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Cádiz, 12 diciembre 2003            Ir a la página principal del sitio de Antonio Burgos 
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25 aniversario de la Constitución

La Pepa y La Nicolasa se dan la mano con Antonio Burgos
El hijo adoptivo de Cádiz proclamó las excelencias de ambas constituciones y renovó su amor y pasión por esta ciudad      Texto completo de la conferencia

DE CATEGORÍA. La conferencia de Burgos fue un dechado de ingenio y maestría
JOAQUÍN PINO
- Javier Arenas "Viva la Pepa de la concordia y de la paz"

ENRIQUE ALCINA.    

CÁDIZ. Lleno total en el salón de plenos del Ayuntamiento. Políticos, militares, más mujeres que hombres, Antonio Martín, el Sabio de Tarifa, Curro Romero. Faltaron pocos amigos del periodista y escritor, que con su maestría habitual enlazó La Pepa con La Nicolasa, Cádiz con el mundo y su verbo con el corazón de la gente.

La conferencia, organizada por el subdelegado del Gobierno, Maximiliano Vílchez, resultó un acto social e ingenioso.

Antonio Burgos predicó los cultos solemnes de la función principal de las bodas de plata de la Constitución, dijo con ironía tridual este gaditano de vocación, hijo adoptivo de la ciudad, que osó a glosar las excelencias de la trimilenaria ciudad. "Venir a hablar de la Constitución a Cádiz es casi temerario", confesó, no sin antes apodar La Nicolasa a la Constitución de 1978, pues nació un día de San Nicolás. También podría llamarse la Juana o la Juanita (Reina), porque recibió la sanción regia el día de San Juan Evangelista. Luego, abundó en La Pepa de la calle San José, en el Cádiz de los artistas, Pericón, La Perla y hasta Facundo Cabral, que acuñó el "no soy de aquí, ni soy de allá".

Con especial emoción, Burgos realizó un homenaje a los anarquistas que respiraron el auténtico espíritu de la libertad, los viejos militantes del PCE (y citó a Pepe Mena), los liberales, socialdemócratas del grupo Drago, poetas, comparsistas, intelectuales ... Sin estos luchadores quizá hubiera tardado más en llegar la democracia". Para Burgos fueron las ovaciones y los aplausos de un público rendido a su palabra. Texto completo de la conferencia

Javier Arenas "Viva la Pepa de la concordia y de la paz"


El ministro y presidente en funciones, Javier Arenas, presentó a Antonio Burgos e hizo doblete; unió los actos de 1812 con los 25 años de la Constitución de 1978 y resaltó la opinión libre de Antonio Burgos, que "antepone sus profundas convicciones a la comodidad". Mentó a su mujer Isabel y a su hijo Fernando, a sus queridos gatos, al arte que le echa Burgos en internet y al combate de tópicos andaluces. Arenas aprovechó para criticar a quienes quieren romper la concordia, exclamó "Viva la Pepa de la concordia". Para Javier Arenas, "tiene delito presentar a Antonio Burgos en la ciudad de Cádiz, un gaditano más, incluso con título oficial, cuya persona y obra admiro profundamente, un gran andaluz que triunfa todos los días con su opinión y más allá de nuestras fronteras".

TEXTO COMPLETO DE LA CONFERENCIA

"Aquel Viva la Pepa de 1978"

Sólo por el honroso encargo que he recibido de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos Conmemorativos del XXV Aniversario de la Constitución Española me atrevo al temerario ejercicio de pronunciar aquí, precisamente aquí, en Cádiz y en este salón del ayuntamiento constitucional esta conferencia y concretamente sobre este tema. Venir a hablar en Cádiz de una Constitución que cumple años puede ser cuanto menos equívoco.

Venir a hablar acerca de nuestra Constitución y del constitucionalismo a la trimelaria Cádiz de la ya casi bicentenaria Constitución de 1812 puede resultar tan presuntuoso como ir a Escocia a pregonar las excelencias del bacalao, entrar en la confitería del Pópulo con el chocolate en la mano como persona de diplomacia, acarrear alfajores a Medina, petacas a Ubrique, o un cargamento de cañaíllas a la Real Isla de León que con Cádiz comparte la cuna de la Pepa.

Si hiciera como los políticos americanos, que comienzan sus discursos citando una inventada anécdota que siempre les acaba de ocurrir con el taxista que los llevaba hacia el lugar de la conferencia, habría de decir que cuando venía hacia este acto, un taxista del Mentidero me comentó:

-- ¿Qué, va a dar usted una conferencia sobre el cumpleaños de la Constitución, no? Sobre los doscientos años de la Pepa, ¿no?

