocerle
ese mérito. Sin la UCD, una Constitución como ésta no habría
salido adelante.
Los tolerantes ucedistas, tres de los cuales participaron en la
ponencia de siete que preparó el texto, con el gaditano Pérez
Llorca a la cabeza, se esforzaban por extender su deseo de
reconciliación y diálogo. UCD tenía raíces en el régimen
anterior, de donde procedían su impulsor Adolfo Suárez y algunos
notables dirigentes, lo que facilitó el delicado tránsito
reformista, del que la Constitución es su obra. Cualquier otro
partido de los que entraron en el Parlamento en 1977 no habría
ofrecido la flexibilidad que exhibió UCD, y a comportamientos
políticos posteriores me remito. El consenso fue, al final, un
logro de Suárez y de la UCD, bajo el supremo arbitraje del Rey. El
consenso creó las condiciones adecuadas para que se pudiera
elaborar una Constitución que sirviera para todos en el marco de
una Monarquía parlamentaria.
El propio Rey glosaba después el papel de la Corona en todo el
proceso de la democratización de España:
"La Corona estuvo preparada para asumir su función
integradora de todos los españoles en el marco de un sistema
democrático que el país le demandaba. Gracias al esfuerzo
incansable y al sacrificio de mi Padre, la Monarquía era una
referencia aceptable para todos, pues no estaba implicada, antes al
contrario, en las devastadoras consecuencias de la guerra civil, y
se había mantenido por encima de las diferentes posturas y
opiniones políticas, escuchando a todas y sin identificarse con
ninguna.
"Esta actitud le valió el respeto general y el concurso de
las fuerzas que luchaban por la democracia dentro y fuera de
España, así como el apoyo (...) de quienes no obstante su
situación en el régimen anterior veían con claridad la necesidad
del cambio y sus inaplazables exigencias. Me correspondió entonces
la honrosa misión de materializar este capital político y ponerlo
al servicio de los españoles (...).
"En el ejercicio del ámbito de libertad que me concedían
las leyes vigentes (...) conté con la ayuda inapreciable de
colaboradores inmediatos que gestionaron con valentía y eficacia el
camino hacia la reforma, con la lealtad ejemplar del Ejército y la
prudencia y madurez con que las fuerzas políticas supieron
administrar sus intervenciones y templar la impaciencia de sus bases
(...).
"Nunca me faltó el apoyo de mi Padre, con quien estaba
plenamente identificado, ni el de la nación española, con la que
me había comprometido oficialmente en 1969. No hubo acuerdo, pacto
ni contradicción entre ambas lealtades".
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La idea inicial dominante era que la Constitución que debía
elaborarse tuviera un texto breve, aceptable por todos, y con mucha
menor minuciosidad y detalle de lo que finalmente salió como fruto
de las deliberaciones de los "siete magníficos",
redactores de la Constitución del 78: los ucedistas Gabriel
Cisneros, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y José Pedro Pérez
Llorca; el socialista Gregorio Peces Barba; el aliancista Manuel
Fraga; Miquel Roca por la Minoría Catalana, y Jordi Solé Tura por
el Partido Comunista de España. Quedaba excluido Enrique Tierno,
dirigente a la sazón del PSP, Partido Socialista Popular, y por
ello en su momento se le ofreció la "compensación» de
elaborar el preámbulo del texto constitucional. Y quedaban, en mala
hora, excluidos los nacionalistas vascos, que de este modo tuvieron
siempre la coartada de argumentar para su separatismo la alegación
de alegar que ésta no era "su» Constitución.
Los trabajos de la ponencia redactora de la Constitución son
intensos y hasta frenéticos. No hay tiempo que perder. Hay
conciencia de que la nueva época de la nación tiene a la
Constitución como punto de arranque. Los trabajos de los siete
redactores dan comienzo en los primeros días de agosto del 77 y se
desarrollan durante ese medio año y se prologan luego, ya en el
seno de la Comisión constitucional -con Emilio Attard, el de los
famosos "Locos de Attard" a la cabeza- durante buena parte
del año siguiente 1978, con acelerones y paradas, sorteando
dificultades, vetos y condicionantes de unos y otros partidos hasta
el último día. La tarea conciliadora de Fernando Abril y de
Alfonso Guerra fue determinante en la recta final de las
deliberaciones. Finalmente, el proyecto de Constitución es aprobado
por las dos Cámaras legislativas de las Cortes Generales, en
sesión simultánea, el 3 de octubre de 1978. Y se apresuran los
calendarios políticos para que el año nuevo, 1979, se disponga ya
de Constitución plenamente en vigor. De manera que el 6 de
diciembre de 1978, el día de San Nicolás, se celebra el
referéndum en el que los españoles ratifican el texto consensuado
por la representación parlamentaria. La nueva Constitución obtiene
el voto favorable de 15.782.639 españoles (de entre los 26.532.180
españoles que integran el censo electoral) el voto contrario de
1.423.184, el voto en blanco de 632.902 personas, y la abstención
de un número considerable de españoles: 8.589.388, es decir, del
32% de la población española con capacidad para votar. El PNV
había aconsejado la abstención. La aprobación era aprobada por un
87,9 % de votos a favor y un 7,83 % en contra, del pueblo español.
