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Las
gargantas que cuidaste, Antonio Muñoz Cariñanos, te cantarán
ahora la copla más triste. Esto sí que es para partirse la
camisa, Antonio, mi coronel Cariñanos. Que te hayan matado a
ti, tan lleno de vida, tan entregado siempre a todos: esos
niños de los pueblos que llegaban a tu consulta de la calle
Jesús del Gran Poder; esos guitarristas de las madrugadas; esos
gitanitos que iban a tu consulta no sólo para que los vieras
sin cobrarles un duro, sino hasta para que recomendaras a una
chiquilla que quería entrar de dependienta en El Corte Inglés.
Los que te han buscado y hallado en tu consulta, Antonio, no
sabían que aquello era más, bastante más que el despacho de
un médico y que su clínica: paño de lágrimas, consegionario
de las fatiguitas. Te encontraron allí porque allí todos
podíamos hallarte cuando te necesitábamos: "Vente tarde,
a las 9 o las 10, y te meto de los últimos..."
Para los flamencos que ahora andan buscando
camisas que romperse, malhaya, eras uno de los suyos. Para
todos. Eras siempre uno de los nuestros. Pienso ahora en el
dolor de tus pacientes más conocidos, de Rocío, de Isabel, de
Raphael. Pero también pienso en los que no conoce nadie, para
los que eras siempre una sonrisa tras una corbata de lazo, un
corazón entregado. Eras bastante más que un médico, más que
el teniente coronel de Aviación que gastaba bromas con el nuevo
uniforme de la Sanidad Militar. Tenías tanto arte que decías
que os habían vestido de guardabosques con aquel verde en que
habían cambiado tu orgulloso azul de Aviación, de tu mando de
la Policlínica Militar de Tablada, de aquel destino en Canarias
que no te impidió volver a esta tu tierra querida.
"Cuando me lo contaron sentí el
frío"... Te digo, Antonio, como en el verso de ese
Bécquer cuya escuela restauraste para la consulta y clínica de
tu Virgen de Aranzazu donde, al pie del cañón de tu trabajo,
te buscaron y te encontraron. Ayer mismo preguntaba por tu
ascenso a general, como te lo preguntaba a ti mismo cada vez que
nos encontrábamos en Tablada o en cualquier acto en tu Sevilla.
Te miraba las bocamangas y te decía: "¿Cuándo te van a
cambiar las tres estrellas por una sola?" Y venía el
silencio de la disciplina militar en tu sonrisa de cuartos de
banderas y de escalillas, que era la parte tuya, mi coronel
Cariñanos, que los flamencos del tablao no conocían, tu
especialización en Medicina Aeronáutica, tus horas de entrega
a España en esos campos de la Aviación militar. En aquel
Tablada donde tantas primaveras, el Día de las Fuerzas Armadas,
te veíamos mientras asistíamos al homenaje a los que dieron su
vida por España. Como tú la has dado. La muerte, Antonio, no
es el final. Porque la muerte no es final, aquel himno de los
atardeceres de naranjos de Tablada, llenos de vida, me suena
ahora en el recuerdo de tu sonrisa, de tu muy civil corbata de
lazo, como de poeta tardío de la Generación del 27 que
anduviera entre flamencos, de tu muy militar uniforme blanco
donde ya nunca te impondrán el rojo fajín del generalato.
Las gargantas que cuidaste, Antonio, cantan
ahora la más triste copla. Tu himno del Ejército del Aire,
Antonio, me suena en esta hora como una terrible soleá: "A
España ofrecida tengo muerte y vida,/ con quien las juega / en
un lance de gloria y de honor/ la aurora nos llega/como un nuevo
amor". Las alas de tu civil corbata de lazo, coronel
Cariñanos, vuelan ahora en el dolor y escriben sobre el viento
triste de los cantes de Sevilla este trabajito que nos cuesta la
gloria infinita de ser español.
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Biografía de Antonio Burgos
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