Pues no. Es sobre los veinticinco años de la Nicolasa. Así debería haber sido llamada popularmente la Constitución de 1978, en caso de haber nacido en Cádiz. Pero como nació en Madrid y allí hay bastante poca gracia, pues vino innominada al mundo de las libertades que trajo al ídem. Aquí un ingenio de la Viña o de esa barriada que gracias a Dios se llama la Barriada España y no la Barriada Estado Español, le habría puesto La Nicolasa. El día de San Nicolás de 1978 fue cuando nació a la luz referendaria de la aprobación de la voluntad popular. La Constitución también podía haber sido llamada La Juana, o La Juanita (quizá mejor, por lo de Juanita Reina y la Monarquía Parlamentaria como forma de Estado), pues para su promulgación recibió la regia sanción de Don Juan Carlos I el día de San Juan Evangelista de aquel año de democrática gracia de 1978.

Tal hubiera ocurrido, que ahora festejáramos a la Nicolasa o a la Juana, si la carta magna se hubiera echado sobre el tapete de la gracia de Cádiz, como su antepasada La Pepa, nacida el día de San José de 1812. La Pepa, la Constitución de Cádiz. A aquella primera Constitución, que fue una obra de arte de la primera formulación de la soberanía popular, le ocurrió como a los artistas nacidos en la Cuna de la Libertad que reguló. Todos los artistas de esta tierra tienen a gala llevar por el mundo el nombre sagrado de Cádiz, que añaden al suyo como lo que en realidad es: un título de grandeza. La Constitución de 1812, en el mundo del arte de la política, es la Constitución de Cai, como en el mundo del arte del cante Juan Martínez es Pericón de Cai, Aurelio Sellés es Aurelio de Cai, Benito Rodríguez es Beni de Cai, Antonia Gilabert es La Perla de Cai o Los Escarabajos Trillizos son Los Beatles de Cai.

Pero a la Constitución de 1978, y ésta es una primera aproximación de su grandeza, le pasa como a la canción de Facundo Cabral, que nos dice: "No soy de aquí ni soy de allá". Aunque nacida en la capital del Reino que reconoce como Monarquía Parlamentaria, la de 1978 no es la Constitución de Madrid como la nuestra, la de 1812, es la Constitución de Cádiz. Porque la de 1978 no es la nuestra, de los gaditanos o de los andaluces, sino la de todos los españoles. Incluso de los españoles que no quieren serlo, que se inventan RH y reniegan de nuestra Historia, como si Juan Sebastián Elcano hubiera nacido en la calle Botica, y prefieren ser como Luxemburgo o como Puerto Rico. Pues ellos se lo pierden, la gloria de nuestra cultura, de nuestra historia, de nuestra lengua, incluso el orgullo de las propias raíces de nuestro parlamentarismo y de nuestro reconocimiento de la soberanía popular, que fue el espejo de la mar de Cádiz en el que se miraron las naciones hispanoamericanas para su independencia.

Si en 1812 fue Cádiz la Cuna de la Libertad, en 1978 fue España entera la madre que parió las libertades colectivas, por lo que ahora aquel Viva la Pepa podemos sustituirlo perfectamente por un castizo Viva La Madre Que Te Parió. La Constitución de 1978 no sólo fue hija de un espacio, de un espacio de concordia, sino hija de un tiempo, de un tiempo de cambios. Quizá por eso fuera bautizada por su año de nacimiento: como la Constitución de 1978. Por más que en Cádiz la miremos como a La Otra, aunque a todo tenga derecho, porque tiene un anillo con una fecha por dentro, 1978 como antes fue 1812, y ese anillo no es otro que el de las felices bodas de un pueblo con sus libertades.

Una Constitución de todos y para todos, culminación de un proceso de ingeniería de Derecho Político único en el mundo, como fue el paso de una dictadura a una democracia desde las propias leyes, oyendo un clamor sordo, contenido aún por los miedos colectivos que suponen las falta de libertades, y con el recuerdo de pasadas guerras civiles que nadie quería volver a repetir.