La tramitación de la Carta Magna se concluye en la sesión
solemne que, en el Congreso de los Diputados preside el jefe del
Estado, Rey Juan Carlos, el 27 de diciembre. De ese modo, la
Constitución española quedaba sancionada y entraba en vigor con
los mejores auspicios. Recordaron los historiadores y eruditos que
se trataba de la Constitución número nueve de las que habían
tenido los españoles, a partir de la primera, redactada y aprobada
en las Cortes de Cádiz, en 1812. Y cuando entra en vigor la
Constitución del 78, hay un firme deseo generalizado y en nuestros
días puesto en duda: que fuera prolongada su vigencia, porque
sería demostración de la estabilidad y paz nacional.
Al texto logrado con tanta voluntad como esfuerzo y capacidad de
concesiones le dijeron como al repertorio o al tipo de algunas
agrupaciones de Carnaval, que eso ya había salido. Que la
Constitución Española de 1978 sonaba a la portuguesa de 1976, a la
italiana de 1947, a la francesa de 1958 o la alemana de 1949.
También criticaban un cierto desorden o falta de sistemática y un
exceso de retórica. Las críticas, en fin, llovieron desde todos
los sectores y posiciones. En ámbitos conservadores, por ejemplo,
se criticó con severidad la ausencia de una mención expresa de
Dios, para que se vea que no es nuevo el debate sobre las alusiones
a la cultura cristiana en las actuales Constituyentes europeas.
Estaba claro, desde el primer momento, que debía ser un texto
consensuado. Y así fue. Por vez primera en la Historia del
constitucionalismo español, no era la Constitución que media
España le imponía a la otra media. No fue una Constitución
impuesta "a la trágala", en aquella palabra que como
liberal nació en Cádiz entre las Cortes de 1812 y la sublevación
de Riego de 1820, surgida de la letra de la canción que los
liberales cantaban a los absolutistas:
Trágala, trágala, tú, servilón,
Tú que no quieres Constitución.
Aquí no había trágala, sino consenso, que era la ingestión
voluntaria de la automedicación de los principios de la
moderación, de la cesión en lo accesorio en favor de la
coincidencia en lo fundamental. Teníamos así la Carta Magna, que
era la carta del consenso, de la concordia, de la reconciliación
nacional, de la superación de la guerra civil, del fin de las dos
Españas. La Carta, en suma, que Su Majestad el Rey, como efectivo
Rey de Todos los Españoles, llevando a la realidad el viejo deseo
que su augusto padre nunca pudo encarnar en su servicio a España,
se sacó de la manga al poco tiempo de que Santiago Carrillo lo
llamara "Juan Carlos el Breve", con una visión histórica
que ha de conservarle Santa Lucía por muchos años.
Por vez primera los españoles nos dábamos una Constitución
hecha entre todos y para todos, no de los revolucionarios contra los
burgueses, no de los liberales contra los absolutistas. Una
Constitución que por primera vez no fue impuesta por nadie contra
nadie, que nadie hubo de aceptar a la trágala". Hace 25 años
los españoles fuimos protagonistas de un gran acierto colectivo con
la Constitución de la concordia, que ha significado un abrazo de
todos"
La generación que protagonizó el cambio, a la que el orador
pertenece, quizá tenga mayor posibilidad de valorar la importancia
de la fortuna histórica que tuvimos. Quizá de ahí que la
defendamos con tanto ahínco frente a los que ahora quieren
destruirla desde sus separatismos asentados sobre la sangre de mil
ciudadanos inocentes que la avalaron con sus vidas, no se olvide que
en esta guerra por las libertades la Constitución tiene mil
caídos, que son los mis asesinados por los terroristas, los
absolutistas de nuestros días, lo que vuelven con el grito
trasnochado y absolutista del "vivan las caenas" frente al
canto común de las libertades sin hierros y sin sangre.
Puede decírsenos a quienes así defendemos la Constitución que
somos como los espectadores de un partido de fútbol que en lugar de
animar a uno u otro de los equipos contendientes se pusieran a
vitorear al Reglamento de Fútbol. "Po zí", habremos de
decir como el personaje quinteriano. El encuentro de la máxima que
actualmente se dirime en el campo de fútbol de la patria se ha
puesto con tal violencia y con tal sinrazón que hay que defender el
Reglamento, que es la Constitución, y la figura del árbitro, que
es la Corona, porque es la única garantía de que el domingo que
viene, en la normalidad democrática, siga habiendo fútbol y no nos
cierren el campo por haber vuelto a las contiendas fratricidas. Al
fin y al cabo, se trata de defender el propio sistema de libertades
de la Constitución, que ha permitido, permite y debe seguir
permitiendo que en España se pueda defender cualquier idea siempre
que se respeten las reglas del juego y que no se utilice la
violencia, para lo cual hasta el propio texto tiene esa tarjeta roja
que muchos estamos deseando ver en manos del árbitro pero que el
trencilla cree que todavía no es el momento de mostrar, y mira que
están los enemigos de la Constitución acumulando tarjetas
amarillas, con la mala suerte que da el amarillo...
