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Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"


Domingo, 14 de noviembre de 1999

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Un parte de bodas

¿QUÉ ES LO CLÁSICO? MÁS QUE CON LAS DEFINICIONES DE LOS manuales de Historia del Arte o de los tratados de Estética, me quedo con la frase genial de Rafael el Gallo: "Clásico es lo que no se pué hasé mejón". Clásico es lo de toda la vida. Lo que toda la vida ha estado mucha gente intentado mejorar y no lo han conseguido, a pesar de tantos esfuerzos. De toda la vida no son solamente las familias de Neguri o de ese Neguri del Sur con vino y caballos que se llama Jerez. De toda la vida es un estilo. Una mentalidad. Una estética. Lo de toda la vida es lo clásico. Lo que permanece fuera del tiempo, porque nunca ha estado a merced de tiempo ninguno.

Frente a la larga vida de lo clásico, no hay nada más fugaz que las modas. Se ve en el cine. En el cine sepia de la programación televisiva del satélite, salen Ingrid Bergman o Katherine Hepburn, y como nunca estuvieron en el rompeolas de las modas, aparecen más actuales que muchas de las que salen en las revistas del corazón. Por el contrario, ponen en los canales de la nostalgia una película española de los años 60, y allá que salen, con sus cabezas cardadas, Katia Loritz, Concha Velasco, Mari Luz Galicia, y tienen la misma edad que Cádiz: tres mil años. Un Rolls, una cubertería de plata, un paraguas de asta de madera, una maleta de piel nunca pasan de moda, porque son de toda la vida. Son de todos los tiempos. Ser de todo los tiempos es la mejor manera de desafiarlos. Cuando el cardenal-arzobispo de mi pueblo volvió del Concilio Vaticano II, los periodistas del diario católico de la localidad le preguntaron:

-- Eminencia, ¿en sus tiempos se hubieran adivinado todos estos cambios en la Iglesia?

Y con una serenidad y retranca aragonesas que ocultaban su indignación por la insolencia, el señor cardenal respondió:

-- Hijo, mis tiempos son éstos que corren. Hasta que el Señor me dé el último hálito de vida, estaré viviendo mis tiempos...

Qué trabajo cuesta que las cosas de toda la vida sigan todos los días viviendo sus tiempos. No hay nada que muera antes que lo de toda la vida. A cada instante hay un moderno que quiere sustituir lo de toda la vida por lo que se lleva, por lo que dura sólo un momento, aunque con voluntad de eternidades. Me he dado cuenta al encargar unos partes de boda para Fernando mi hijo. Ya con esto de llamar parte, por el plan antiguo, a unas invitaciones de boda, explico qué clase de impreso queríamos encargar: lo de siempre. ¿Dónde encargar unas invitaciones de boda como toda la vida? Hombre, en Madrid y hace unos años, hubiera estado clarísimo: en Muñagorri de toda la vida, qué gloria de sus recados de escribir, de sus membretes en tinta seca, de sus estampaciones en relieve, viejas planchas de litografía con letra inglesa... Pero como vivimos en provincias, la elección tampoco tenía duda: en la papelería más antigua de la ciudad. Allá que fuimos. Esperábamos que nos enseñaran un catálogo de modelos de siempre, donde poco menos que estuviera el parte de casamiento de la Duquesita de Montoro, pero no la actual, sino la anterior. En aquella papelería medio centenaria comprobamos con horror que lo de toda la vida dura apenas dos minutos hasta en los comercios más tradicionales. El muestrario de partes de bodas que nos enseñaron era lo más parecido a un catálogo de horrores.

-- No me irás a decir que tenían esas invitaciones horrorosas con las dos palomas que sostienen una alianza, impresa en relieve dorado...

Las tenían. Esas desgracias ocurren en las mejores familias y hasta en los establecimientos casi centenarios. Y lo más espantoso no era el horror de tanta cartulina con brillo y filigranas de aguas donde Vanessa e Iván Israel participan su enlace matrimonial, sino que el dependiente, aparentemente un dependiente de toda la vida, estaba encantado, con el clásico comentario contemporáneo:

-- Pues esto ahora se lleva mucho...

Cuanto más se lleve algo, antes se lo acaba llevando, implacable, el tiempo. En vista de que no había forma de que en aquella papelería presuntamente clásica nos hicieran unos partes como toda la vida, fuimos a otra no tan llevada de las modas, donde no es para descrito el trabajo que nos costó que comprendieran nuestra clarísima idea sobre el gramaje de la cartulina, el tipo de letra inglesa, la disposición del texto. Nos hicieron sentirnos antepasados de nosotros mismos, cuando el impresor insistía:

-- ¿Y no prefieren esta cartulina reciclada, que pesa menos y hay que gastarse menos dinero en sellos?

Pruebas, contrapruebas, este cuerpo mayor, este menor, estas negras me las pone usted en redondas, y lo que quiero es la cursiva de siempre, no la Shelley Allegro del procesador de textos... Al final, para sorpresa del impresor, quedó un parte de boda bastante parecido a los de siempre. Y con esa facilidad con que el español se cambia de bando cuando lo ve vencedor, aquel mismo que tantas dificultades nos ponía, exclamó cuando ya vio el parte impreso:

-- ¿Pues sabe usted que no ha quedado mal?

Estos esfuerzos por conservar lo de toda la vida tienen sus compensaciones. Enviadas que fueron las invitaciones, un amigo bibliófilo me llamó para felicitarnos, no sólo por la boda de Fernando, sino también por el tarjetón del parte de su casamiento:

-- Qué maravilla, es como los de toda la vida...

Tuve que explicarle que aunque llevo publicados casi treinta libros, de ninguno tuve que corregir tantas pruebas, galeradas y contrapruebas como del parte de la boda de Fernando. Es que se trataba de algo ahora tan complicado como un parte de toda la vida y no de una horrenda invitación con palomas en relieve que sostienen en su pico alianzas nupciales estampadas en oro...


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

La cal de toda la vida
No sé qué ponerme
Una talega en el Palace
Un puro en los toros
Como un cuarto de invitados
Las maletas de Isabel Preysler

 

ABEL INFANZON "LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

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