En este punto, antes de apagar las veinticinco velas del cumpleaños constitucional como si le regaláramos a la Constitución una tarta del Horno de la Gloria gaditana, donde llevamos dos siglos cociendo libertades, permítaseme mi modesto homenaje de justicia a los gaditanos que antes del feliz alumbramiento de la Carta Magna pusieron sobre la mesa del valor cívico las arriesgadas cartas de su defensa de la democracia. A los viejos gaditanos del Dique y del Muelle Pesquero que recordaban como un sueño el legado anarquista de la tierra de don Fermín Salvoechea. Si alguna idea cortó de raíz la dictadura, de modo que no ha vuelto a germinar ni en su propia tierra, el anarquismo gaditano, luego encarnado en aquellos sindicatos ilegales de la clandestinidad que llevaron al Astillero y a Tabacalera el viejo espíritu de la Cuna de la Libertad, guardada en un lavaero hasta que naciera de nuevo el niño de la democracia. Permítaseme que rinda homenaje a los militantes gaditanos del Partido Comunista de España, que simbolizo en aquel patriarcal y viejo Mena que, llegada la democracia por la que luchó, fue la voz del pueblo que al pueblo le devolvió la voz de su natural cielo de febrero. Permítaseme que recuerde a los viejos liberales de Cádiz que reencarnaron el espíritu doceañista en lo que se llamó la apertura del régimen, y que aprovecharon todos los resquicios para recordar que la Constitución no podía quedarse en la piedra del Monumento, siempre a la espera de que llegara el buitre de la represión, sino que había de propiciar su llegada con hechos y con ideas. Evoco en este punto a los liberales, a los demócrata-cristianos, a los socialdemócratas del grupo Drago, a aquellos sus artículos en el Diario cuando todo era una mar de unanimidades y de miedos desde Puertas de Tierra hasta el Hospicio y que acudían a la calle de la Bomba con la bomba pacífica de un artículo en el que se reclamaban las perdidas libertades. Como evoco a los sindicalistas de Comisiones Obreras y de la Unión Sindical Obrera y evoco a los poetas, a los artistas, a los comparsistas, a los intelectuales gaditanos, a los profesores de su Facultad y del Instituto, a la tarea de los cine-clubs y de los teatros leídos, de las revistas... Todo aquello fue como la preparación para la gran aventura colectiva de las libertades que habría de venir un día.

Sin estos luchadores de las libertades, quizá la democracia española hubiera tardado más en llagar. Y hubiera quizá sido de otra forma el proceso de su construcción. Ni la Constitución española ni el Estatuto de Autonomía podemos entenderlo sin esta labor anónima de tantos ciudadanos, que crearon con todas las dificultades, con todos los esfuerzos, con todas las fatigas, una mentalidad a favor del cambio de aires para que ahora la libertad fuera tan normal como el aire que respiramos.

Si ahora honramos a los ciudadanos que crearon esta conciencia, a su civil redoble de conciencia, a los partidos que la defendieron en la clandestinidad y la articularon tras ser legalizados; si honramos a los padres de la Constitución, más debemos hacerlo a quien proclamándose "Rey de todos los españoles" condujo aquel difícil proceso de concordia y de reconciliación nacionales: Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I, que Dios guarde. En frase feliz de José María de Areilza acuñada en aquella época, el Rey fue "el motor del cambio" que los españoles esperaban a la muerte del dictador, por mucho que luego otros se atribuyeran la exclusividad de la propia palabra "cambio", que a muchos no les sirvió más que para cambiar su vieja idea de hacer la revolución y conformarse con hacerse un chalé con piscina.

No hemos de olvidar al Rey, como tampoco hemos de olvidar la generosidad y, por qué no decirlo, el patriotismo de quienes perteneciendo al régimen anterior permitieron y algunos propiciaron desde las instituciones el feliz paso a la difícil democracia, lo que se llamó "el harakiri de la dictadura". Punto en el que no olvido a un gaditano de la provincia que fue alcalde de su Jerez, a don Miguel Primo de Rivera, que se escribe Miguel Primo de Rivera y en gaditano se pronuncia Miguelito Primo, como tampoco me olvido de un apellido que en Cádiz recuerda la recuperación del Carnaval tras la guerra civil, como es Rodríguez de Valcárcel. Sin la Ley de la Reforma Política, sin la renuncia voluntaria de las instituciones de la dictadura, nada de aquello habría sido posible. Como tampoco lo habría sido sin la apuesta por la democracia de las Fuerzas Armadas, dirigidas por un Rey que también es comandante general de los Ejércitos. Se había hablado en la América de Truman e Eisenhower y en la Europa de De Gaulle y de Churchil del milagro alemán, pero el milagro español de la Transición fue más prodigioso aún. Piénsese que justo diez años más tarde del Mayo Francés de 1968, los españoles habíamos conseguido con la Transición a la democracia primero y con la Constitución después el lema de muchas utopias parisinas de juventud: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Era la castiza española negación del aserto del torero filosofo: lo que parece que no puede ser a veces puede ser y además se demuestra como posible. Por ejemplo, la Constitución de la concordia y del consenso.

