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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, miércoles 19 de enero del 2000


Infanta castiza

 La Infanta Doña Elena
 La Infanta Doña Elena 

Una vez me dijo Pepe Oneto, muy serio en su guasa de la Real Isla de San Fernando:

-- Me he hecho elenista...

Como los andaluces nos comemos las eses y lo que haga falta, lo entendí con hache, y me extrañó:

-- ¿Helenista? ¿A estas alturas te vas a poner a estudiar Griego, con lo pasadas de maracas que están las Humanidades?

-- No, soy elenista sin hache, partidario de la Infanta Elena...

Y me dijo una serie de razones, republicanotas más bien, basadas en la cara simpática y sonriente de la Corona, en esa conexión directa de la Casa Real con el pueblo. Hay personas reales que emiten en FM y personas reales que emiten en onda media, y llegan y pegan más inmediatamente. Doña Elena emite en esta longitud de onda, al alcance de todos los españoles. Antes de que viéramos las lágrimas de hijo del Rey en el entierro de su augusta madre, Doña Elena ya se dio una pechada importante de llorar en la Barcelona olímpica, cuando pasaba el Príncipe de Asturias como abanderado de España.

Anoche estuve en Villamanrique de la Condesa, junto a los pinos del Coto y a la bella toponimia marismeña. Doña Esperanza de Borbón, la tía del Rey, ofrecía un funeral por el alma de su hermana la Condesa de Barcelona. Funeral de pueblo, en el pueblo de la Condesa de París. Gente de campo, marismeños y rocieros en torno a Doña Esperanza y Don Pedro, dos miembros de la Familia del Rey que emiten en esa longitud de onda de conexión popular. Pensé en los elenistas de Oneto. La Corona tiene perfectamente cubiertos todos los flancos. La simpatía, el tacto, el borboneo de Don Juan Carlos cubre la mayoría. Las Bellas Artes, la cultura, la beneficencia, la parte ONG de la Corona, Doña Sofía. Don Felipe es la parte joven, deportista y ecológica de la Familia, cooperante del Tercer Mundo. Pero queda el vacío que ha dejado la Condesa de Barcelona. El puesto castizo de La Chata, que siempre ha existido en la Casa, y que desempeñaba como nadie Doña María. Más que un trono vacante de Reina Madre, hay un sillón vacío en los toros, una butaca vacía en el teatro de Lina Morgan, en el flamenco de Sara Baras, esa España profundamente castiza y nuestra con la que Doña María sabía conectar como nadie. La Infanta Doña Elena debe ser su heredera en esta conexión con la España de la tradición, que no está reñida con el futuro, y que se ha demostrado hasta qué punto arraiga aún más a la constitucional Institución en el pueblo. No digo que Doña Elena se vaya a hacer bética y currista como Doña María, pero sí confío en que sea de aquí en adelante esa Chata que siempre espera encontrar España para hallarse a sí misma. (Donde he puesto España quiero decir, naturalmente, Estado español, que es que no te enteras, regadera.)

Sobre la muerte de la Condesa de Barcelona, en El RedCuadro

Un hijo 

La Reina de Estoril

Una sevillana de pasión

Un varal de luto

 


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