España hasta ahora había aportado a la civilización occidental
grandes hallazgos, palabras que se pronuncian en nuestra lengua en
todo el mundo, sin traducción: paella, sangría, guerrilla o
toreador. Está superándose nuestra capacidad de invención. La
forma tan peculiar de celebrar las bodas de plata de la
Constitución no creo que tenga parangón en el mundo. En vez de
cantarle el "Viva la Pepa", a la Constitución de 1978
algunos le están cantando "La Niña de la Estación",
"adiós, adiós, buen viaje, adiós, que lo pases
bien"" Cuando no es algo más grave, que ese adiós se lo
quieren dar a la propia España. Esto de que tantos quieran mandar a
freír espárragos a la Constitución al cumplir sus primeros
veinticinco años es como si un matrimonio que hace cinco lustros
que se casó decide que el mejor modo de celebrar sus bodas de plata
no es lo habitual del banquete con los hijos y la misa en el mismo
sitio donde se casaron, sino irse directamente al Juzgado de Familia
para la separación o a la Rota para la anulación.
A este paso, como en el debate de aquellas otras constituyentes,
vamos a ser españoles los que no podamos ser otra cosa. Lo que es
trágico visto desde la otra orilla de la mar gaditana, al otro lado
del Estrecho. Así que unos queriendo irse de España a cualquier
precio, y, mientras, los pobres magrebíes y subsaharianos queriendo
venirse a España a cualquier precio. Que a veces es el precio de la
propia vida en una playa de Tarifa o a la altura del Faro de las
Puercas. Lo que daría cualquier ciudadano de Asilah o Chechauen por
ser lo que Carod Rovira o Ibarreche no quieren ser... ¿Qué? ¿Pues
qué va a ser? Pues lo que nosotros, sin dejar por ello de sentirnos
gloriosamente andaluces, tenemos a orgullo ser: sencillamente
españoles.
Cuanto nosotros torpemente hemos tratado de exponer lo ha dicho,
hace mucho tiempo, en los albores mismos de esta gozosa normalidad
constitucional, Su Majestad el Rey, cuando nadie interpretaba sus
palabras en su propio provecho. Permítasenos citar las augustas
palabras del propio Rey Don Juan Carlos para resumir la ventura
civil de este texto cuyos primeros veinticinco años celebramos en
la Cuna de la Libertades que habrá de conmemorar el bicentenario de
La Pepa:
"La Constitución de 1978 es el punto culminante de la
Transición. Devuelve la soberanía al pueblo español, su
auténtico titular, consagra sus derechos y libertades, y confirma
la misión de la Corona en el marco del sistema democrático que le
es propio. Proclama solemnemente los principios que presidieron
nuestro recorrido hacia la libertad y establece los mecanismos y
reglas de juego mediante los que la democracia recién conquistada
ha de perpetuarse y desarrollarse.
"También remata el edificio de la reconciliación. Por
primera vez en nuestra historia no es fruto de prejuicios
dogmáticos o de imposiciones de partido. Todos podemos reconocernos
y encontrar nuestro lugar en sus disposiciones. Por tanto, todos
debemos sentirnos asimismo responsables de materializarlas en
nuestra vida cotidiana como nación, conforme al espíritu que las
inspira.
"Una de las preocupaciones que singulariza nuestra
Constitución es el propósito de articular en términos
comprensibles la unidad y diversidad de España (...).
"La unidad incluye y presupone la diversidad, que tiene
también su historia propia y está anclada firmemente en las
lenguas, costumbres e instituciones que configuran un tejido social
vivo y específico. Nuestra Constitución recoge estos principios
reinterpretándolos en términos actuales que garantizan su
eficacia. Reconoce la diversidad como una realidad y el complemento
natural de la unidad (...).
"La unidad en la diversidad puede así vincularse a
conceptos más amplios, como el de patrimonio común, derecho
fundamental y solidaridad interregional. Es esta riqueza la que
tenemos que expresar mediante los mecanismos políticos, jurídicos
y financieros que el marco constitucional pone a nuestra
disposición para desarrollarla. Con ellos hemos de construir un
proyecto de vida en común que sea atractivo para todos, y dibujar,
desde las cotas significativas de desarrollo autonómico que ya
hemos alcanzado, el nuevo rostro de la concordia de España."