La operación política consistente en desmontar el régimen franquista y en dotar al nuevo sistema de una Constitución estuvo llena de tensión y esfuerzo. Antes de llegar a la Constitución hubo ni más ni menos que plantear una operación legal complicadísima, desmontando las leyes del sistema franquista como un castillo de naipes, templando más gaitas que los diez mil gaiteros que luego habrían de recibir un día en el Obradoiro a don Manuel Fraga; tratando de contener las arremetidas contra las libertades de los añorantes de la dictadura, aquello que se llamó "el bunker" y de lo que gracias a Dios las nuevas generaciones no guardan ni memoria. La España difícil, convulsionada por los asesinatos cometidos por la ETA, el FRAP y el Grapo, que ensangrentaban todos y cada uno de los difíciles pasos hacia adelante. La España del "Libertad sin ira", del "Habla pueblo habla", de aquellas canciones de la memoria que se resistían a cantar quienes aún querían que la nación entera siguiera marcando el paso con las montañas nevadas y con el "Cara al sol" de la dictadura.

Sin Su Majestad el Rey como "motor del cambio", nada de aquello hubiera sido posible. Ni sin la voluntad de generosidad patriótica de muchísimos sectores de la sociedad, incluidos los partidos políticos, recién nacidos a la legalidad. Nos falta aún perspectiva histórica, por ejemplo, para considerar el gran paso que supuso la legalización del Partido Comunista de España aquel Sábado de Gloria en que nuestras ciudades se llenaron de coches en los que los camaradas, como entonces les decíamos los que colaboramos con ellos en la Junta Democrática de España, mostraban sus alegría por nuestras calles, sacando las banderas rojas por las ventanillas de los coches y haciendo sonar los claxons como si fueran los invitados de una boda. Que quizá lo fueran, la difícil boda de España con la totalidad de sus libertades. La legalización del PCE fue la piedra de toque de la difícil reconstrucción de la democracia. Si bien es cierto que el PCE renunció con Carrillo a su proyecto revolucionario y republicano, archivó su petición de ruptura democrática y se unió al común coro del reformismo posibilista, también es cierto que sectores muy conservadores de nuestra sociedad, con recuerdos de sangre y de guerra civil, hubieran también de hacer de tripas corazón de concordia y de reconciliación para aceptar una democracia con comunistas, cosa de otro punto de vista completamente necesaria en la Europa del eurocomunismo de Berlinguer y Marchais.

Tras las primeras elecciones, celebradas en 1977, una ponencia formada por miembros de los principales partidos, con predominio de la coalición UCD (Unión de Centro Democrático), que había triunfado en las urnas, y representantes de la izquierda clandestina durante años perseguida por el Tribunal de Orden Público, preparó un texto que sirvió de base en los debates y que permitió alumbrar una Constitución sumamente útil, bajo la que la democracia española ha caminado durante veinticinco años y ha de hacerlo durante muchos más si suicidas planteamientos separatistas no nos llevan a desandar lo andado.

Rememorar la Historia de España de hace veinticinco años puede conducir a la nostalgia, pero también, en ocasiones, puede originar sonrisas benevolentes. Mucho ha cambiado este país, ciertamente, en cinco lustros de democracia.

Desde la perspectiva de estos veinticinco años puede parecernos lógico este proceso constituyente, ahora que venturosamente disponemos de las libertades como del aire que respiramos. Basta recordar en unos cuantos hechos el contexto español y mundial en que se produce el proceso constituyente para que valoremos aún más las dificultades de este verdadero milagro español.

En 1978 entra en vigor un estatuto provisional para el País Vasco como ente preautonómico. El Congreso aprueba los artículos del proyecto de ley que despenaliza el adulterio y el amancebamiento, que dejan de ser delitos. Cuatro miembros del grupo de teatro catalán "Els Joglars" son condenados a dos años de prisión por la representación de la obra La torna, considerada injuriosa para el Ejército. Jorge Cafrune muere en accidente de carretera. Carmen Conde es la primera mujer elegida académica de la Española y Alejo Carpentier, premio Cervantes. Mueren el autor teatral Alfonso Paso . Empieza el destape en las revistas, en el cine y en los teatros

En 1978, el Gobierno y la UCD deciden pedir el ingreso de España en la OTAN. Se celebra en la legalidad el Primer Congreso del Partido Comunista de España desde la República. El PSOE de González se unifica con el PSP de Tierno Galván.

