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Carlos
Díaz, aquel caballero socialista que fue alcalde constitucional
(cosecha del 79), me hizo un día Embajador de Cádiz en
Sevilla. Hasta me entregó un pendón morado, que pongo en el
balcón el día de la Virgen del Rosario y el Día de la Pepa, y
la casa se me pone a oler a nardos y a laurel de la corona
liberal ante el Monumento. Escribo, por tanto, desde un lugar
con extraterritorialidad, pues entiendo que mi escritorio es
hasta tal punto suelo gaditano, que esta mañana he tardado
media hora en llegar desde el ofis del desayuno, porque estaban
por a quí unos tíos con espiochas que andaban liados con no se
qué del soterramiento. Y con este artículo de hoy, espero que
Hernán Díaz, el alcalde del Puerto de Santa María y de San
Rafael (Alberti), me nombre por lo menos Cónsul del Puerto en
Sevilla. No, si yo no voy a parar hasta que Nicolás Valero me
meta en la asociación de cónsules ad honorem, que el
recordado y estupendo Enrique Valdenebro traducía como
"cónsules sin trincar."
Yo no sé cómo dicen
que en Andalucía no hay empresarios. Dio El Mundo de Andalucía
sus premios Trajano, y la sede de la CEA estaba así de ellos.
Dieron la otra noche el premio del mejor empresario del Puerto,
y el Hotel Monasterio San Miguel estaba empetadito de
empresarios. Fui, aparte de para trabajarme el consulado
hernandiano, para mostrar mi reconocimiento a la labor de José
Antonio López Esteras, que era el premiado. Gracias a Tomás
Terry, soy socio fundador del Hotel Monasterio, que levantó
López Esteras arriesgando su dinerito en reconstruir el
abandonado convento de las Capuchinas. Así se salva el
patrimonio monumental andaluz y así se crea riqueza. Volví una
y otra vez a este hotel con encanto coral de monjas, y así
intimé con López Esteras. He ido muchas veces a los hoteles
Meliá y no tengo el gusto de conocer al señor Escarrer. He ido
mucho a los del señor Hilton y si lo veo por la calle, no lo
conozco. Pero López Esteras, con su aula cultural, con sus
conciertos, le ha dado a su hotel algo más importante: alma. Y
cuál no sería mi sorpresa, cuando en el acto se explicó su
biografía: empezó ayudando a su padre, fontanero de Madrid,
soplete en mano, mientras estudiaba aparejador por las tardes.
Encontró trabajo en la Base de Rota y se enamoró del Puerto y
de Rosa, su mujer. Y, aparte del hotel, creó una inmobiliaria,
Jale, que ha llegado hasta la Costa del Sol.
Pero como las dichas
nunca son completas, en el homenaje a López Esteras me llevé
el disgusto de enterarme de la muerte de otro empresario del
Puerto: de Paco Flores, el de Casa Flores, el autor de la mejor
ensaladilla del orbe católico. Cómo sería Paco Flores de
trabajador y de modesto, que en los periódicos no había ni una
sola foto suya. Pian, piandito, de un bar de tapas de la Ribera
del Río hizo un restaurante de Gourmetour. Otro empresario
hecho a sí mismo, del encaste portuense de López Esteras. Otro
empresario sirviendo al Puerto desde el silencio y el trabajo,
en sus comedores dedicados a Juan Lara y a Curro Romero, cuando
compró más fincas para ampliar el negocio. No nos damos
cuenta, pero El Puerto es una buena cantera de piedra ostionera
de empresarios. Ahí tienen a los Osborne, a los Caballero,
resistiendo contra las multinacionales como la Tacita contra los
franceses. Les debía este homenaje. A ellos y a López Esteras.
Y a Paco Flores, porque en su memoria seguiré siendo
propagandista de su ensaladilla, la mejor del orbe católico...
si Garmendia no opina lo contrario.
Biografía de
Antonio Burgos
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