En el mundo, en aquel año de 1978, Argentina gana su Mundial. Aparece en Roma el cadáver del ex primer ministro y líder de la democracia cristiana italiana Aldo Moro, secuestrado 55 días antes por las Brigadas Rojas. Nace en Manchester el primer niño resultado de una fecundación in vitro. Fallece el Papa Pablo VI, y tras el breve pontificado de Juan Pablo I, Karol Wojtyla se convierte en el primer Papa no italiano de los últimos 456 años, con el nombre de Juan Pablo II. El presidente egipcio, Anuar el-Sadat, y el primer ministro israelí, Manahem Beguin, firman en presencia de Jimmy Carter los acuerdos de Camp Davis destinados a asegurar la paz en Oriente Medio. Pinochet aún está en el poder en el Chile de la Unidad Popular.

Si queremos entrar directamente en materia, recordemos que las primeras elecciones democráticas que se producen en España después de la caída de la II República con el golpe de Estado de 1936 tienen lugar el 15 de junio de 1977. Hasta esa fecha, y desde la muerte de Franco, dos años antes, se han sucedido al frente del Gobierno el franquista Carlos Arias Navarro, primero, y Adolfo Suárez seguidamente. Este último ha ido construyendo una heterogénea fuerza política centrista, con "azules» evolucionistas del antiguo régimen franquista y con democristianos y socialdemócratas reformistas. Esa fuerza, la UCD, gana aquellas elecciones de 1977, y Suárez constituye su segundo equipo de gobierno, de los cinco que llegará a constituir durante el tiempo de su presidencia, iniciada el 3 de julio del 76 y hasta su dimisión, el 27 de enero del 80, tres semanas antes del frustrado golpe de Estado del 23-F.

Pues bien: hay conciencia clara de que las nuevas Cortes elegidas el 15-J-77, que se constituyen el 13 de julio, tienen por delante, sobre cualquier otra, la tarea de elaborar y poner en vigor una Constitución. Cuando fuimos a las urnas aquel 15 Jota, que era como quince jamones de cinco jotas para celebrar el estrenar del gozo de la democracia, sabíamos que estábamos eligiendo Cortes Constituyentes, como las de Cádiz de 1812, pero sin invasión francesa, sólo con la perenne invasión de los demonios familiares.

Elegidas las dos Cámaras y con en ese propósito, ese mismo verano, sin vacaciones, el Congreso recién elegido designa una ponencia de siete personas que recibe el encargo de redactar un texto constitucional de consenso.

La Constituciòn fue posible por el gran invento español: el consenso. El consenso es al último tercio del siglo XX y a la Constitución de 1978 lo que el liberalismo es al primer tercio del siglo XIX y a la Constitución de 1812.

En 1978 fue posible la Constitución porque los partidos políticos se esforzaron en mantener un acuerdo mínimo sobre cuestiones básicas. Eso fue el consenso; un intento para trabajar todos en la misma dirección, prescindiendo de egoísmos de partido para encontrar un marco de convivencia. En el proceso -acelerado, tenso e ilusionado-, hubo alguna excepción condicionada por el objetivo de lograr una puesta en escena reivindicativa, como el abandono por el PSOE de la ponencia para resaltar una discrepancia. Hoy se recuerdan como aventuras de inmadurez, a las que una más serena formación, la UCD (Unión de Centro Democrático), supo enfrentarse con eficacia. La UCD acabó mal, desgastada por tensiones internas inauditas, pero hizo una labor básica en lo fundamental, que era lograr la Constitución. Es justo reconocerle ese mérito. Sin la UCD, una Constitución como ésta no habría salido adelante.

Los tolerantes ucedistas, tres de los cuales participaron en la ponencia de siete que preparó el texto, con el gaditano Pérez Llorca a la cabeza, se esforzaban por extender su deseo de reconciliación y diálogo. UCD tenía raíces en el régimen anterior, de donde procedían su impulsor Adolfo Suárez y algunos notables dirigentes, lo que facilitó el delicado tránsito reformista, del que la Constitución es su obra. Cualquier otro partido de los que entraron en el Parlamento en 1977 no habría ofrecido la flexibilidad que exhibió UCD, y a comportamientos políticos posteriores me remito. El consenso fue, al final, un logro de Suárez y de la UCD, bajo el supremo arbitraje del Rey. El consenso creó las condiciones adecuadas para que se pudiera elaborar una Constitución que sirviera para todos en el marco de una Monarquía parlamentaria.

El propio Rey glosaba después el papel de la Corona en todo el proceso de la democratización de España:

"La Corona estuvo preparada para asumir su función integradora de todos los españoles en el marco de un sistema democrático que el país le demandaba. Gracias al esfuerzo incansable y al sacrificio de mi Padre, la Monarquía era una referencia aceptable para todos, pues no estaba implicada, antes al contrario, en las devastadoras consecuencias de la guerra civil, y se había mantenido por encima de las diferentes posturas y opiniones políticas, escuchando a todas y sin identificarse con ninguna.

"Esta actitud le valió el respeto general y el concurso de las fuerzas que luchaban por la democracia dentro y fuera de España, así como el apoyo (...) de quienes no obstante su situación en el régimen anterior veían con claridad la necesidad del cambio y sus inaplazables exigencias. Me correspondió entonces la honrosa misión de materializar este capital político y ponerlo al servicio de los españoles (...).

"En el ejercicio del ámbito de libertad que me concedían las leyes vigentes (...) conté con la ayuda inapreciable de colaboradores inmediatos que gestionaron con valentía y eficacia el camino hacia la reforma, con la lealtad ejemplar del Ejército y la prudencia y madurez con que las fuerzas políticas supieron administrar sus intervenciones y templar la impaciencia de sus bases (...).

"Nunca me faltó el apoyo de mi Padre, con quien estaba plenamente identificado, ni el de la nación española, con la que me había comprometido oficialmente en 1969. No hubo acuerdo, pacto ni contradicción entre ambas lealtades".

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La idea inicial dominante era que la Constitución que debía elaborarse tuviera un texto breve, aceptable por todos, y con mucha menor minuciosidad y detalle de lo que finalmente salió como fruto de las deliberaciones de los "siete magníficos", redactores de la Constitución del 78: los ucedistas Gabriel Cisneros, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y José Pedro Pérez Llorca; el socialista Gregorio Peces Barba; el aliancista Manuel Fraga; Miquel Roca por la Minoría Catalana, y Jordi Solé Tura por el Partido Comunista de España. Quedaba excluido Enrique Tierno, dirigente a la sazón del PSP, Partido Socialista Popular, y por ello en su momento se le ofreció la "compensación» de elaborar el preámbulo del texto constitucional. Y quedaban, en mala hora, excluidos los nacionalistas vascos, que de este modo tuvieron siempre la coartada de argumentar para su separatismo la alegación de alegar que ésta no era "su» Constitución.

Los trabajos de la ponencia redactora de la Constitución son intensos y hasta frenéticos. No hay tiempo que perder. Hay conciencia de que la nueva época de la nación tiene a la Constitución como punto de arranque. Los trabajos de los siete redactores dan comienzo en los primeros días de agosto del 77 y se desarrollan durante ese medio año y se prologan luego, ya en el seno de la Comisión constitucional -con Emilio Attard, el de los famosos "Locos de Attard" a la cabeza- durante buena parte del año siguiente 1978, con acelerones y paradas, sorteando dificultades, vetos y condicionantes de unos y otros partidos hasta el último día. La tarea conciliadora de Fernando Abril y de Alfonso Guerra fue determinante en la recta final de las deliberaciones. Finalmente, el proyecto de Constitución es aprobado por las dos Cámaras legislativas de las Cortes Generales, en sesión simultánea, el 3 de octubre de 1978. Y se apresuran los calendarios políticos para que el año nuevo, 1979, se disponga ya de Constitución plenamente en vigor. De manera que el 6 de diciembre de 1978, el día de San Nicolás, se celebra el referéndum en el que los españoles ratifican el texto consensuado por la representación parlamentaria. La nueva Constitución obtiene el voto favorable de 15.782.639 españoles (de entre los 26.532.180 españoles que integran el censo electoral) el voto contrario de 1.423.184, el voto en blanco de 632.902 personas, y la abstención de un número considerable de españoles: 8.589.388, es decir, del 32% de la población española con capacidad para votar. El PNV había aconsejado la abstención. La aprobación era aprobada por un 87,9 % de votos a favor y un 7,83 % en contra, del pueblo español.

La tramitación de la Carta Magna se concluye en la sesión solemne que, en el Congreso de los Diputados preside el jefe del Estado, Rey Juan Carlos, el 27 de diciembre. De ese modo, la Constitución española quedaba sancionada y entraba en vigor con los mejores auspicios. Recordaron los historiadores y eruditos que se trataba de la Constitución número nueve de las que habían tenido los españoles, a partir de la primera, redactada y aprobada en las Cortes de Cádiz, en 1812. Y cuando entra en vigor la Constitución del 78, hay un firme deseo generalizado y en nuestros días puesto en duda: que fuera prolongada su vigencia, porque sería demostración de la estabilidad y paz nacional.

Al texto logrado con tanta voluntad como esfuerzo y capacidad de concesiones le dijeron como al repertorio o al tipo de algunas agrupaciones de Carnaval, que eso ya había salido. Que la Constitución Española de 1978 sonaba a la portuguesa de 1976, a la italiana de 1947, a la francesa de 1958 o la alemana de 1949. También criticaban un cierto desorden o falta de sistemática y un exceso de retórica. Las críticas, en fin, llovieron desde todos los sectores y posiciones. En ámbitos conservadores, por ejemplo, se criticó con severidad la ausencia de una mención expresa de Dios, para que se vea que no es nuevo el debate sobre las alusiones a la cultura cristiana en las actuales Constituyentes europeas.

Estaba claro, desde el primer momento, que debía ser un texto consensuado. Y así fue. Por vez primera en la Historia del constitucionalismo español, no era la Constitución que media España le imponía a la otra media. No fue una Constitución impuesta "a la trágala", en aquella palabra que como liberal nació en Cádiz entre las Cortes de 1812 y la sublevación de Riego de 1820, surgida de la letra de la canción que los liberales cantaban a los absolutistas:

Trágala, trágala, tú, servilón,

Tú que no quieres Constitución.

Aquí no había trágala, sino consenso, que era la ingestión voluntaria de la automedicación de los principios de la moderación, de la cesión en lo accesorio en favor de la coincidencia en lo fundamental. Teníamos así la Carta Magna, que era la carta del consenso, de la concordia, de la reconciliación nacional, de la superación de la guerra civil, del fin de las dos Españas. La Carta, en suma, que Su Majestad el Rey, como efectivo Rey de Todos los Españoles, llevando a la realidad el viejo deseo que su augusto padre nunca pudo encarnar en su servicio a España, se sacó de la manga al poco tiempo de que Santiago Carrillo lo llamara "Juan Carlos el Breve", con una visión histórica que ha de conservarle Santa Lucía por muchos años.

Por vez primera los españoles nos dábamos una Constitución hecha entre todos y para todos, no de los revolucionarios contra los burgueses, no de los liberales contra los absolutistas. Una Constitución que por primera vez no fue impuesta por nadie contra nadie, que nadie hubo de aceptar a la trágala". Hace 25 años los españoles fuimos protagonistas de un gran acierto colectivo con la Constitución de la concordia, que ha significado un abrazo de todos"

La generación que protagonizó el cambio, a la que el orador pertenece, quizá tenga mayor posibilidad de valorar la importancia de la fortuna histórica que tuvimos. Quizá de ahí que la defendamos con tanto ahínco frente a los que ahora quieren destruirla desde sus separatismos asentados sobre la sangre de mil ciudadanos inocentes que la avalaron con sus vidas, no se olvide que en esta guerra por las libertades la Constitución tiene mil caídos, que son los mis asesinados por los terroristas, los absolutistas de nuestros días, lo que vuelven con el grito trasnochado y absolutista del "vivan las caenas" frente al canto común de las libertades sin hierros y sin sangre.

Puede decírsenos a quienes así defendemos la Constitución que somos como los espectadores de un partido de fútbol que en lugar de animar a uno u otro de los equipos contendientes se pusieran a vitorear al Reglamento de Fútbol. "Po zí", habremos de decir como el personaje quinteriano. El encuentro de la máxima que actualmente se dirime en el campo de fútbol de la patria se ha puesto con tal violencia y con tal sinrazón que hay que defender el Reglamento, que es la Constitución, y la figura del árbitro, que es la Corona, porque es la única garantía de que el domingo que viene, en la normalidad democrática, siga habiendo fútbol y no nos cierren el campo por haber vuelto a las contiendas fratricidas. Al fin y al cabo, se trata de defender el propio sistema de libertades de la Constitución, que ha permitido, permite y debe seguir permitiendo que en España se pueda defender cualquier idea siempre que se respeten las reglas del juego y que no se utilice la violencia, para lo cual hasta el propio texto tiene esa tarjeta roja que muchos estamos deseando ver en manos del árbitro pero que el trencilla cree que todavía no es el momento de mostrar, y mira que están los enemigos de la Constitución acumulando tarjetas amarillas, con la mala suerte que da el amarillo...

España hasta ahora había aportado a la civilización occidental grandes hallazgos, palabras que se pronuncian en nuestra lengua en todo el mundo, sin traducción: paella, sangría, guerrilla o toreador. Está superándose nuestra capacidad de invención. La forma tan peculiar de celebrar las bodas de plata de la Constitución no creo que tenga parangón en el mundo. En vez de cantarle el "Viva la Pepa", a la Constitución de 1978 algunos le están cantando "La Niña de la Estación", "adiós, adiós, buen viaje, adiós, que lo pases bien"" Cuando no es algo más grave, que ese adiós se lo quieren dar a la propia España. Esto de que tantos quieran mandar a freír espárragos a la Constitución al cumplir sus primeros veinticinco años es como si un matrimonio que hace cinco lustros que se casó decide que el mejor modo de celebrar sus bodas de plata no es lo habitual del banquete con los hijos y la misa en el mismo sitio donde se casaron, sino irse directamente al Juzgado de Familia para la separación o a la Rota para la anulación.

A este paso, como en el debate de aquellas otras constituyentes, vamos a ser españoles los que no podamos ser otra cosa. Lo que es trágico visto desde la otra orilla de la mar gaditana, al otro lado del Estrecho. Así que unos queriendo irse de España a cualquier precio, y, mientras, los pobres magrebíes y subsaharianos queriendo venirse a España a cualquier precio. Que a veces es el precio de la propia vida en una playa de Tarifa o a la altura del Faro de las Puercas. Lo que daría cualquier ciudadano de Asilah o Chechauen por ser lo que Carod Rovira o Ibarreche no quieren ser... ¿Qué? ¿Pues qué va a ser? Pues lo que nosotros, sin dejar por ello de sentirnos gloriosamente andaluces, tenemos a orgullo ser: sencillamente españoles.

Cuanto nosotros torpemente hemos tratado de exponer lo ha dicho, hace mucho tiempo, en los albores mismos de esta gozosa normalidad constitucional, Su Majestad el Rey, cuando nadie interpretaba sus palabras en su propio provecho. Permítasenos citar las augustas palabras del propio Rey Don Juan Carlos para resumir la ventura civil de este texto cuyos primeros veinticinco años celebramos en la Cuna de la Libertades que habrá de conmemorar el bicentenario de La Pepa:

"La Constitución de 1978 es el punto culminante de la Transición. Devuelve la soberanía al pueblo español, su auténtico titular, consagra sus derechos y libertades, y confirma la misión de la Corona en el marco del sistema democrático que le es propio. Proclama solemnemente los principios que presidieron nuestro recorrido hacia la libertad y establece los mecanismos y reglas de juego mediante los que la democracia recién conquistada ha de perpetuarse y desarrollarse.

"También remata el edificio de la reconciliación. Por primera vez en nuestra historia no es fruto de prejuicios dogmáticos o de imposiciones de partido. Todos podemos reconocernos y encontrar nuestro lugar en sus disposiciones. Por tanto, todos debemos sentirnos asimismo responsables de materializarlas en nuestra vida cotidiana como nación, conforme al espíritu que las inspira.

"Una de las preocupaciones que singulariza nuestra Constitución es el propósito de articular en términos comprensibles la unidad y diversidad de España (...).

"La unidad incluye y presupone la diversidad, que tiene también su historia propia y está anclada firmemente en las lenguas, costumbres e instituciones que configuran un tejido social vivo y específico. Nuestra Constitución recoge estos principios reinterpretándolos en términos actuales que garantizan su eficacia. Reconoce la diversidad como una realidad y el complemento natural de la unidad (...).

"La unidad en la diversidad puede así vincularse a conceptos más amplios, como el de patrimonio común, derecho fundamental y solidaridad interregional. Es esta riqueza la que tenemos que expresar mediante los mecanismos políticos, jurídicos y financieros que el marco constitucional pone a nuestra disposición para desarrollarla. Con ellos hemos de construir un proyecto de vida en común que sea atractivo para todos, y dibujar, desde las cotas significativas de desarrollo autonómico que ya hemos alcanzado, el nuevo rostro de la concordia de España."

 

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